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CARDIOLOGÍA

La mitad de los infartos no presentan dolor o los síntomas aparecen camuflados

La evolución del paciente depende de la atención que reciba en las primeras horas

En la mitad de los 100.000 infartos anuales que se producen en España, ni el médico ni el paciente lo tienen fácil para identificar el ataque. En un 25% de los casos no se produce dolor y en otro 25% los síntomas son tan confusos que son difícilmente reconocibles. En estas condiciones, puede ocurrir que el infarto no sea diagnosticado porque el primer médico que lo atiende no sea un cardiólogo, según el presidente de la Sociedad Española de Cardiología (SEC), Alfonso Castro-Beiras. "Cada paciente cuenta los síntomas de forma distinta, y eso lo ve el cardiólogo, que se basa en la experiencia de muchos diagnósticos", apunta Castro-Beiras.

Incluso en un 25% de los infartados, el electrocardiograma tampoco es capaz de detectarlo y esta circunstancia es la que figura en buena parte de las denuncias. Esto puede ocurrir cuando el infarto es muy pequeño, ante un paciente muy obeso o porque el sistema eléctrico de su corazón tiene tantas alteraciones que no registra las nuevas.

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"Lo más importante siempre es acercar al enfermo al hospital cuanto antes. Tenemos estudios que coinciden en lo mismo: muchos enfermos tardan en llegar al hospital", dice el presidente de la SEC. Según datos del Insalud, un 20% de los infartados (unos 15.000) murieron sin llegar a un centro sanitario, un 60% (70.000) ingresaron en el hospital y un 20% (otros 15.000) se diagnosticaron equivocadamente o fueron reconocidos con posterioridad al ingresar por otra enfermedad.

Dolor en el pecho

La mayoría de los infartados que fallecen lo hacen en las primeras horas, explica José Luis López Sendón, jefe de la unidad coronaria del hospital Gregorio Marañón, de Madrid. "Cuando han pasado ocho horas se mueren muy pocos. Y cuanto más cerca se esté del inicio de los síntomas, más peligro existe de morir, pero es entonces cuando cualquier intervención es más beneficiosa", añade. López Sendón cuenta que cuando el corazón avisa, lo hace casi siempre con un dolor atosigante en el pecho, que se puede extender o no por el cuello, los brazos y las mandíbula, e ir acompañado de mareos, náuseas, sudor, fatiga, dificultad para respirar y pérdida de conocimiento. "Pero también puede ser un dolor menos típico que se produce en la boca del estómago, en la espalda o sólo en la mandíbula, y a veces los síntomas son tan confusos que pueden confundirse fácilmente con los de una gripe, una indigestión o simplemente gases", dice.

La causa más frecuente de la muerte por infarto -pero no la única- es la arritmia ventricular o parada cardiaca, cuyo tratamiento sólo es efectivo en los primeros minutos. Si no se trata a tiempo, mueren entre un 30% y un 40% de los pacientes. Si la crisis se produce en un centro hospitalario, la mortalidad se reduce a un 10%, pero si ocurre en la calle y sin asistencia, fallecen el 80% de los afectados.

López Sendón enumera tres aplicaciones terapéuticas inmediatas: un monitor y un desfibrilador para aplicar un choque eléctrico que reanime al corazón; administrar una pastilla de nitroglicerina debajo de la lengua (la molécula cuyo descubrimiento ha merecido este año el Nobel de Medicina) y una aspirina, "tan efectiva como los tratamientos complejos posteriores", asegura.

Para afrontar la fase siguiente -la de disolver el trombo que produce un infarto- existen dos procedimientos: suministrar fármacos trombolíticos o practicar una angioplastia. "Los trombolíticos reducen la mortalidad en las primeras 12 horas. Después no producen ningún efecto. Pero si se aplican durante la primera hora después de aparecer los síntomas, la mitad de los pacientes no llegan a hacer un infarto", señala Esteban López de Sa, cardiólogo del Gregorio Marañón.

Insuficiencia cardiaca

Pero tienen inconvenientes: no siempre disuelven todos los trombos y a veces eliminan otros que están salvando la vida, por ejemplo, uno que tapone una vena cerebral que, al disolverse, provoca un derrame cerebral. El grupo de pacientes que presentan algún riesgo de hemorragia (puede ser por cualquier herida) son candidatos a la angioplastia: consiste en deshacer el coágulo mediante un catéter. Sus riesgos: "A veces es muy difícil pinchar el trombo, y si el corazón está muy afectado, es arriesgado manipularlo", apunta López de Sa.

La evolución de los infartados dependerá del tamaño del músculo cardiaco afectado (número de células muertas). La consecuencia suele ser la insuficiencia cardiaca, es decir, la incapacidad del corazón para bombear sangre al resto de los órganos. La incidencia de la insuficiencia cardiaca se está disparando en los últimos años, pero como consecuencia de que ha aumentado mucho la supervivencia en los infartos.

Un 15% de las personas que han sufrido un infarto reingresan, generalmente por otras alteraciones cardiacas, y a un 10% se les repite dentro del primer año. En este caso, el segundo infarto suele ser mortal.

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