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Tumbas de cinco estrellas

En este paisaje se echa en falta a unos señores con gorras de cuadros y palos de golf. Hasta donde alcanza la vista se extiende un tapiz verde adornado con magnolios y acacias. Los niños corretean y se revuelcan por el césped mientras sus padres se solazan en un banco o pasean a la sombra de una vereda. En un ambiente tan bucólico requiere un gran esfuerzo imaginarse al sepulturero con las manos cubiertas de tierra. Y sin embargo el supuesto campo de golf está sembrado de tumbas. Este cementerio privado, situado a una veintena de kilómetros de Valencia junto a la autovía A-3, celebró ayer una ceremonia muy exclusiva para conmemorar la festividad de Todos los Santos. A mediodía, la mayoría de los valencianos que acudieron a cumplir la tradición de visitar a sus difuntos a los grandes cementerios urbanos se sumergieron en los atascos de tráfico, las dificultades de aparcamiento y las aglomeraciones frente a las hileras de nichos. En cambio, a esa hora, cerca de 800 familiares de personas enterradas en este cementerio privado escuchaban una celebración religiosa, con coro incluido, cómodamente sentados bajo un toldo, o paseaban por el jardín. Apenas tardaron unos minutos en la autovía y pudieron estacionar sus vehículos (con abundancia de Mercedes, BMW y todoterrenos) a escasos metros de la entrada. La muerte iguala a todo el mundo de forma de democrática, pero cada 1 de noviembre las familias que han pagado hasta dos millones y medio por una parcela para la eternidad en este jardín se ahorran algunas apreturas. Allí no verán cipreses, cruces, mausoleos ni cualquier otra simbología mortuoria. Los responsables de este cementerio privado, que echó a andar a principio de los noventa siguiendo el modelo de los cementerios anglosajones con grandes extensiones de césped, se han esmerado en desdramatizar la muerte. Las ondulaciones del tapiz han sido minuciosamente diseñadas para ocultar a la vista la interminable hilera de lápidas de mármol. Contagiados por este ambiente de jardín, la mayoría de los visitantes no exteriorizaban los signos de recogimiento y aflicción frecuentes en los camposantos y abundaban los rostros despreocupados y risueños. "Intentamos que la gente se olvide de que está en un cementerio", comentaba el organizador del acto, Vicente Enguídanos, que aprovechó la vistosidad de la ceremonia para exhibir el camposanto a varias personas y tratar de venderles alguna que otra tumba. "Hoy es el único día del año en que no es difícil convencer a alquien para que venga a ver un cementerio", alega. Cuenta que algunos clientes eligen ellos mismos la parcela, a la sombra de un árbol, pero que a otros les aterra saber dónde yacerán algún día.

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