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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Aznar mueve

El presidente del Gobierno realizó ayer un movimiento sobre el complejo tablero en el que parece haber comenzado a jugarse la partida de la paz en el País Vasco. El momento elegido por Aznar no es casual. Ha transcurrido ya medio mes del anuncio por ETA de su tregua indefinida y también ha concluido la primera ronda de contactos con las fuerzas parlamentarias que Aznar abrió y cerró con el líder del primer partido de la oposición, el socialista Joaquín Almunia. Tampoco puede considerarse una coincidencia que la declaración del presidente se produjera el mismo día que la reunión del llamado Foro de Irlanda, que congrega a los partidos, sindicatos y grupos vascos firmantes del Acuerdo de Lizarra, en la localidad de Saint Jean Pied de Port.Era inevitable -y razonable también- que la primera reacción de Aznar en Lima estuviera llena de cautelas, por cuanto el alto el fuego de la organización terrorista contenía elementos inéditos que descolocaban las previsiones mantenidas por el Ministerio del Interior. Sin embargo, la prudencia no debe traducirse en parálisis, y, al final, así parece haberlo comprendido el presidente del Gobierno. Por más que corresponda a ETA la carga de la prueba de su voluntad de poner fin definitivo a la violencia, sería un error ignorar que se ha creado una situación nueva, que reclama respuestas no idénticas a las que exigía la coyuntura anterior. En una situación incierta, en la que los gestos son al menos tan importantes como las acciones, resulta oportuno que el Gobierno adelante una postura más activa, manteniendo las necesarias reservas, como la expresada ayer por Aznar. Eso era lo que reclamaba la sociedad española y, quizá, el mundo que se mueve alrededor de ETA.

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En las presentes circunstancias es muy importante que el presidente del Gobierno aprecie "una evolución positiva" y esperanzadora de los acontecimientos. Como lo es precisar, una vez escuchada la opinión de las otras fuerzas políticas, el marco de juego. Separar la consecución de la paz propiamente dicha de la discusión de aspiraciones políticas constituye una exigencia democrática, y así está recogido en el Pacto de Ajuria Enea. En este acuerdo se inspiró Aznar para subrayar dos ideas esenciales: que la paz "no puede estar sujeta a contrapartidas políticas", al igual que el fin de la violencia no debe ser un medio "para alcanzar posiciones de ventaja", y que las iniciativas de "pacificación y armonización del País Vasco, cualquiera que sea el ámbito en el que se planteen, exigen la participación efectiva de todos los partidos democráticos". Un recordatorio especialmente oportuno para quienes vienen defendiendo la existencia de un exclusivo "ámbito vasco de decisión" que obligaría al resto de los partidos y de España a asumir pasivamente, y sin haber tenido arte ni parte, lo que en él pudiera decidirse.

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Lo más novedoso del mensaje de Aznar está en la invitación expresa a ETA a que dé el paso hacia "el abandono de la violencia y la aceptación irreversible de las vías políticas y los procedimientos democráticos" para abrir el proceso de paz que definen los artículos 9, 10 y 12 de Ajuria Enea, y en el anuncio de una "nueva orientación de la política penitenciaria consensuada, flexible y dinámica" que acompañe los avances que se vayan produciendo. Bien está que invoque la reinserción (artículo 9 del pacto) el Gobierno de un partido (el Popular) que la cuestionó frontalmente cuando estaba en la oposición, contribuyendo a la crisis de la Mesa de Ajuria Enea. Pero habría que recordarle que esa vía no estaba sólo prevista para el final de la violencia de ETA, sino también para las personas que individualmente se hubieran apartado de ella.

La generosidad del Estado con quienes abandonan las pistolas y el terror constituye la única prima política admisible en una democracia. Una magnanimidad que, como resaltó ayer Aznar, no puede hacerse a costa del olvido de las víctimas del terrorismo y sus familiares. Es comprensible y legítimo que las fuerzas nacionalistas vascas desearan un movimiento más decidido del Gobierno o que hubiera puesto el énfasis en otros aspectos más gratos a sus oídos, y no tanto en la vigencia del marco constitucional y estatutario. Pero, de momento, es a ETA a la que tiene que llegarle el acuse de recibo del Ejecutivo y la exigencia, compartida por la inmensa mayoría de los ciudadanos, de que el silencio de las pistolas se haga definitivo.

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