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Nueva transición, consenso y oposiciónXAVIER BRU DE SALA

Un líder de la oposición con ganas de disputar el protagonismo político de un debate al jefe del Ejecutivo no se hubiera limitado a dar en el hígado a un rival que lo tiene forrado de cuero y relleno de arena. Como es clásico, de manual, habría combinado los zurdazos, o los derechazos, sobre los fallos del Gobierno con la exposición y defensa de la oferta propia ante las cámaras. Pero a Quim Nadal se le nota que ha dejado de ser el líder que jamás se propuso ser. Maragall, que es persona de ideas confusas, certeras intuiciones y ocurrencias con retranca (la de mandar a Pujol de embajador itinerante no está nada mal), apuntó bastante mejor. Por lo menos se dio cuenta de que no se puede despachar el planteamiento de un nuevo autogobierno para Cataluña, por retórico que pueda ser o parecer, tildándolo de cortina de humo para tapar el supuesto desastre sin paliativos de los actos del Gobierno catalán. No se puede ignorar el aprobado alto que obtiene de los ciudadanos (no se sabe si por mérito de los consejeros o por demérito de la oposición) sin traicionar el principio de realidad, asimismo básico en política. Y se dio cuenta también de que a Pujol le conviene huir del consenso para quedarse solo como defensor de un nuevo planteamiento autonómico. Si en el eje derecha izquierda las diferencias son ya mínimas, sobre todo en el caso catalán, al plantear la cosoberanía, Pujol es consecuente con sus convicciones, pero pedir el oro y el moro de una tacada obedece a un cálculo electoralista -los socialistas quedaran fuera de juego-, además de ir a sabiendas a favor del centralismo, contra la obtención de los objetivos que propone. ¿Los efectos de la huida reivindicativa hacia adelante repercuten en contra del nuevo autogobierno que se reclama? Evidente. Precisamente porque se plantean, huyendo del consenso, hacia la galería exterior y no hacia el recinto interior (o sólo hacia el interior, como herramienta divisoria). Si Pujol buscara el consenso, lo obtendría -no en aquellos tiempos de la LOAPA, pero sí ahora que el PSOE no está en condiciones de negar nada al PSC-, pero a cambio de legitimar a los socialistas como sus iguales o casi en la defensa de Cataluña. Si hubiera consenso en Cataluña, las posibilidades de que el autogobierno se viera incrementado en serio aumentarían exponencialmente, ya que nadie en el resto de España se atrevería a menospreciar una reivindicación con ese respaldo. Una cosa es decir que no a un partido, otra es decir que no a la voluntad de una abrumadora mayoría de ciudadanos expresada en el Parlament. Maragall, el intuitivo, tuvo el reflejo inicial de asegurar que las peticiones de Pujol se parecían bastante a las del PSC, lo cual no es ningún farol. Pero la cosa no pasó de ahí. En vez de recoger el guante en el Parlament, los socialistas se limitaron, retórica por retórica, a cumplir el expediente. ¿Por dónde romper el círculo diabólico de la ausencia de vida política en Cataluña, basado en la práctica pujolista del tiro por elevación, si no es por la delimitación y separación de los campos de juego? Una cosa es el partido del encaje en España, el nuevo autogobierno y su paquete de competencias, y otra el juego del ejercicio de las actuales competencias y su seguimiento por parte de la oposición. Las reglas son tan distintas como deberían serlo los protagonistas. Establecer que en el primer partido los protagonistas son Cataluña y España -no Pujol y los demás partidos catalanes- es condición imprescindible para que el segundo se juegue entre el Gobierno y la oposición. Sin rotura de este círculo, Pujol seguirá mareando la perdiz desde la plaza de Sant Jaume, la autonomía se quedará como está -con los retoques del gota a gota habitual- y el Gobierno seguirá sin disponer del acicate de la oposición, imprescindible para que espabile. Sin consenso sobre el encaje en Cataluña, toda España puede reír a gusto. Hasta que no lo haya, lo de la segunda transición no pasa de chiste. Sin consenso, además, la alternancia en la Generalitat será difícil y hasta, para no pocos, traumática. Es posible, no seguro pero muy probable, que una oferta seria de consenso interior en el tema Cataluña-España dejara automáticamente a Pujol en el umbral de la jubilación. Las que sí parecen del todo seguras son dos cosas. Una, que hay bases objetivas en los planteamientos de todos los partidos (menos en los del que apoya a Pujol) para edificar este consenso, bases no irreales, sino que responden a necesidades ciudadanas básicas y profundas. Y dos, que a partir de ahí, la vida política catalana, y el propio país, entraría de veras en una nueva etapa, que buena falta le hace. También es seguro que los socialistas -no Pujol, que ha demostrado no quererla y pensaría, como Mayor Oreja con la tregua, que es una trampa- tienen la llave de la puerta de acceso y con ella, la posibilidad de hacerse con la iniciativa y el protagonismo político. Han desaprovechado una ocasión de oro, pero todavía hay tiempo. Algunos meses, incluso unos pocos años. Pero mejor ya mismo.

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