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Reportaje:EXCURSIONES: DEHESA DE LA CEPEDA

Frontera desconocida

Un enclave madrileño en territorio de Castilla y León se esconde entre los pinares de la sierra de Malagón

, A los excursionistas madrileños, tan cosmopolitas y desprendidos, nunca nos ha importado si aquella cumbre o esotra pingorota caen dentro de nuestra región o en la de al lado, pero en estos tiempos de nacionalismo exacerbado y renovada taifa, quizá convenga ir memorizando los límites exactos de nuestra comunidad, no sea que mañana algún pastor ultramontano de prosapia celta o vascongada, en el ejercicio de sus derechos históricos, nos arree un hondazo por traspasar la linde.Una de nuestras fronteras menos conocidas es la de La Cepeda, dehesa de Santa María de la Alameda (Madrid), enclavada entre los municipios de Peguerinos (Ávila) y El Espinar (Segovia), separada de la región por un estrecho de dos kilómetros y medio. En realidad, se trata de un solitaria isla de hierba ceñida por el mar de pinos de la sierra de Malagón, con una altura media de más de 1.500 metros, donde sólo viven vacas. Por eso, nunca sale en los telediarios, ni provoca división de opiniones como el condado de Treviño; pero tampoco hay que minimizar su importancia, pues con sus 1.340 hectáreas de superficie -las mismas que Melilla, por ejemplo- supera en extensión a 18 de los 179 términos madrileños.

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Caminos amplios

La Cepeda tiene su miga histórica. Ya era madrileña a principios del siglo XIII, formando parte de los bienes de propios del incipiente concejo de Madrid, y así se mantuvo durante seis centurias de litigios con los segovianos por la posesión de estas sierras. En 1855, el ministro progresista Madoz, apenado por los campesinos sin tierra, desamortizó numerosos bienes comunales, entre ellos La Cepeda, que fue adquirida en subasta por la familia de Sainz de Baranda -la del famoso alcalde de Madrid-, ni pobre ni campesina. A mediados de este siglo, los Sainz de Baranda se la vendieron a particulares, que desde entonces arriendan sus pastos a los ganaderos de las zonas aledañas.

Y, por último, tiene La Cepeda ese encanto risueño y pastoril de las dehesas serranas, prestándose a un agradable paseo desde Peguerinos, el núcleo mejor comunicado con este enclave madrileño a través de pistas forestales. La que hoy se recomienda es la que, partiendo del aparcamiento que hay en el exterior del cámping de Peguerinos (a cuatro kilómetros del pueblo), rodea sus instalaciones por la izquierda y asciende por la vaguada del arroyo del Chubieco. A los dos kilómetros, rebasado un embalse, se presenta una bifurcación en la que hay que elegir el ramal de la izquierda: el camino entonces se allana, y es más dulce el andar por pinares y hontanares donde la yeguada pace, la vacada abreva y el mastín, con la mosca tras la oreja, sestea.

En una hora y media, si nos mantenemos fieles a la pista principal, estaremos ante la puerta y la cerca de piedra que delimita La Cepeda. Dentro, el camino prosigue por un vasto prado salpicado de piornos y enebros rastreros, donde ni un solo árbol impide a la vista explayarse por el sur hasta las cimas más meridionales del Guadarrama -allá que se alza la picuda Almenara- y por el oeste hasta Gredos, "espinazo pétreo de Castilla" (Unamuno). A1 rato, se franquea otra puerta -que corresponde a un cerramiento de la dehesa- y poco después se ve una tercera a mano derecha, a la vera del camino, justo en el punto donde se tocan Madrid, Ávila y Segovia, como señala un mojón metálico instalado aquí en 1997 para conmemorar el séptimo centenario de El Espinar.

Durante la vuelta, que es por el mismo camino, podemos dedicarnos a reconocer las diversas razas de vacas que pueblan la dehesa: charolesas (albinas), lemosinas (pardas), avileñas (negras) y frisonas (blancas y negras). Aunque la mezcla de genes es tal que encontrar un tipo puro resulta a menudo una tarea tan ardua -y tan inútil, la verdad- como andar buscándole las fronteras al campo.

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