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París exhibe los inquietos "picassos" de la juventud viajera del pintor

La exposición, con 45 obras, estará abierta hasta el 25 de enero

Una buena parte de las diez pinturas y treinta y cinco dibujos de Picasso que pueden verse estos días en el museo de París que lleva el nombre del artista corresponden a su juventud catalana o, mejor dicho, a esos años en que Picasso va y viene, de París a Barcelona y de Barcelona a París, escapando de la miseria en los dos lugares, modernista aún al principio, casi cubista al fin, azul y rosa en el ínterin.

El Musée National Picasso de París acoge durante tres meses una veintena larga de obras prestadas por el Metropolitan Museum of Art de Nueva York y completa la muestra con fondos propios, con dibujos contemporáneos a las pinturas o dibujos que vienen de Estados Unidos, en muchos casos material preparatorio de telas ambiciosas. La exposición se abre con un Arlequín pintado en 1901, en el que están muy presentes las sinuosidades del modernismo, así como su gusto por los decorados florales. La sorpresa o ruptura con el canon lo aporta el brutalismo de la desproporción, con unas gigantescas manos.

Azul y erótico

En la segunda de las cuatro salas dedicadas a esta revisitación del Picasso joven se encuentran de pleno la etapa azul y el Picasso erótico. La planchadora, dedicada a Sabartés y que formara parte de la colección del fotógrafo y galerista Alfred Stiglitz, es la tela alrededor de la cual se organiza La cena del ciego o las madre y niño que también pintara en 1901, así como una Escena erótica de 1903 que no se mostró en público hasta 1982, cuando por fin se consideró que podía salir a la luz una obra en la que un supuesto Picasso adolescente deja que una chica desnuda le acaricie el sexo con la boca.El viaje a Gósol, en el Pirineo, sirve para entrar de nuevo en contacto con una realidad primitiva, con los rostros del trabajo duro, casi telúrico, de pómulos altos, un poco hieráticos. Es una pausa clasicista, que hace convivir en armonía El peinado de 1906 con los retratos de Josep Fontdevila. El paso siguiente es africano. Son los años en que conoce las máscaras Fang y Bambara, de las que se convertirá en coleccionista, al igual que Braque, Derain o Matisse.

Entre 1907 y 1909, las figuras cierran los puños, las órbitas se vacían, los rasgos se esencializan y, de pronto, con Estudio de cabeza para un desnudo o Estudio para tres mujeres, todo cobra otra dimensión, la pintura es susceptible de ser vista desde distintas perspectivas a pesar de seguir siendo bidimensional. El cubismo está ahí y, al mismo tiempo que se refuerzan las relaciones con Kahnweiler y la admiración por Cézanne, aparece una suerte de parálisis cuando se trata de pintar el rostro humano. Es el momento en que Gertrude Stein posa para él.

La reducida dimensión de la exposición, unida a su coherencia temática y cronológica la convierten en un acontecimiento. Ya no se trata tan sólo de poder ver La comida del ciego junto a la ya citada Planchadora sino de descubrir los rastros de Velázquez y El Greco en la temática o el estilo, de ver cómo de pronto toda la historia del arte, desde la estatuaria ibérica hasta las figuras femeninas de Degas, aparece resumida en una obra que cambia vertiginosamente, que se inventa nuevas maneras cada día.

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