El Gobierno colombiano reconoce políticamente al ELN sin obtener una declaración de alto el fuego
Colombia dio anteayer, 12 de octubre, un paso sin duda trascendental en la evolución de su marcha hacia la paz, aunque es difícil precisar en qué dirección. En el Día de la Hispanidad, que aquí siguen llamando de la Raza, en una breve rasa del valle de Rioverde, a media hora de helicóptero de Medellín, en las montañas del Oriente de Antioquia, el Gobierno de Bogotá y la guerrilla de la sierra, como dos desposados, se prometieron fidelidad mutua y la búsqueda de una paz verdadera. El objetivo, acabar con una violencia de decenas de años.
El Ejecutivo del presidente Andrés Pastrana reconoció públicamente en una ceremonia, mitad misa de campaña mitad pic-nic político, en presencia de medios de comunicación colombianos e internacionales, la representatividad política y casi la limpieza de sangre del Ejército de Liberación Nacional (elenos para la afición) sin que obtuviera a cambio ni una declaración formal de alto el fuego, ante las inminentes negociaciones de paz que, con exquisita prudencia, comenzarán por tratar de la humanización de la guerra.El acto transcurrió apropiadamente por el tono cristiano de base de la organización guerrillera, en una choza que fue iglesia rural, crucifijo al fondo que con su fachada escamoteada por la ruina era la viva imagen de un belén navideño. En el centro de la única estancia de la casuca, tras una mesa de escueta carpintería, los comandantes Felipe Torres y Francisco Galán, en libertad durante tres días de la cárcel de Itagüí, donde residen desde hace cinco años, que eran en nombre del ELN uno de los progenitores del acuerdo para hablar de paz; en los alrededores, el delegado del Gobierno, Gonzalo de Francisco, que representaba al otro cónyuge -más José que la Virgen-, y en asiento muy principal, los representantes de las fuerzas sociales que han negociado durante estos últimos meses con la guerrilla en su calidad de Magos de Oriente. En este pesebre colombiano no había vaca ni jumento. Apostados por toda la explanada, con mirada de asueto pero pasamontañas como ala de cuervo y lana tupida, un centenar de guerrilleros de ambos sexos, tan jóvenes muchos de ellos que llevaban la pubertad en la punta del fusil.
El documento aprobado por guerrilla, Gobierno y sociedad, establece que para el 13 de febrero de 1999 esté instalada una Convención Nacional -en Colombia la terminología de Robespierre sigue pareciendo moderna- de unos 240 integrantes, elegidos por consenso de entre los tres grupos anteriores. Ese Parlamento paralelo deberá presentar sus conclusiones para la paz en un plan detallado sobre derecho humanitario internacional, democracia, justicia social y, si todo va bien, reinserción a la vida civil de guerrillas y presos políticos de cualquier condición el 12 de octubre, a un año de este primer paso, que supone literalmente la legalización de un grupo subversivo que, de momento, no abjura de la subversión.
El ELN es el segundo gran movimiento guerrillero de Colombia, con unos 5.000 efectivos, sin ser cicateros con la contabilidad, tras las poderosas FARC. Su líder, hasta su muerte a principios de año, fue el cura Pérez, sacerdote exclaustrado que, porque nació en Zaragoza, se suele considerar en Colombia un producto muy español. Hoy gobiernan el ELN dos comandantes, Nicolás Rodríguez y Antonio García, con quienes se dialogó malamente a través de un éter infestado de interferencias por radioteléfono, y soplándoles en el cogote, de lo colectivo que quiere ser el equilibrio entre sensibilidades de guerra y paz, una estrella ascendente, el comandante Óscar Santos, que también leyó papeles en el acto, y los dos portavoces, Torres y Galán.
La negociación que se avecina es paralela, pero nunca indisociable de la que sostendrán las FARC con el Gobierno a partir del 7 de noviembre. Torres y Galán declararon a EL PAÍS que la paz sólo puede ser general y que ambos procesos deberán converger o no será posible el acuerdo con el Estado del uno sin el otro. Interrogado Nicolás Rodríguez, Gabino, por este enviado por medio del jadeante radioteléfono sobre si eso significaba que el ELN no podía deponer su disidencia sin permiso del movimiento que dirige Manuel Marulanda: "Somos soberanos e independientes, pero nuestros objetivos son los mismos, aunque con metodologías distintas". Es decir, que la paz de las FARC arrastraría al ELN, pero su ruptura con el Gobierno haría inútil la voluntad conciliadora de los elenos.
Y a todo ello se suma una dificultad de talla: ni una ni otra guerrilla admite la entrega de las armas, no ya durante las negociaciones, sino incluso tras la firma de un acuerdo definitivo, al tiempo que exigen para entrar en materia negociadora el canje de cientos de sus presos por un número algo menor de soldados y policías que se hallan en su poder. Con plácido desparpajo, Galán dijo a EL PAÍS que ellos se desarmarían en cuanto el Ejército hiciera otro tanto.
Ayer los dos portavoces debían regresar a sus celdas acompañados en helicóptero por el embajador de España, Yago Pico de Coaña, que ha sido nombrado garante por todas las partes, que lo reverencian. En esos días de libertad, Torres se bañó horas y horas en el vecino río y Galán daba vueltas a caballo sin cesar por la irregular nava, ambos empapándose de tierra y aire, ante la perspectiva devastadora de ser encerrados de nuevo.
Tienen, sin embargo, en Itagüí televisor, secretaria con horario de oficina, dos comunicaciones telefónicas diarias con su mando central, móvil para atender a la prensa e Internet para navegar por el mundo. Los primeros indultos de Pastrana todos creen que deberían ser para estos dos guerrilleros modelo. A veces, Dios escribe paz con renglones torcidos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.