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El Metro prohíbe actuar a los músicos en el suburbano por "razones de seguridad"

Antonio Jiménez Barca

A los artistas callejeros les persigue la Administración hasta bajo tierra. La dirección del Metro ha dado orden a sus vigilantes para que impidan a los músicos actuar en el suburbano. La prohibición, decidida por "razones de seguridad", ha provocado la reacción del adjunto para el defensor del pueblo, Antonio Rovira, quien ha salido en defensa de los músicos y ha solicitado ya al Metro que "estudie medidas" para que "determinados músicos y artistas puedan desplegar sus cualidades en las instalaciones de la red de Metro".Pero el director gerente del Metro, Víctor Valverde, lo ve de forma bien distinta: "Los músicos están en pasillos transitados, y si hay una emergencia puede haber problemas. El metro está, en primer lugar, para dar un servicio determinado, y es el de transporte". Argumento al que Valverde suma una crítica al mismo Defensor del Pueblo. "Nos pide que habilitemos sitios para determinados músicos, pero ¿a quiénes permitimos actuar? ¿Quiénes somos nosotros para decir que este señor toca bien y que por eso entra y éste no y que por eso no? Además, el reglamento de los viajeros impide a los usuarios estar más de dos horas seguidas en el metro", remata Valverde.

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Los músicos, por su parte, se quejan de que después de dos años de persecución, coincidiendo con una campaña de seguridad, vieron cómo su trabajo se encontraba cada día con más trabas, hasta llegar a la situación actual, en la que son sistemáticamente expulsados en cuanto desenfundan un instrumento.

Basta que se pongan, por ejemplo, al lado de una escalera mecánica o en un pasillo para que los guardas jurados, "cumpliendo órdenes del Consorcio [Regional de Transportes]", según explican los mismos vigilantes, inviten a los artistas a irse con la música a otra parte. Siempre que esta parte esté en la superficie de la ciudad, donde nuevamente la Policía Municipal tiene instrucciones para impedir que actúen en grupos de más de dos.

Un abogado amigo de los artistas, Jaime Serrano, se tomó el asunto como algo propio y comenzó, ya en 1996, con los primeros atisbos de prohibición, a enviar cartas a todas las instituciones competentes. Una fue la del Defensor del Pueblo; otra, el alcalde de Madrid, José María Álvarez del Manzano; una tercera, el Consorcio de Transportes, dependiente de la Consejería de Obras Públicas, que dirige Luis Eduardo Cortés.

"No se trata de fomentar la mendicidad, sino de permitir que unos profesionales de la música se ganen la vida sin molestar a nadie; los artistas están dispuestos a pasar un examen que certifique que son buenos y que viven de sus instrumentos, como pide el Defensor del Pueblo, a pagar un canon y a llevar un carné expedido por la compañía, como se hace en París", explica Serrano.

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Los músicos están dispuestos a examinarse y pagar un canon para actuar en el metro

VIENE DE LA PÁGINA 1En Nueva York no sólo se permite cantar y tocar en los andenes del mayor suburbano del planeta, sino que la compañía del metro ha editado un disco, titulado Subway, con temas propios de estos artistas. En Madrid, eso no ocurre, y ello pese a que los músicos, como reconocen tanto los entrevistados como su abogado, estarían dispuestos a pagar un canon al Metro e incluso a examinarse para ser admitidos en el suburbano.

Isidoro Fernández, de 28 años, saxofonista desde los 17, que actúa en bares, pubs, festivales de música, que ha grabado algunos discos acompañando a grupos y que toca en el metro cuando le dejan, no pide tanto como en Nueva York. "Sólo pido que, ahora que viene el invierno, nos dejen actuar en los andenes, porque es una manera adecuada de ganarnos la vida". Y lo explica: "Yo podría trabajar de camarero, pero soy músico y me gusta tocar para el público, y el metro me da la oportunidad no sólo de ganarme la vida como lo que soy, sino de promocionarme: muchas actuaciones me salen porque la gente me ve tocar en el metro. Nunca se sabe: Sting contrató al bajo de su disco Bring on the night después de oírle en el metro".

El pasado viernes, Isidoro, acompañado del guitarrista Miguel Sánchez, de 35 años (músico desde joven, profesor de guitarra, que ha actuado con grupos de tango y con bandas rockeras), y del abogado, que acudió en calidad de testigo, llegaron a la estación de Cuatro Caminos. Ya al pasar por el torniquete, al ver de reojo al guarda jurado que se encontraba al lado de la taquilla, Serrano exclamó: "Ya verás qué poco vamos a durar". Bajaron dos escaleras mecánicas; se quedaron al final de la tercera, en un tramo particularmente transitado.

Sacaron los instrumentos y depositaron la funda de la guitarra eléctrica en el suelo. Llegó entonces un segundo guitarrista, que llevaba toda la mañana jugando al escondite con los vigilantes. "De la última que me han echado es de Guzmán el Bueno" , informó. Este músico, que ha tocado con bandas de renombre, prefiere guardar el anonimato por razones económicas: "Si los dueños de clubes se enteran de que toco en el metro, me pagan menos", dice. Después, y mientras sus dos compañeros afinan, se marcha escaleras mecánicas abajo, con la intención de encontrar un rincón despejado de vigilantes.

Observados por el abogado, Isidoro y Miguel comenzaron a interpretar un tema de jazz. En menos de cinco minutos, los viajeros dejaron más de 800 pesetas en la funda de la guitarra. Pero cuando atacaron el principio del segundo tema, una bossa nova, llegó el guarda jurado que antes estaba junto a la taquilla. "Hay que retirarse", dijo. Los músicos obedecieron.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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