Imagen del poder
Muchos dicen que esta comedia no es de Lope; no es de mi incumbencia, porque mis conocimientos no me permiten entrar en ello; pero sí puedo decir que quien la escribió (¿el comediante, el dramaturgo Andrés de Claramonte?) tuvo por lo menos el mismo talento al crear una de las mejores obras del Siglo de Oro.En el lenguaje, en la metáfora más que en la rima; en el adelanto al romanticismo, que luego la explotó. Tuvo el valor poco común de sacar a un rey que es el "malo" del terrible folletín: borracho, lúbrico, traidor, cruel. Eso sí, buscó para ello a Sancho el Fuerte, Sancho IV de Castilla, que se alzó contra el querido Alfonso el Sabio; considerado infame por la historia, y a cuatro siglos de distancia. Rey infame, pero rey: o sea, dios absoluto, cuyas peores órdenes hay que obedecer. Salvo, eso sí, la ciudad de Sevilla, que tenía una especie de democracia: los Veinticuatro, los regidores, sus justicias, y que aparece en la obra con grandes ditirambos: comparable a la ciudadanía romana. No hay que ir demasiado lejos en la atribución a esta obra de un enfrentamiento con el poder, o de su discusión: pero los que somos proclives, lo encontramos.
La estrella de Sevilla Atribuida a Lope de Vega, versión de Joan Oteza
Música de José García Román. Intérpretes, Juan Ribó, José Luis Serrano, Arturo Querejeta, Pedro Beffla, Paco Paredes, Helio Pedregal, Cherna Muñoz, Nuria Gallardo, Cherna de Miguel Bilbao, Arantxa Aranguren, José Navarro, Carlos Aladro, Ángel García Suárez, Iván Gisbert, Mario Vedoya, Pepa Sarsa, Alberto Maravilla, Tino Fernández, Javier Collado, Israel Frías, Paco Ureña. Iluminación, Juan Gómez Cornejo. Figurines, Miguel Narros. Escenografía, Gustavo Torner. Dirección, Miguel Narros. Teatro de la Comedia. Madrid.
El juego continuo de nuestra tragedia aparece inevitablemente: la palabra dada, matar al querido amigo por obedecer más que al rey, a su promesa; sufrir por no delatar; perder el amor (fuente única de la razón) por ser caballero. Pero también hay críticas: la mejor escena de la obra es un imaginario descenso a los infiernos y el protagonista encuentra allí al honor rodeado de los necios que le han obedecido. Y el final no es enteramente feliz, pero al menos no acaba con la vida del culpable/víctima, ni la criatura amada tiene que ir al convento.
Romanticismo
Miguel Narros ha tomado de la obra lo que tiene del romanticismo; o lo que el romanticismo hizo ya a partir de ella. No abusa, más que en la composición de la figura del rey -Juan Ribó-; el grito, la oscuridad, la tormenta, la gran música de José García Roman, los relámpagos, las tinieblas. Contrasta la rigidez del escenario de Torner.Los actores a veces gritan, pero parece difícil pasar por tanto padecimiento sin alzar la voz. La lentitud es característica del teatro de Narros; y es lenta la manera de decir el verso, aunque tenga la ventaja de hacerlo comprensible -salvo en los inevitables enredos de palabras de los barroquizantes españoles-; es, en fin, un espectáculo largo pero interesante, una novela bien desplegada, una aventura bien contada. Y bien agradecida por el público del estreno oficial, que reclamó la presencia en el escenario de todos los creadores.
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