Europa se tiñe de un rosa duradero
Entre 1982 y 1995, es decir, casi una generación, esta Europa ha vivido una época de gran estabilidad política, la de la quinta de Maastricht. Tras la derrota de Helmut Kohl, no queda ninguno de sus dirigentes en el poder. Era aquél un Consejo Europeo dominado por el centro-derecha. Hoy, de los 15 de la UE, 13 son de centro-izquierda. Irlanda y España quedan como excepciones.En los cuatro países centrales, que representan un 68% de la población de la UE, y un 72% de su producto interior bruto, el crecimiento de la izquierda ha sido espectacular en poco más de dos años: en Italia, con la victoria, en 1996, de la coalición El Olivo, encabezada por Romano Prodi; en Francia, en 1997, con el sorprendente triunfo de Lionel Jospin; en el Reino Unido, con Tony Blair poco después, y con el éxito, el domingo pasado en Alemania, de Gerhard Schröder. La Europa comunitaria ha virado al rosa, con distintas tonalidades y una importante aportación verde. Pero con una característica que se anuncia como durabilidad.
En Alemania, la democracia cristiana ha entrado en crisis tras la derrota de Kohl, y tardará en recomponerse. Una de las primeras medidas que considera Schröder es la reforma de la Ley de Extranjería, para dar el derecho de voto a los inmigrantes nacidos en Alemania, a lo que siempre se han resistido los democristianos, pues se calcula que estos nuevos nacionalizados pueden aportar al Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) unos dos millones de votos suplementarios. Si es así, el SPD puede encarar el futuro con esperanza de permanencia. En el Reino Unido, Blair ha barrido a los conservadores. En Francia también la derecha está desorientada, aunque los franceses son muy dados a cambiar de mayoría cada vez que se les presenta la ocasión. En Italia, la derecha atraviesa enormes problemas y el centro-izquierda puede perdurar en el poder.
En muchos casos, en casi todos, se trata de una izquierda muy centrada, reconciliada con el mercado y con el mundo empresarial, que sigue el camino de la privatización de algunas empresas públicas, que parte de la ortodoxia en las cuentas públicas y la lucha contra la inflación, que baja los impuestos, aunque, desde estos puntos de partida, propugne medidas sociales y políticas de distinto calibre para la adaptación a las nuevas realidades del Estado del bienestar y del trabajo. Busca nuevas vías, segundas, terceras o cuartas, con distinto énfasis según los contextos nacionales, aunque bajo la férula del euro venidero, en un intento de rearmarse con ideas reformistas. Blair no es Thatcher disfrazado, ni Aznar es González.
Con algunas notables excepciones (Reino Unido, Portugal y Grecia), los socialdemócratas o socialistas no gobiernan en solitario, sino en coaliciones más o menos complejas. En Francia han necesitado para gobernar del apoyo de otras fuerzas de centro-izquierda, de los ecologistas y de los comunistas. Deben su llegada a la crisis económica y la tristeza en que se sumió el país. La convocatoria de elecciones anticipadas pilló a los socialistas cuando estaban a mitad de camino en la renovación de su programa, y han tenido que continuar creándolo desde el Gobierno. En Alemania, tampoco Schröder puede gobernar en solitario y requiere el apoyo de Los Verdes. Existen tensiones en el SPD, con un líder mucho más centrado que el presidente del partido, Oskar Lafontaine.
En cuanto a Italia, El Olivo surge del cataclismo de 1993 como alternativa a Silvio Berlusconi y su mezcla de Gobierno y negocios. En este caso, el eje no son los socialistas, hundidos, sino el Partido Democrático de la Izquierda (PDS), cuyo líder, Massimo D'Alema, ha sabido reconducir al heredero del partido comunista hacia el centro, y pactar con los restos del naufragio de los democristianos, aun a costa de que le saliera una escisión neocomunista por la izquierda, cuyo apoyo parlamentario necesita El Olivo para gobernar.
La otra cara de la moneda es que en Alemania, de forma dispersa, pero también en Dinamarca, Bélgica, Austria y en otros lugares, han crecido, con mayor o menor intensidad, partidos de extrema derecha. La Europa rosa, nace, desgraciadamente, con algunas motas pardas.
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