Dimisiones al vuelo
La dimisión de Carlos Medrano, director general de la compañía pública AENA, encargada de la gestión de los aeropuertos españoles, se suma a la cadena de destituciones y dimisiones producidas en los últimos meses en el entorno de la aviación civil; la penúltima fue la destitución, el mismo día que se inauguraba la llamada tercera pista de Barajas, del director del aeropuerto, José Sedano. Medrano era el máximo responsable del plan de ampliación del aeropuerto de Barajas y, por tanto, responsable también del fracaso del plan de aislamiento acústico de las viviendas cercanas al aeropuerto; su dimisión, por tanto, no se puede calificar de ilógica. Al fin y al cabo, las operaciones en Barajas se convirtieron en el hazmerreír de toda Europa el pasado verano, con la acumulación de retrasos descomunales y difícilmente justificables, pérdida masiva de maletas y hacinamiento inhumano de viajeros.Pero no basta con exigir responsabilidades hacia abajo y sustituir a los cargos medios si tales decisiones no van acompañadas de las explicaciones adecuadas; porque sin ellas los cambios en los gestores son simples ajustes de cuentas. O un sistema para bloquear la posible petición de responsabilidades políticas en la caótica gestión de aviación civil, cuyos desastrosos resultados se manifiestan en el desbarajuste perenne en el aeropuerto madrileño. El ministro de Fomento, Rafael Arias-Salgado, es responsable del nombramiento de los ahora destituidos o dimitidos y todavía no ha explicado a los ciudadanos ante quién es responsable él, ni tampoco por qué, tras dos años de vacilaciones y errores, Barajas sigue sin tener un plan de futuro convincente que garantice su posición predominante en el tráfico aéreo, puesto que es el único aeropuerto europeo con potencial de crecimiento.
Cuando en el entorno de la aviación civil se han producido cinco cambios en menos de un año, además de numerosos cargos intermedios y del propio secretario de Estado para las Infraestructuras, Joaquín Abril Martorell, parece llegado el momento de preguntarse si el problema está en los gestores intermedios o en la dirección política; es decir, en un ministro al que no por casualidad se le empieza a denominar como el ministro del caos.
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