"Las novedades fotográficas"
La Feria del Libro Antiguo siempre es una buena ocasión para hacer un recorrido por el Arenal bilbaíno, en donde la oferta tan variada y generosa siempre permite encontrar algo interesante. Entre otras cosas, pude hacerme con algunos ejemplares de Las Novedades fotográficas, una revista que apareció en agosto de 1891 en Bilbao, una ciudad que sabía de la fotografía desde años atrás y donde no faltaban estudios y galerías donde poder retratarse. Con la llegada del fin de siglo, la actividad fotográfica, hasta entonces competencia casi única de profesionales, iba a convertirse en una forma de entretenimiento creativo; una manera de cubrir los ratos de ocio de quienes se habían enriquecido con el desarrollo industrial. El número de aficionados era cada vez más numeroso, se esbozaban los primeros embriones de lo que años más tarde se convertirían en sociedades fotográficas y la capital vizcaína vivía una luna de miel con todo tipo de iniciativas innovadoras. Sin duda, estas inquietudes sociales estimularon a Carlos Schomburg, de origen austríaco, a emprender la publicación mensual de unos cuadernos coleccionables sobre temas fotográficos. Un proyecto que en su primer número, quizás por desconocimiento, se anunciaba como la única publicación que en su género existía en España, cuando en Barcelona se editaba también La Revista Fotográfica. Las Novedades fotográficas ofrecía al fotógrafo de profesión un medio para desarrollar nuevas ideas; al aficionado, la solución de las dificultades que se le podían presentar en la práctica; y a quien la utilizaba con fines científicos le facilitaba la aplicación de nuevos procedimientos. Desde la sección Preguntas y respuestas permitía el intercambio de opiniones con y entre sus lectores; desde esas páginas se resolvían las dudas que surgían con explicaciones claras y de fácil comprensión. Más complejo resultaba entender las formulas para la elaboración de reveladores o emulsiones fotoquímicas con las que impregnar placas de cristal o soportes en tela. Los más avezados podían encontrar información puntual sobre las novedades bibliográficas que se ponían a la venta en otros países europeos. La revista tuvo amplia difusión; muestra de ello es la am plia correspondencia que recibían de diversos lugares. Dentro de su preocupación por los aspectos técnicos, resaltaba su atención por los sistemas de elaboración de copias y su ampliación. Para ello explicaba la necesidad de recurrir a unas linternas especiales. Se componían de una caja de hojalata bien cerrada, una lampara de petróleo con luz suficiente (la energía eléctrica no estaba, ni muchos menos, generalizada), un par de lentes condensadores para iluminar el negativo que se colocaba delante de ellos, un fuelle y un objetivo. Un serial de crónicas firmadas por Cándido Azorín y Bello, que respondían a la pregunta ¿Qué es la fotografía?, estuvieron explicando a lo largo de dos años el conjunto de operaciones necesarias para fijar imágenes con el auxilio de la luz sobre un soporte emulsionado, sin hacer mención especial a los aspectos estéticos. Fueron informaciones sobre exposiciones celebradas en Paris, Viena o Chicago las que dieron pie, aunque de manera muy escueta, a comentarios referentes a la creatividad de las obras. En tres ocasiones se publicaron fotografías. Eran unos paisajes sobre los que se hicieron consideraciones referentes a la captación de las tomas y los procedimientos de revelado, pero no sobre lo atractivo de sus formas o el interés de su composición. Sin duda, una formula excesivamente tecnologizada, pionera y única en el País Vasco, que no pudo trascender más allá de lo que permitía aquella sociedad finisecular donde el máximo interés estaba en el coste del flete marítimo y el nuevo precio del mineral de hierro, no en los procesos de creatividad artística.
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