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Tribuna:
Tribuna
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¿Hace falta?

Dicen que hay que tener amigos hasta en el infierno, y yo, aquí donde me ven, tengo un amigo constructor. Se llama José Antonio, es madrileño de nación, aunque lleva muchos años residiendo en cierta luminosa ciudad gaditana muy amada por mí, y muy de tarde en tarde viene a darse una vuelta por éste su pueblo, Madrid. Siento auténtico afecto por él, al que creo corresponde, y nos llevamos bien dentro de un orden, aunque nuestras mutuas ideas acerca de la religión, la política, la justicia, la moral y las buenas costumbres y el urbanismo sean antitéticas.Estuvo aquí hace poco y se nos ocurrió la feliz idea de compartir almuerzo y charleta en ese palaciego y lúdico restaurante de Moralzarzal, tan irrepetible y de cuyo nombre no quiero acordarme por si me lo tachan mis líderes naturales. Circulábamos por la M-607 con los jugos gástricos muy ilusionados. El día era precioso e iba yo cantando las glorias de la sierra en general y el valle del Lozoya en particular; aire puro, aguas cantarinas, árboles y belleza, fauna y flora, esas tontunas que yo digo y que a casi nadie le importan un rábano, qué se le va a hacer, y en algún momento deploré los proyectos de ampliación que de vez en cuando se ciernen sobre tan lírica carretera. Enseguida saltó José. Dijo que esos proyectos "hacían falta"; que erradicar una curva podía salvar una vida; que el hecho de talar cientos o miles de árboles era una futesa comparado con la sacrosanta labor de ahorrar presuntamente una existencia humana. Además, esas fastuosas pistas de asfalto atraerían a la sierra madrileña millares de nuevos automovilistas; éstos llevarían la prosperidad y el progreso a los núcleos de población rurales, y mucha más gente, sumando los recién llegados a los recién invadidos, sería feliz. Los mismísimos argumentos de don Jesús Gil y Gil.

Prolijo resultaría consignar aquí mi respuesta, y además ustedes ya la conocen, de modo que la omito. En el calor de la conversación surgió el horripilante tema de la autopista de peaje de Segovia. Yo le hablaba de águilas reales levantando el vuelo hacia su propia extinción, de daños a la tradición agropecuaria, de dehesas y praderas arrasadas, de ensoñadas ciudades, alma de Castilla, convirtiéndose en estresadas urbes-dormitorio, tristes satélites capitalinos, y él hablaba de progreso económico y felicidad sin cuento para los conversos. Total, un diálogo para besugos, con perdón de los besugos.

Claro que en todas partes cuecen habas. Acabo de volver de Galicia, donde tengo otro amigo que se llama Arturo y es pequeño empresario de hostelería. Generoso, entregado, servicial. También nos queremos. Y, igualmente, sus ideas sobre el bien y el mal difieren hasta más no poder de las mías. Lo primero que hizo, tras invitarme a sus mejores albariños y sus más ricas preseas gastronómicas, fue conducirme corriendo a Sanxenxo para enseñarme el nuevo y faraónico puerto deportivo. Mientras yo lo contemplaba boquiabierto y algo estremecido, incapaz de formular palabra, Arturo sentenció: "Hacía falta". Y, antes de que pudiera proferir el más mínimo vagido, añadió: "¿Tú sabes la vida que va a darle a esto?". "Esto" era el citado Sanxenxo, donde las viejas casitas y chalés de piedra y hiedra han sido reemplazados por bloques de apartamentos multimillonarios, etcétera. El nuevo puerto deportivo -esplendoroso, sin duda, y construido en tiempo récord, enhorabuena- empieza a recordar ya a Puerto Banús, y yo me pregunto para qué necesita Sanxenxo parecerse a aquél, con lo que nos gusta (o gustaba) el propio Sanxenxo. Digo con rotundidad que no he conseguido comprender qué falta me hacía a mí un puerto como éste.

Arturo me llevó luego al nuevo puerto deportivo de San Vicente, que, bueno, no sé cómo decirles, y por Nolla vi pavorosos camiones arrasando bosques y allanando carreteras aldeanas para abrir pistas gigantescas que parecen apuntar hacia esta segunda instalación.

Será por el Xacobeo, pero esta ruta no pertenece al Camino de Santiago, ni creo yo que el humilde peregrino llegue hasta aquí. Este verano me topé con los incendios por las corredoiras. Ahora, con el progreso. ¿Sólo quedan ya en España políticos, constructores y multimillonarios?

Y nosotros, ¿qué?

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