Los presos irlandeses no reconocen su propio país
Asaltó un banco, construyó bombas y fue sorprendido transportando armas. Con la excepción de asesinatos, el exsoldado del Ejército Republicano Irlandés (IRA) Seanna Walsh cometió prácticamente todos los delitos imaginables y pagó por ellos un total de 21 años en cárceles británicas. Desde hace un mes, Walsh es un hombre libre que confiesa que se quedó pasmado ante el cambio registrado en el paisaje político y en la calle norirlandesa desde la firma del acuerdo de paz entre católicos y protestantes en abril pasado. "Es sencillamente otro mundo", decía el otro día este excombatiente republicano de 42 años, muchos de los cuales transcurridos como ferviente admirador del Che Guevara, el Congreso Nacional Africano (ANC) surafricano y los Vietcong. Sus pocas canas no disminuyen su aspecto juvenil y atlético, acentuado por un chándal azul y zapatillas flamantes. "Lo que más me impresionó al volver al centro de Belfast es que ya no se veían por allí esas patrullas de soldados británicos. Me dije: Acá hay algo raro. Me costó admitir que las cosas habían cambiado radicalmente. Por primera vez en mi vida no vi los negocios protestantes como un objetivo militar. Por primera vez sentí una esperanza de paz".
En realidad, Walsh le debe su libertad a esa misma esperanza. Su excarcelación, que le ha ahorrado otros diez años en los calabozos de la prisión de Maze, ha elevado a 133 el número de presos norirlandeses que recobran su libertad gracias al acuerdo de paz entre los nacionalistas católicos y los protestantes probritánicos, que recibió el viernes la distinción del Nobel de la Paz. Hoy Walsh piensa más en conseguir un trabajo para mantener a su mujer y sus dos hijas, Caoimne, de 12 años, y Maread, de 9, y ofrecerles un hogar donde el padre no sea una figura ausente.
Su historia es la historia de millares de jóvenes norirlandeses atrapados en la vorágine de una guerra que agoniza después de tres décadas de odio, bombas y balazos. Walsh la cuenta cerrando a menudo los ojos para recordar hora, fechas, pasajes y nombres de su azaroso pasado: "Nunca olvidaré el día en que los soldados británicos irrumpieron en la casa de mis padres, en el barrio de Short Strand. Fue un alboroto gigantesco. Nos espantaron a todos. Dos de ellos me dieron allí mismo una soberana paliza. Hasta entonces yo no había hecho nada más que inscribirme en el movimiento juvenil del IRA. Quería ser electricista. Tenía 16 años".
Meses después, Walsh se hizo brevemente famoso el 4 de enero de 1973. Acompañado de dos compañeros, asaltó la sucursal del banco Carriduff en un sector protestante de Belfast. Financieramente fue una operación catastrófica para el IRA. "Antes de que me diera cuenta, los polis me tenían contra un automóvil, con los brazos en alto y el botín embutido en mi casaca", recuerda. Le condenaron a cinco años de cárcel, y salió al cumplir tres.
Pero Maze, a la que los republicanos llaman la Universidad de la Libertad, ha sido siempre un semillero de activistas. Tres meses después de su primera excarcelación, en agosto de 1976, volvió a meterse en problemas. "Para entonces yo era ya un soldado del IRA hecho y derecho", recuerda, con una mezcla de orgullo y nostalgia.
"Un día la policía me hizo parar el coche que conducía y en una revisión de rutina hallaron en el baúl un fusil SKS", dice. Walsh ya no volvió a su casa, sino que regresó otra vez a Maze, esta vez con una condena a 10 años. Salió en 1984. Fue, una vez más, una libertad que duró poco. En agosto de 1988 la policía le sorprendió preparando proyectiles para los morteros del IRA. Walsh se resignó a cumplir su condena a 20 años. Desde la sombría y angosta perspectiva que ofrecen las celdas, Walsh comenzó a seguir la dinámica política en Irlanda y el Reino Unido. "Cuando vi que el Gobierno (conservador) de John Major no tenía coraje, y por ello no estaba dispuesto a entablar un diálogo, me despedí de mi ilusión de salir a la calle", dice.
El triunfo del laborista Tony Blair en mayo de 1997 transformó esa percepción. Fue ese giro en la política de Londres lo que le comenzó a infundir esperanzas de una vida en libertad y con posibilidades de reconciliación. Ya no funcionaba la lógica de la violencia por la violencia. Blair nos convenció", añade con firmeza. "Era otro estilo. Allí estaba Mo Mowlam [la carismática ministra británica para Irlanda del Norte] visitando áreas que los conservadores jamás habían pisado, hablando con la gente. De pronto los británicos dejaron de comportarse como colonialistas".
Dentro de Maze, el mejor ejemplo de la nueva conducta británica emergió cuando la televisión de la cárcel mostró a los presos las escenas de la policía y el Ejército británico impidiendo la marcha de los orangistas en Portadown, en verano. "Blair había decidido pararles y eso nos alentó aún mas", dice.
"Hay que tener fe en este proceso", dice Walsh, "porque es la mejor opción disponible. Los días de la lucha armada se han acabado. Volver a empuñar el fusil sería algo más que comprarse un billete de regreso a la cárcel. Sería desconocer la realidad y esa realidad es que hay diálogo, hay negociaciones".
Le daría sin duda razón David Ervine, el líder izquierdista protestante del Partido Unionista Progresista (PUP) que, aparte de la edad, tiene mucho en común con Walsh. Ervine también empuñó las armas y se pasó cinco años y medio en la prisión de Maze por posesión de explosivos. Su trayectoria como militante de las llamadas Fuerzas de Voluntarios del Ulster (UVF) finalizó poco después de su excarcelación en 1980, al término de un largo proceso de examen sobre la futilidad de la lucha armada.
Ervine cambió hace tiempo los manifiestos milicianos y quizás hasta la pistola por el teléfono portátil. El traje y la corbata completaron la metamorfosis de este hombre que pasó su juventud enfundado en una de esas zamarras negras de piel, el uniforme de los paramilitares de todo color. Consiguió, a fuerza de enormes ejercicios de persuasión, encarrilar a las temibles UVF por la senda del diálogo.
"No puedo decir que la cárcel fue mi camino a Damasco", decía el viernes Ervine, un hombre jovial cuyo boscoso bigote negro contrasta con una calvicie casi total y prematura para sus 45 años. "Pero fue allí donde me convencí de que con la violencia no se consigue nada más que alimentar la correa transportadora que lleva cadáveres al cementerio". Una frase bastante gráfica en un país donde el odio ha segado más de 3.500 vidas en tres décadas. "La cuestión es cómo afrontar el problema de la violencia en un lugar en el que existe toda una subcultura de violencia", dijo. "Lo importante es no desesperar y trabajar conscientes de que ya no hay otra opción que la de la paz".
Mientras Ervine hablaba, las rejas de Maze volvieron a abrirse el viernes. Del interior de una de las más temibles prisiones de Europa emergió el protestante probritánico Sam McCrory, el fornido líder de la igualmente temible Asociación de Defensa del Ulster (UDA). No dijo palabra. La drástica reducción de su condena -originalmente 16 años de cárcel por conspiración para asesinar-, cortesía del acuerdo de paz en el Ulster, debió dejarle mudo, como a muchos incrédulos de los avances periódicos. Si todo sale bien, hacia mayo del año 2000 ya no quedará ni un solo preso político. El sector más preocupado por esta perspectiva es el personal de prisiones, que la semana pasada ya fue oficialmente notificado de que se avecinan despidos colectivos. Signos de tiempos nuevos en el Ulster.
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