La batalla de Francfort
Tapada en parte por la contienda electoral para saber quién va a gobernar en Bonn-Berlín, se ha librado una batalla, que sigue en curso, por lo que puede ser el nuevo centro del poder real de la nueva Europa: Francfort. Aprovechando la enorme ventaja que le reporta ser sede del Banco Central Europeo (BCE) y del Bundesbank, esa plaza quiere convertirse en el centro financiero y bursátil de Europa, con la única rivalidad, y aún, de Londres. Francfort, con el apoyo de la banca y del Gobierno alemanes, quiere quedarse con todo. O con casi todo, lo que incluye bolsas de valores y de futuros. Naturalmente, los franceses están que braman, y lo que está ocurriendo, más allá de las elecciones, está afectando a las relaciones políticas entre ambos países. Más aún tras el anuncio en julio pasado de un acuerdo para integrar las bolsas de Francfort y Londres, acuerdo, por cierto, que no parece haber dado nuevos pasos significativos.No es cuestión baladí. Pues, más allá de la integración electrónica y de los mercados universales, cuentan en cada lugar -por ejemplo, Madrid- los puestos de trabajo de mucho valor añadido, y el poder económico y financiero que se retengan en cada plaza. Es una cuestión con una gran carga política, por la capacidad que implica para preservar los pocos instrumentos de política nacional que quedan en una Europa del euro a su vez integrada en una economía globalizada.
En el fondo, se enfrentan dos concepciones: la alemana, que quiere formar un núcleo enorme en Francfort, o la de los otros países del euro que pretenden avanzar hacia una solución cooperativa, hacia un sistema de redes de integración de las bolsas. El objetivo, en uno y otro caso, era competir con Wall Street y otros centros financieros estadounidenses, como Chicago. En el intento, si los europeos no se ponen de acuerdo, algunos de ellos pueden verse tentados de aliarse con el adversario.
Mientras Europa debate sobre sus polos internos, el euro la está convirtiendo en un polo externo. De la bipolaridad de los misiles entre Este y Oeste de la guerra fría podemos pasar a una bipolaridad -esta vez financiera- entre el dólar y el euro. De cómo se gestione la nueva situación dependerá buena parte de la estabilidad de las finanzas internacionales. Durante los años de predominio del dólar -una divisa que no tenía competidor-, el valor de la moneda norteamericana fluctuó sin que esas variaciones preocuparan demasiado ni al Gobierno ni a la Reserva Federal: eran variaciones que afectaban poco a la vida económica interna de Estados Unidos, un país que vive muy fundamentalmente de su mercado interno.
Podría ocurrir algo similar con el euro. Si está claro que es el BCE el que va a fijar los tipos de interés, casi nadie habla del tipo de cambio externo de la moneda europea, que en principio les corresponde determinar -en la medida en que puedan- a los ministros de Finanzas. Pero, como Estados Unidos con el dólar, podrían dejarlo fluctuar libremente, en una política de negligencia benigna. Fred Bergsten, presidente del Consejo de Política de Competitividad de Estados Unidos, ve el peligro de que si su país y la Unión Europea no se coordinan, esta doble fluctuación contribuya a generar aún más inestabilidad monetaria.
Si ambos, la UE y EE UU, se despreocupan, las variaciones descontroladas entre dólar y euro pueden no afectar excesivamente a sus propias economías, pero sí contribuir y alimentar el desbarajuste en el que estamos. Por ello, Bergsten y otros defienden un acuerdo entre estos dos polos, una especie de G-2 (al que luego se sumara Japón). Sería una paradoja que la estabilidad interna que genera la moneda europea para los países de Eurolandia pero exportara volatilidad. El mundo reclama, en éste y otros ámbitos, de un cierto liderazgo europeo. Está por ver que pueda responder a las expectativas. aortega@elpais.es
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