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Reconstruir... ¿para volver a lo mismo?

Los daños humanos y materiales provocados por el huracán Mitch, especialmente en Honduras y Nicaragua, han conmovido a la comunidad internacional. La respuesta no se ha hecho esperar. Las visitas a la región de numerosos estadistas y personalidades, como el Príncipe de Asturias, el presidente Chirac, el ex presidente norteamericano George Bush, y las esposas de Clinton y Gore, entre otros, subrayan la importancia de la reacción de la comunidad. Francia y Cuba han condonado la deuda que tenían Nicaragua y Honduras, y todos los países desarrollados anuncian importantes e incluso novedosas formas de ayuda . Lo mismo ocurre con los organismos financieros internacionales y una conferencia de donantes, coordinada por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), que se reunirá en Washington a inicios de diciembre.No existe todavía una cifra exacta de los daños, pero se habla que en términos económicos los países mencionados habrían retrocedido una generación. Se requiere, entonces, una gigantesca ayuda humanitaria y para la reconstrucción, y no debería haber argumentos para impedir que llegue pronto y en la cantidad adecuada.

Pero cabe preguntarse: ¿reconstruir para volver a lo mismo? Antes del huracán, esos países eran ya extremadamente pobres y con una insultante desigualdad entre unos pocos ricos y muchísimos pobres. Después de una larga historia de guerras civiles, intervenciones extranjeras, revoluciones y dictaduras, sus sistemas democráticos son sumamente débiles, y las instituciones del Gobierno están impregnadas de compinchería, corrupción e ineficacia... Y el modesto sector privado, como en un juego de espejos, refleja la misma ineficacia y prácticas corruptas del sector público.

El atraso de esos países se explica porque han sufrido y sufren catástrofes naturales y de la historia, como las señaladas antes. Ambos tipos de catástrofes están relacionadas, porque si bien las primeras no pueden ser evitadas, sus consecuencias son amplificadas por las segundas.

Estos países ya han enfrentado catástrofes naturales, no tan grandes como la actual, pero severas como el terremoto que destruyó la capital de Nicaragua en 1972, o el huracán Fifí, que azotó a Honduras en 1975. También hubo ayuda internacional y reconstrucción, y al final la situación terminó siendo la misma o peor.

La tragedia actual puede representar una oportunidad para no volver a lo mismo, o bien puede sembrar las semillas para tragedias mayores en el futuro. El dictador nicaragüense Somoza dijo que el terremoto que destruyó la capital de su país era una "revolución de oportunidades" porque generaba grandes oportunidades de inversión y, a la vez, los flujos de ayuda para financiarla. Pero como la "revolución de las oportunidades" se quedó en los bolsillos de él y sus compinches, siete años más tarde estalló otra clase de revolución, que derivó en una guerra civil con involucramiento americano y soviético y, dos décadas después, el producto interno bruto per cápita de los nicaragüenses había retrocedido a los niveles de cuarenta años atrás.

Es necesario, entonces, que la ayuda internacional que esos países necesitan se canalice de tal manera que unos años después no hayan regresado al punto de partida, o a uno peor, sino a una situación en la cual se rompa definitivamente el ciclo de catástrofes de la historia y de la naturaleza. La ayuda humanitaria no puede detenerse por estas consideraciones, pero la reconstrucción de largo plazo debe pensarse sobre nuevas bases. Los programas tradicionales de ayuda para la reconstrucción no funcionan en esos países.

Se sabe, por ejemplo, que gran parte del daño provocado por el huracán se debió a la masiva deforestación. ¿No podría la comunidad internacional, con su ayuda, impulsar en esos países masivos planes de reforestación y obtener una prohibición, vigilada internacionalmente, de exportación de madera mientras no hayan programas racionales de explotación de los bosques? El programa de reconstrucción podría incluir un gran componente de cambio de la ayuda internacional por planes de conservación y recuperación de la naturaleza.

La emergencia no debería posponer el fortalecimiento de las instituciones democráticas, especialmente aquellas que crean orden, seguridad y confianza, como el poder judicial y los órganos de fiscalización y control. Lo peor que pudiera pasar es que por el manejo ineficiente o corrupto de la ayuda, al final la desconfianza de los ciudadanos en las instituciones de la democracia sea mayor. Se debe aprovechar la tragedia para hacer el tránsito de democracias electorales (o "illiberal democracies", como las llama el editor de Foreign Affairs, Fareed Zakaria) a verdaderas democracias.

Tampoco la ayuda debería financiar, por igual, la reconstrucción de la infraestructura de los barrios de clase media y alta que la de los barrios pobres, y podría usarse, por tanto, para introducir elementos de justicia fiscal de la cual también carecen esos países.

Finalmente, por primera vez los ejércitos de esos países están subordinados al poder civil, y en el caso de Nicaragua, por primera vez en su historia la fuerza de las armas no es monopolio privado de un dictador, un caudillo o un partido, pero tienen tanques y otros armamentos, inútiles desde el punto de vista democrático y de la seguridad regional, y en cambio no tienen bulldozers ni medios de transporte para ayudar eficientemente en los momentos de desastres. Equipar y capacitar a sus ejércitos y policías para tareas de emergencias y reconstrucción, y para la protección de los recursos naturales, ayudaría a consolidar uno de los aspectos más sensitivos de las transiciones democráticas de esos países.

Finalmente, la ayuda podría pensarse con una visión que contribuya a la integración económica y política de los países centroamericanos. El huracán demostró que son interdependientes. Los puentes caídos en Honduras y Nicaragua tienen interrumpido todo el comercio intrarregional. Y la pobreza podría incrementar los flujos de emigrantes, que ya resultan perturbadores, hacia Costa Rica. ¿Por qué, entonces, no aprovechar la ocasión para establecer algunas autoridades supranacionales encargadas de programas de desarrollo fronterizo, como el del Golfo de Fonseca, o el del triángulo fronterizo entre Honduras, El Salvador y Guatemala, y otros que han estado en los planes durante muchos años y que son estratégicos para el desarrollo de esos países? Se trata de fortalecer las "solidaridades de hecho" de que hablaban Monet y Schuman cuando crearon la Autoridad Europea del Carbón y el Acero que fue el origen de la actual Unión Europea.

Ésas son algunas ideas. Seguramente hay más y mejores. Convendría convocar a una reunión de expertos y conocedores de la región para que desafíen su imaginación y presenten nuevas ideas. Ése es el reto. Convertir la tragedia en oportunidad y la necesidad en virtud.

Edmundo Jarquín es abogado y economista. Fue embajador de Nicaragua en España.

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