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Chuchear a las palomas

Mikel Ormazabal

El pueblo navarro de Etxalar, situado en pleno valle del Baztán, donde se alzan varios hitos que limitan los territorios francés y español, posee un paisaje rural de una incomparable belleza que sirve como lugar de paso a las bandadas de palomas silvestres en su época migratoria. En el pequeño alto de Illarramendi (470 metros), recortado en su cima por una suerte de pequeñas ondulaciones que facilitan el trasiego natural de las aves, se practica un arte de caza ancestral, de cuyos orígenes no existen apenas referencias históricas. Las palomeras de Etxalar, que así se conoce esta técnica cinegética, es un ritual tan antiguo como original, a la vez que eficaz. Los mozos del pueblo, formando grupos de 12 personas, dedican dos meses del año a la caza de la paloma torcaz y zurita mediante un procedimiento cuya práctica es exclusiva del lugar. "Es un auténtico espectáculo y al presenciarlo te remontas a siglos atrás", asegura José Ángel Goienetxe, el alguacil de Etxalar encargado de velar por el normal desarrollo de la caza en el coto. Todas las mañanas, cuando el día está a punto de amanecer, los palomeros ascienden al monte Illarramendi, divisan el horizonte y pronostican la suerte de la caza, y casi nunca fallan. Si la climatología y la dirección del viento son propicios, la cuadrilla rompe filas y se distribuye cada cual en su puesto. La técnica de las palomeras exige que los palomeros se escondan en cabañas de ramaje y en unas plataformas de unos 20 metros de altura que se encuentran ocultas entre los árboles y que reciben el nombre de "trepas". Cada plataforma tiene una misión específica y a quienes las ocupan se les pide "un altísimo grado de precisión y coordinación con el resto del grupo", explica José Ángel Goienetxe. Unos hacen flamear unos trapos de tela fuerte que provocan un fuerte ruido al ser aireados y otros están provistos de unos discos de madera muy similares a las raquetas de ping-pong. Los demás están pertrechados junto a seis grandes redes de forma rectangular sujetas al suelo por uno de los lados y alzadas por el opuesto con una combinación de cuerdas y poleas. Estas redes constituyen la trampa y el destino final donde quedará atrapado el bando de palomas. Y al frente de todos los componentes de la brigada de palomeros se halla el director de la batida, el responsable de ordenar cómo se actúa en cada momento de la caza. Cuando el vigía divisa un bando de palomas que se adentra por el desfiladero lo anuncia con un toque de corneta, que prohíbe a los escopeteros lanzar cualquier disparo y obliga al resto a guarecerse para no ser visto por la bandada. Los palomeros comienzan la faena en ese momento profiriendo gritos y flameando las telas para que las palomas tomen la dirección adecuada y se dirijan hacia las redes. A una voz de aviso del director, se empiezan a lanzar desde las trepas las paletas de madera, que se disparan con gran violencia volteándolas hacia arriba para que vuelven a caer a gran velocidad, lo que hace creer a las palomas que aquellos son gavilanes que les atacan. El instinto lleva a la bandada a lanzarse en masa al suelo, volando a muy poca altura y pasando a gran velocidad hasta chocar con las redes. En ese momento se activan las poleas y caen las redes apresando a las aves, de las que muchas esquivan la red o han tenido tiempo de rebasarla. De inmediato las palomas libres remontan el vuelo, ya en la jurisdicción de los escopeteros, quienes se colocan más allá de la red y alineados lo suficientemente alejados para no herirse entre sí con los tiros. Éstos disparan rápida y continuadamente sobre ellas, haciendo numerosos blancos, pero en menor proporción con el número que ha entrado en la red. La operación no finaliza ahí. Los palomeros se introducen bajo la red y comienzan a desnucar a las palomas girándoles el cuello o modiérdolo sin compasión. Dejan vivas algunas que guardan en un delantal con doble forro para su posterior venta. Entones termina la faena. A partir de ahí empieza el recuento, siempre por docenas, al abrigo de la leña que calienta el "hogar de los palomeros", donde dan cuenta de un sabroso asado para festejar la caza.

La única mujer palomera

María Ángeles Irisarri es la primera mujer palomera. La tradición de Etxalar se hereda de padres a hijos varones, pero esta joven ha roto esta costumbre que los habitantes de este pueblo "llevan en la sangre". El nombre de Fermín Sanzberro aparece tallado en una piedra del "hogar de los palomeros", en homenaje a los 69 años (entre 1895 y 1963) que se dedicó a cazar palomas. La familia de Felipe Iparragirre, que estuvo 59 años, tuvo continuidad con su hijo Francisco (63 años como palomero) y hoy se mantiene con el hijo de éste y su nieto. Entre los actuales palomeros Gerardo Danboriena lleva 33 años y reconoce que aún sigue aprendiendo. Para la historia quedarán también las 1.200 docenas de palomas que se capturaron en la temporada de 1942 o las 192 docenas apresadas un día de 1950. Cuando lo normal es que en cada golpe de red caigan entre dos y cuatro docenas de palomas, en Etxalar recuerdan la vez en que 112 palomas sucumbieron al engaño.

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Sobre la firma

Mikel Ormazabal
Corresponsal de EL PAÍS en el País Vasco, tarea que viene desempeñando durante los últimos 25 años. Se ocupa de la información sobre la actualidad política, económica y cultural vasca. Se licenció en Periodismo por la Universidad de Navarra en 1988. Comenzó su carrera profesional en Radiocadena Española y el diario Deia. Vive en San Sebastián.

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