_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Contra la indiferenciaJOSEP RAMONEDA

Josep Ramoneda

Los que por su posición o por su ideología se han sentido contrariados por la detención de Pinochet en Londres están utilizando los tradicionales argumentos de los efectos perversos de los hechos mejor intencionados y del riesgo de poner en peligro reformas ya consolidadas con una acción poco meditada (perversity y jeopardy, en los conocidos trabajos de Hirchsmann sobre el pensamiento reaccionario y progresista). Desde que la historia se rebeló contra el intento de construirla siguiendo un único camino proclamado como necesario, desde que se enterró la idea del estado de perfecta armonía y se aprendió que los valores y las reformas pueden ser incompatibles entre ellos, todas las precauciones en torno a los efectos de cualquier decisión o reforma política son justificables. Sin embargo, liberados de las exigencias ineludibles de la historia, de la creencia, que tanto daño ha hecho a la izquierda, de que la historia estaba con ella y que fuera de ella sólo cabía la catástrofe, es precisamente ahora cuando se pueden empezar a defender las decisiones y las propuestas por sí mismas, sin encadenarse al discurso de las consecuencias no queridas. "Se impone", como ha escrito el propio Hirschmann, "una distinción clara entre la vigilancia, que obliga a estar atento a las diversas consecuencias imprevistas de las acciones humanas, y la búsqueda unilateral y desdichada sólo de los efectos perversos, considerados como el triunfo último del analista". A favor de la detención de Pinochet hay argumentos de justicia, aunque sea nimia la reparación que se propone al lado del inmenso daño hecho; de restauración de la verdad histórica, y, también, por qué no, de satisfacción por ver que los poderosos, a veces, también pagan. No es baladí este último argumento, porque hechos como éste contribuyen a que crezca la confianza en las instituciones democráticas, que son capaces, a veces, y con no pocas dificultades (en España tenemos ejemplos cada día en los juzgados), de reprimir algunos abusos de los sectores sociales hegemónicos. En contra de la detención, la argumentación que más atención merece es la de los riesgos que Chile puede correr con este episodio. Argumento, por otra parte, que confirma que la democracia chilena es una democracia tutelada, que queda mucho camino por andar en una sociedad que la dictadura dejó completamente fracturada, con la impagable ayuda del maestro de liberales Milton Friedman y algunos de sus discípulos. Pero ¿por qué los efectos de la detención de Pinochet tienen que ser perversos para la situación chilena? ¿Por qué no pueden ser positivos? Si se trata de buscar una coartada para liberar al dictador, se entiende que sólo interesen los efectos negativos. Pero si se pretende un análisis objetivo de la situación, ¿por qué no preguntarse también si la detención de Pinochet puede favorecer a la democracia chilena? El razonamiento de los efectos perversos es pusilánime, en la medida en que es deudor del síndrome de Estocolmo que se genera en torno a los déspotas. Parece como si lo único importante en Chile fuera la tranquilidad de los pinochetistas. ¿Y las fuerzas democráticas? ¿Y los que resistieron a la dictadura? ¿Por qué no se contempla la hipótesis de que la detención de Pinochet mejore las posiciones de los demócratas, empiece a minar la fuerza de los antidemócratas y, por tanto, consolide la democracia en aquel país? Puede que en unos primeros momentos se produzcan enfrentamientos y situaciones conflictivas, impulsadas por el resentimiento de los que siguen jaleando a la dictadura; pero, superadas las primeras tensiones, es perfectamente posible que la ausencia de Pinochet opere como un factor de normalización democrática y no de regresión. Es su poder tutelar sobre la vida constitucional lo que convierte al pinochetismo en un sindicato de intereses. Sin el líder que los agrupa (y los legitima a los ojos de los sectores que se aprovecharon de su régimen) es probable que se acelere la desbandada, como ocurrió aquí con los franquistas que corrieron a abandonar el barco cuando vieron que el cambio era imparable y que era mejor buscarse la vida bajo el cielo constitucional. Sin embargo, los argumentos democráticamente contestables son otros: aquellos que convocan a una cultura de la indiferencia, que es la mejor manera de desarmar a la democracia. Dos son los que más han circulado: el respeto a la diversidad de sensibilidades (consagrado por Aznar desde el primer momento) y el principio de no injerencia (que ha tenido múltiples formulaciones: desde el patrioterismo que viene de Chile hasta los refinados ejercicios teóricos del fiscal Fungairiño, respetuoso con generales que, según él, no han hecho más que restituir el orden constitucional a tiros). Sobre las sensibilidades: un gobernante democrático no puede situar en mismo plano las sensibilidades pinochetistas y las sensibilidades democráticas. Con ello sólo se consigue cultivar la indiferencia: dejar por sentado que es exactamente lo mismo un demócrata que un fascista. No es ninguna novedad. La derecha lleva tiempo intentando minimizar el carácter dictatorial del franquismo (ayudada por la incapacidad del PSOE de fomentar una cultura democrática cuando gobernó), tratando de tirar cubos de olvido sobre la tradición de cada uno y desdibujando el discurso político en nombre de la eficacia y la prudencia. La detención de Pinochet parece haber bloqueado los mecanismos de contención formal y ha dado oportunidad a que los rostros se mostraran cortos de maquillaje. Sobre la no injerencia: la detención de Pinochet ofrece una nota de optimismo pensando en el futuro de la sociedad global. Es un hecho novedoso. Y puede que pille -no sólo a las mentalidades, sino incluso a los mecanismos jurídicos- con cierto retraso respecto al acontecimiento. Pero obligará a estudiar seriamente mecanismos que garanticen que la impunidad se ha acabado para los que utilizan el Estado para cometer crímenes y barbaridades. Habrá, sin duda, muchos mecanismos de obstrucción. Las relaciones de fuerza cuidarán de que no todos sean perseguidos por igual. Nada es creíble, por escrito que esté, hasta que empieza a ocurrir. Se ha detenido a un dictador. Se ha dado el primer paso.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_