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El pacto imposible

Por fin ha sucedido lo que tenía que suceder: el pacto para solucionar el llamado conflicto lingüístico es imposible. Y es imposible porque, según las leyes de la física, el agua y el aceite no pueden hacer buena mezcla aunque se sometan, horas y horas, a los efectos de la batidora. En un país normal, con conflicto o sin conflicto, la cuestión lingüística se hubiese puesto en manos de la Universidad. Y punto. No lo hicieron los socialistas, con su mayoria de izquierda, ni tampoco lo hará la derecha. Los primeros por temor a la reacción de la caverna. Lo segundos porque, junto con sus socios, pertenecen a la misma. Me refiero a la caverna cultural, claro. Para esta tropa, la Universidad es, poco menos, que un peligro público. Sus miembros son, continuamente, estigmatizados, tratando de enfrentar a los ciudadanos con su universidad. ¿Cómo se puede llegar, con esta gente, a pacto alguno? Y así estamos como estamos. No se acudió en su momento al médico y ahora estamos moviéndonos en manos de curanderos, videntes, profetas e iluminados. No se recurrió a la solvencia universitaria y hemos caído en lo esotérico. Un día de estos me veo a Rappel o Aramis Fuster escrutando lo desconocido para sacarnos de dudas, a los valencianos, sobre qué demonios de lengua hablamos. Vamos bien. Un día, el presidente Zaplana, se dijo: "Esto lo arreglo yo como me llamo Eduardo". Y se puso manos a la obra. De entrada le encargó un dictamen al Consell Valencià de Cultura. Después de no pocos rifirrafes , salió el dictamen. Y el presidente del CVC acudió a la Generalitat a hacer entrega solemne del mismo al señor Zaplana. ¡Focos, por favor! De acuerdo con las recomendaciones del dictamen, se remitió a las Cortes Valencianas un proyecto de ley creando la Acadèmia Valenciana de la Llengua. Era la institución que asumiría la máxima autoridad en materia lingüística y a la cual todos deberían someterse. Se aprobó la ley, que establecía un plazo de 30 días, a partir de su publicación, para nombrar los 21 académicos que deberían formar parte de la misma. Se retrasó su aparición en el Diario Oficial con el fin de que el final de los 30 días cayese semanas después del 9 de Octubre. Si el plazo acababa antes, significaba que el 9 de Octubre podía llegar sin que la obra del señor Zaplana hubiese culminado felizmente, por el enfrentamiento a la hora de nombrar los académicos. Y no era conveniente para el señor presidente presentarse ante el vecindario, en tan señalado día, con un problema como el de la lengua sin resolver y emponzoñado. El Día de la Comunidad, para el presidente, tenía que ser un día de vino y rosas. Su discurso institucional, en tan señalada fecha, había de ser nítido y triunfal. ¡Focos, por favor! Pasó el 9 de Octubre y empezaron las negociaciones para nombrar los componentes de la Acadèmia Valenciana de la Llengua. Venció el plazo legal para su nombramiento y el acuerdo no se había alcanzado. El problema se presentaba de difícil solución. Se trataba de mezclar el agua con el aceite. Se trataba de mezclar médicos y curanderos. Y en estas circunstancias el acuerdo se hacía imposible. Se ha hecho imposible. Entonces sale a la palestra pública un cristiano llamado Castelló y anuncia que si no se llega a un acuerdo antes de Navidad con los socialistas -Castelló es del PP- el presidente Zaplana, en conjunción con sus socios de UV, cambiará la ley en la próxima legislatura con el fin de que los académicos, en lugar de ser elegidos por los dos tercios de las Cortes -para lo cual se necesitarían los votos socialistas- lo sean por mayoría simple. Lo que signfica que la Academia estaría formada, en su totalidad, por curanderos. No creo que ningún médico cualificado estuviese dispuesto a formar parte de ese cónclave y en esas condiciones. Llegado a esta solución, el presidente Zaplana podría presentarse ante el pueblo valenciano diciendo más o menos lo siguiente: "Ante el boicot de los socialistas y en general, la izquierda valenciana, al nombramiento de los académicos que han de velar por nuestra lengua, y teniendo en cuenta la importancia de la misma para recuperar una de nuestras más significativas señas de identidad, y con el fin de acabar definitivamente con el enfrentamiento entre valencianos y conseguir pacificar la sociedad y bla,bla, bla... el gobierno que presido, con el respaldo de la mayoria de las Cortes, ha promulgado una ley según la cual, para cubrir los puestos de académicos, no se necesita la conformidad de la izquierda. La decisión es plenamente democrática puesto que es la mayoría de las Cortes la que respalda este precepto legal. Os prometí una solución al conflicto lingüístico y aquí lo teneis". ¡Focos, por favor! Aplausos de la caverna y entusiasmo de sus poderes mediáticos lanzando anatemas y estigmas a la izquierda perversa y a los catalanistas, vencidos, ¡por fin!, por éste presidente, liberal donde los haya. No en vano bebió el liberalismo en las fuentes pristinas de Joaquin Garrigues y Ximo Muñoz Peirats, según le gusta recordar de vez en cuando. ¡Qué cosas! Así, pues, hemos llegado a un punto de difícil retorno. El PSPV declara que da por roto el diálogo debido a la "falta de respeto" del PP hacia la ley de creación del ente normativo. Yo comprendo la voluntad y el esfuerzo del PSPV por llegar a un acuerdo aún sabiendo que era difícil. No seré yo quien le critique por su esfuerzo y voluntad. Pero la realidad se impone: uno está convencido de que al presidente Zaplana, en esto de la lengua, igual le da chicha que limoná. Le tiene igual que la Acadèmia tenga una composición u otra. A él, ¿qué mas le da? Él va a lo suyo. Y para alcanzar su meta necesita no enfrentarse a la caverna y sus poderes. Aunque en el fondo, tal vez la odie. Pero no puede deshacerse de ella. No le conviene. Así que... a quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga. ¿No está censurando libros? ¿No está intentando controlar al sector de la enseñanza? ¿No está poniendo en práctica políticas muy bien recibidas por el sector más reaccionario? ¿No se está negando a que los institutos lleven el nombre de prestigiosos intelectuales valencianos? ¿Y esto lo puede hacer quien se reclama liberal? En absoluto. Esto sólo lo puede hacer quien no atiende a principios sino, sencillamente, a no molestar a quienes necesita para ir labrando su carrera política y alcanzar las metas que se ha trazado. Que no es, precisamente, la de jubilarse como presidente de la Generalitat. Salvo que no haya más remedio.

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