Urbanismo
Vivir la ciudad, gozándola y sufriéndola, es lo propio del vecindario común, ayuno por lo general de conocimientos urbanísticos y de modelos de referencia para juzgar su planeamiento, desarrollo o simple crecimiento, que de todo habrá. Saber ver la ciudad con ojo crítico y fundamentos bastantes para juzgar sus armonías o los disparates que se propician requiere, en cambio, la cualificación del técnico y, sobre todo, de los arquitectos y estudiosos de la morfología citadina. Ellos son la voz autorizada, si bien su aleccionador dictamen no ha de vetarnos ni eximirnos de opinar libremente por nuestra cuenta. Por fortuna, estos días y en estas páginas, se viene pespuntando sin prisas ni pausas un debate sobre la Valencia emergente y que apunta tanto a su dimensión estética como al trasfondo ideológico y especulativo que late en esta eclosión urbana. Nada más plausible y saludable que nuevas firmas y criterios se sumen a los de Juan Pecourt, Miguel Domínguez, Alejandro Escribano y Juan Luis Piñón que han dejado dicha su eminente palabra sugiriendo reflexiones, en unos casos, y aireando sospechas en otros. ¿Será verdad que, como anota el último de los citados, que Valencia "se ha lanzado en los espacios de nueva creación -y con un desenfreno impropio de cualquier ciudad que se precie de tal- a la vorágine de la peor arquitectura de consumo, enraizada en la peor tradición caribeño-especulativa..."? Además del desahogo retórico, alguna pista razonable habría de dársenos a los lectores y administrados para aquilatar tamaña y presunta monstruosidad. Pistas, matizo, sobre la forma e idoneidad de las edificaciones que se yerguen y proyectan, aunque dudo que en punto a nociones tan movedizas como "belleza" o "buen gusto" lleguemos a puerto alguno. Son percepciones muy subjetivas sin otro cánon que la sensibilidad del observador. Sin embargo, sí podrá argüirse de qué manera estas novedosas e impías concepciones arquitectónicas que se aluden hipotecan el futuro de la ciudad. Eso sí es alarmante y reclama una consideración más despaciosa al tiempo que documentada. No basta con meternos el canguelo en el cuerpo induciéndonos a barruntar un conchabamiento de arquitectos y promotores nefandos para seguir apuntillando Valencia con la complicidad de los poderes públicos, que todo podría ser e incluso estar siendo. Del debate referido y apenas pespuntado se desprende asimismo que el urbanismo del cap i casal es un patio de Monipodio donde todo atraco y pelotazo tienen su acomodo. No faltan indicios, incluso evidencias, si por tales reputamos la reiteración de las firmas constructoras beneficiarias y la prioridad que el partido gobernante del municipio otorga a unos objetivos en demérito de otros, de superior entidad cívica e interés para el colectivo vecinal. En este aspecto, tiene uno la impresión de que se quiere consumir aceleradamente los plazos, dándole alas a los enriquecimientos súbitos o continuados de los clientes preferentes, que es una fórmula tan bancaria como poco democrática. Digo, pues, que es llegada la hora de los enterados, de que los expertos y políticos se apresten a dilucidar e instruirnos acerca de la denunciada degradación de la arquitectura que está prefigurando la ciudad del milenio próximo, así de cómo y quiénes "se los están llevando". Pero sin retórica ni demagogia. Con pelos y señales para consumo de ignaros, como yo mismo, y aviso a navegantes.
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