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Reportaje:EXCURSIONES: PUERTO DE CASILLAS

Elogio del otoño

En Las tragedias grotescas, Baroja se lamentaba de que el otoño -"el fecundo otoño, la época de los frutos sazonados"- tuviera fama de triste, "una fama propagada por poetas llorones que no han pasado por el campo cuando los árboles empiezan a amarillear". La primavera sí que es triste - decía-, porque entonces el hombre se percata de su insignificancia: "Ver que no se renueva como el árbol, ni como el arroyo, ni como la nieve del monte, y que lo que muere en él no vuelve a brotar jamás". Ante la naturaleza que parece morir, en cambio, se siente fuerte. Tan fuerte y rebosante de vida -añadimos nosotros- como Casillas a primeros de noviembre.Casillas es un pueblín abulense que está como en equilibrio, a 1.012 metros de altura, sobre el empinado horcajo que forman las gargantas del Venero y del Pajarero, allá por la cabecera del Tiétar, en el extremo oriental de Gredos, lindando con el término madrileño de Las Rozas del Puerto Real. Fuerte es la mujer que en Casillas retaza y apila la carga de leña que ayer le bajaron del monte; fuerte, la tufarada que las piñas de quemar exhalan por las chimeneas de las salamandras recién encendidas; fortísimo, el estampido de las madrugadoras escopetas en el puerto de Casillas; y más que fuerte, inaudito, el hormiguear de los vecinos que, provistos de cubos y capachos, se encaminan hacia el castañar que el otoño ha pintado de fuerte amarillo.

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Y es que en Casillas, a primeros de noviembre, llueven castañas. Se las oye caer a todas horas: cloc, chof; clanc, boing, según impacten sobre tierra, hojarasca, teja árabe o volquete agrícola. Llueven, en definitiva, gotas de vida, pues a semejanza del bíblico maná, las castañas recién caídas del cielo son asaz nutritivas: 40% de hidratos de carbono, 25% de grasas y varias proteínas. Castañas que asaditas con carbón de encina es como mejor están, aunque hay quien las prefiere pilongas -ya secas y peladas- o guisadas con anís, miel y aceite, como se hacían por Cuaresma.

Para disfrutar de este manjar que yace desparramado por los caminos -el que cae dentro de las fincas, lógicamente, tiene dueño-, nos acercaremos por carretera hasta la piscina municipal del pueblo, donde nos echaremos a andar por la pista de tierra que surge al cabo del asfalto. El camino, llano y flanqueado por castaños seculares, se divide en tres ramales a unos quinientos metros: por el que vira más a la diestra subiremos hasta el prado de las Eras ( con barbacoas para uso recreativo), el cual rodearemos por la derecha dejando atrás el esqueleto plateado de un castaño colosal que -según informes de ancianos lugareños- sobrevivió a un rayo, pero lo mató otro.

Siguiendo siempre la pista principal -que, en caso de duda, es la ascendente-, pasaremos progresivamente de los dominios del castaño (Castanea saliva) a los del pino negral (Pinus pinaster), que mayormente se conoce como pino resinero por lo que vamos a explicar. En los costados de los pies más vetustos, aún se aprecian las incisiones con las que se sangraba a estos pacientes ejemplares para, de la resina así recogida, obtener luego mediante destilación esencia de trementina, vulgo aguarrás. Pero ahora que el aguarrás es pura química, estos pinos se han convertido en carne de fogón.

A una hora y media del inicio, o poco más, habremos alcanzado el puerto de Casillas (1.477 metros), que domina por el sur la depresión del Tiétar y las serrezuelas de la Higuera y de San Vicente, y por el norte el valle del río Iruelas y el embalse del río Burguillo, donde éste se junta con el Alberche. Por aquí pasan, entre el fuego cruzado de los cazadores, las bandadas migratorias de torcaces; por aquí sobrevuelan, mucho más altos, los jóvenes buitres negros del Iruelas, recién emancipados, avizorando quizá la paloma que el can no supo cobrar. Todo esto pasa por Casillas a mediados de otoño.

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