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Primakov promete atajar el hambre en Rusia

Lo que más preocupa a muchos rusos ante la llegada del invierno no es ya el impago de sus salarios y pensiones o la escalada de los precios, sino el fantasma del desabastecimiento. El primer ministro, Yevgueni Primakov, que no ha podido pergeñar todavía un plan para superar la crisis, salió anoche al paso de este temor y, en su primer mensaje al país, prometió que la gente no pasará hambre. "Puedo asegurarles que tendrán verduras, frutas y patatas", anunció por televisión para aliviar la tensión que hoy promete sacar a la calle a millones de personas desde Kaliningrado a Vladivostok.

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En otras circunstancias, habría sido Borís Yeltsin quien hubiese dado la cara. Que cediese anoche el escenario a Primakov constituyó la mejor prueba de que el poder se ha trasladado en buena medida desde el Kremlin a la Casa Blanca (la sede del Gobierno).El presidente prefirió quedar en un discreto segundo plano, consciente de que es considerado por la mayoría de la población como el principal culpable de que Rusia esté flotando en el abismo. De hecho, el principal grito de batalla será hoy ¡Fuera Yeltsin!

Primakov aseguró que Ucrania y Bielorrusia pagarán parte de sus deudas con alimentos, que se desbloquearán las mercancías retenidas en la aduana, que se pagarán los atrasos a trabajadores y pensionistas, que no se nacionalizarán los bancos comerciales, que el Estado y las empresas cancelarán sus deudas mutuas y que habrá pronto un programa económico, en cuanto acaben las negociaciones con inversores y organismos financieros internacionales.

El primer ministro, cuyo crédito se agota a medida que pasa el tiempo y no concreta su política para responder a la crisis, pidió a la población que "no agite el barco" común porque "el mar todavía está muy agitado". Según él, para superar la crisis hace falta "calma y consenso, estabilidad y disciplina, obediencia a la Constitución y las leyes y situar los intereses generales por encima de los propios". Una exigencia excesiva en un país donde se practica como en pocos la política del sálvese quien pueda.

Hoy podrá comprobarse el efecto de su llamamiento. Miles de manifestaciones y huelgas en empresas estatales y privadas marcarán lo que comunistas y sindicatos pretenden que sea la mayor protesta en siete años contra la pseudodemocracia corrupta surgida de las cenizas de la URSS.

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La protesta viene marcada por una crisis económica que, según el presidenciable general retirado Alexandr Lébed, ha situado al 80% de la población al borde o por debajo del límite de la pobreza. Ése será el combustible para la cólera de quienes exigen que se vaya del Kremlin quien consideran culpable de este fracaso: Borís Yeltsin. El propio Lébed apoyo ayer la jornada de protesta convocada inicialmente por los comunistas.

Unos 16.000 policías y tropas del Ministerio del Interior vigilarán, tan sólo en Moscú, que no degeneren en incidentes violentos las diversas marchas, que se espera congreguen en la capital a más de 200.000 personas y que tendrán como punto de destino la explanada existente entre la catedral de San Basilio (en la plaza Roja) y el río Moscova.

En San Petersburgo, la segunda ciudad en importancia del país, el punto de cita será la gigantesca plaza situada junto al palacio de Invierno, la residencia zarista (que hoy alberga el museo del Ermitage) cuya caída marcó hace 81 años el triunfo de la revolución bolchevique.

Pese a la gravedad de la situación, que seguramente irá a peor con la llegada del frío, los rusos (que, según Lébed, "tienen una paciencia de burros") están todavía a cierta distancia de una explosión social que nadie quiere. Ni siquiera los comunistas, cuyo líder, Guennadi Ziugánov, decía ayer que las tres cosas que más teme en este mundo son "la revuelta, el hambre y la guerra".

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