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La Caixa presenta en Málaga sus fondos de "Arte español de los 50 y los 60"

Treinta piezas de primerísimo orden entre lienzos de gran formato, collages en bajorrelieve y esculturas firmadas por algunos de los artistas que permitieron la introducción de los lenguajes contemporáneos y abstractos en España tras el desierto de la guerra civil entre los años 50 y 60 componen la muestra que hasta el próximo 6 de diciembre acoge el Palacio Episcopal de Málaga bajo el auspicio de la Consejería de Cultura.

Los fondos de la muestra proceden de la mejor colección institucional de arte contemporáneo que existe en España, la de la Fundación La Caixa, iniciada en 1985 bajo criterio de María Corral, ex-directora del Reina Sofía y que ayer dirigió el recorrido por la muestra Arte español de los 50 y 60 , pequeñísima cata temporal en una colección que supera las 700 obras. Corral aseguró que en el futuro la colaboración entre la Consejería de Cultura y la fundación cultural catalana se estrechará y que Málaga irá acogiendo paulatinamente muestras de los fondos de esta colección. En esta misma idea abundó Luis Reverter, director de la Fundación, que recordó que en 1999 ya hay organizadas dos muestras en Málaga entre ambos organismos, una de esculturas precolombinas mexicanas y otra de retablos góticos procedentes del Museo de Arte Flamenco de Bruselas. La muestra inaugurada ayer permite un acercamiento visual instantáneo a la convulsión que supuso la introducción en España en los años 50 de los lenguajes artísticos contemporáneos que en Europa y Estados Unidos se llevaban practicando hacía años y que la situación de aislamiento del régimen franquista impidió conocer. Artistas como Antoni Tàpies, los miembros del Grupo El Paso (Antonio Saura, Martín Chirino, Rafael Canogar, Manuel Millares Y Luis Feito) o Jorge Oteiza comenzaron a importar sus breves experiencias en el extranjero que entonces se relacionaban básicamente con movimientos cercanos a la abstracción, como el informalismo o el expresionismo abstracto norteamericano. Cuenca, Madrid, Barcelona o las islas Canarias se convierten en brotes casi revolucionarios de estéticas informalistas que reflejan a la vez el cuestionamiento de fórmulas pictóricas tradicionales y se asocian a movimientos filosóficos como el existencialismo. La carga política asociada a muchos de estos creadores fue inmediata, amparadas por el reconocimiento internacional de estos entonces jóvenes creadores. Otros artistas se asociarán a este período de apertura, muchas veces desde posiciones muy individualizadas, como José Guerrero -el único andaluz de la muestra y el más norteamericano de los pintores españoles de entonces-, Josep Guinovart, Lucio Muñoz o Gustavo Torner. El tránsito entre los 50 y 70 va aparejado a la introducción de nuevas estéticas como el neorrealismo o el pop, que en el caso español siempre tuvo más que ver con el pop inglés y alemán, más cargados de denuncia política. Piezas-collage de Albert Rafóls-Casamada y Josep Guinovart recuerdan el primer pop hispano, donde los elementos matéricos y puramente pictóricos tenían un gran protagonismo. La carga dramática de algunas de estas piezas, fechadas entre mediados de los cincuenta y primeros setenta, se crecienta sobre todo en la selección del recientemente fallecido Antonio Saura y Manuel Millares. La exhuberancia de la materia, la monumentalidad de los lienzos, el dramatismo del trazo, la limitación de la paleta al negro, blanco y gris, la influencia surrealista del expresionismo de Saura se intensifica en las piezas de Millares: arpilleras llenas de pintura roja, blanca negra u ocre, que se retuercen para crear seres deformes salidos como del envés de una pintura amable: explícitas pesadillas abstractas de una época de revoluciones y guerras frías vividas desde un país donde el silencio era aún obligatorio.

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