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Determinación, selección y monogamia

Ignacio Marín, investigador del Instituto Cavanilles de la Universidad de Valencia, se dedica a un aspecto del sexo que está resultando ser sorprendente: cómo un embrión de una especie decide si va a ser macho o hembra cuando se desarrolle. Lo que se ha descubierto es que especies distintas, aunque a veces muy próximas, emplean estrategias diferentes para la determinación del sexo. Mientras que en la mosca del vinagre cada célula cuenta el número de cromosomas X que tiene y, en función de que sean uno o dos, es hembra o macho, sin que el cromosoma Y intervenga para nada, en el ser humano lo importante es un gen en el cromosoma Y que determina la creación de testículos. Las hormonas que éstos segregan son la señal para que las demás células se hagan macho.El hecho de que varíen tanto las formas de determinación del sexo indica que es un proceso que ha evolucionado muy rápidamente en algunos casos, se supone que porque se han dado las circunstancias adecuadas. Sin embargo, en los mamíferos los genes implicados en la determinación del sexo son los mismos desde hace 130 millones de años.

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Bruce Baker (Universidad de Stanford) es partidario de la visión dominante, la de los buenos genes, en la selección sexual. Señala que en los primates (y el hombre) la inteligencia complica el proceso, ya que la hembra debe equilibrar su busca de buenos genes con la de una buena posición en la estructura social, y la sensación de que el macho ayudará a criar a los descendientes. Y los machos deben elegir entre diseminar sus genes apareándose con muchas hembras sin preocuparse de las crías o cuidar las crías de una o dos hembras. En el mundo animal la monogamia desde el punto de vista genético o sexual apenas existe, aunque sí es común la monogamia social (mantener una pareja hasta que las crías estén criadas). Baker recuerda que en el ser humano, históricamente, la estrategia elegida más común ha sido la de cuidar los hijos de una sola pareja pero sin que la monogamia sea una regla estricta.

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