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Una faena ingrata JOAN B. CULLA

Singular debate de política general, éste de 1998, para la oposición socialista catalana. Singular porque mientras su alternativa a la presidencia de la Generalitat, encarnada en Pasqual Maragall, se dejaba ver por tribunas y pasillos de la sede parlamentaria subrayando coincidencias e insinuando complicidades con un Jordi Pujol de quien aspira a ser sucesor sin trencadissa -seguramente, la única forma viable de serlo-, su portavoz en el hemiciclo, Joaquim Nadal, ha tenido que asumir el ingrato papel de peón de brega, de crítico sin matices ni concesiones hasta bordear, casi, el "márchese, señor Pujol". Mientras Maragall, el martes, ofrecía a Pujol el futuro y novedoso cargo de "embajador de Cataluña en el extranjero", Nadal, el miércoles, lo conminaba a esfumarse del horizonte político catalán. El alcalde de Girona se desempeñó ayer como "policía malo" mezclando rasgos de su reputada habilidad con otros de sorprendente impericia. Fue inteligente, por ejemplo, argumentar las críticas al Gobierno de Convergència i Unió con materiales del foro Catalunya, demà promovido por ese mismo Gobierno, aunque ello supusiera un reconocimiento implícito del carácter libre, plural y no propagandístico de aquel proceso de discusión. En cambio, el discurso de Nadal adoleció de continuos y mareantes saltos desde lo concretísimo a lo general, del episodio a la categoría; aun al oyente más atento le resultaba difícil seguir el rápido zigzag desde la "etapa 03 de la LOGSE" hasta los problemas del diálogo con España, y de ahí a la última tractorada del Bages. Por lo demás, y en conjunto, el portavoz socialista reiteró a los ciudadanos de Cataluña el consabido axioma de que el Gobierno de Pujol lo hace todo mal, rematadamente mal. Frente al país de las maravillas que a menudo evocan los discursos convergentes, Nadal describió una Administración de pesadilla hecha de consejerías virtuales o inoperantes, regida por consejeros con calificación de "no presentado" y encabezada por un presidente que merece el mayor de los suspensos. Tanto, que le sugirió la prórroga presupuestaria y dejar las cuentas definitivas de 1999 para un nuevo Gobierno. (Por cierto, ¿no era el PSC quien exigía agotar la legislatura hasta noviembre o diciembre de 1999?). En todo caso, este mensaje apocalíptico no parece el más eficaz para derrotar a Convergència i Unió en unas elecciones catalanas. Raimon Obiols lo comprobó a sus expensas en varias ocasiones y Joaquim Nadal es, dentro del PSC, de los que mejor lo saben. Seguramente a eso, a esa contradicción, quiso aludir Pujol cuando lanzó una sospecha envenenada sobre la autoría del discurso de Nadal. Éste replicó, dolido, que sus discursos se los escribe siempre él, pero sobre el debate quedó la duda de si el de ayer no lo escribió al dictado.

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