Borrell: "El giro al centro de Aznar es un eslogan de márketing político"
La situación de José Borrell tiene algunas coincidencias con la de Pasqual Maragall. Los dos son candidatos sin ocupar la secretaría general del partido. Ambos necesitan conservar los votos recibidos y pescar en caladeros ajenos. Borrell recibe mejor herencia —sólo unas décimas de desventaja en el 96—, pero aún tiene que ganarse el liderazgo del que goza Maragall sin pasar por unas primarias.
La entrevista discurre en su casa de Majadahonda, un dúplex de clase media-alta, donde se aprecia ese punto de desorden de un hombre en proceso de divorcio y que retrata a un lector compulsivo.
Pregunta. A propósito de la Declaración de Lizarra (Estella) usted dijo que estábamos ante un guión en el que pronto iba a aparecer "el guionista principal con la tregua".
Respuesta. Cuando lo dije ya sabíamos que era inminente que ETA anunciase una tregua. Nos sorprendió que el Gobierno estuviese, o aparentase estar tan desinformado de lo que iba a ocurrir.
P. Entre la trampa y la oportunidad de paz, ¿con qué se queda?
R. Depende de cuál sea la relación causa-efecto que tenga con el acuerdo de Estella entre todos los nacionalistas vascos, HB incluida. Pero, en sí misma, la tregua es una buena noticia. De momento, mucha gente se siente más segura y tranquila. Los socia listas haremos todo lo posible para que la tregua conduzca a la paz.
P. Hasta ahora ha habido un derroche de cautela, pero nadie ha negado que estemos ante una situación nueva. Ardanza ha invocado el Pacto de Ajuna Enea para poner en marcha el proceso de reinserción de los etarras, una vez que han expresado una "renuncia inequívoca" a la violencia.
R. Algunos sólo usan el Pacto de Ajuna Enea para lo que les con viene. Hace unos días lo daban por dinamitado. ¿Expresa realmente la tregua una voluntad inequívoca e irreversible de cese de la violencia? En realidad, ETA ofrece una tregua indefinida pero condiciona da políticamente. Si el País Vasco no adopta el esquema político que han tratado de imponer, se reservan volver a usar las armas.
P. Pero la entrega de las armas suele ser el último acto que sella la paz. Así ha sido en Guatemala, El Salvador y en el Ulster. Ese final exigió siempre múltiples contactos y negociaciones.
R. Por supuesto. Buen momento para recordar que, a la vuelta del verano, pedimos al presidente del Gobierno que encabezase una nueva y definitiva oferta de paz. Recibimos el silencio por respuesta y. los demócratas perdimos la iniciativa política. Sería sorprendente y preocupante que el Gobierno no estuviese al corriente de lo que se estaba incubando. Aquella iniciativa, que ahora se entiende mejor, es hoy imprescindible y urgente. Acabo de recordárselo de nuevo al señor Aznar en las Cortes.
P. ¿Está de acuerdo en empezar acercando los presos y aplazar la negociación política, como han dicho Andanza y Almunia?
R. Me congratulo de que Ardanza crea conveniente separan el fin de la violen de las cuestiones políticas que afectan al ordenamiento constitucional. Lo contrario sería dar a los violentos un plus de representación política que no les dan las urnas. Pero lo que dice ahora Ardanza no es lo que se dijo en Estella, donde se insinuó la necesidad de introducir cambios políticos para acaban con la violencia. Por otra parte, en relación con la política penitenciaria, nuestra posición en esta materia es la misma de siempre: utilizarla como forma de distensión adaptándola a las circunstancias. Es evidente que las circunstancias hoy no son las mismas que antes del verano.
P. ¿Qué propone el PSOE?
R. Sería imprudente anticipan posiciones que no han sido objeto del necesario consenso entre las fuerzas políticas democráticas. Peno algo tenemos que hacer y pronto. Hay que hacer una oferta de paz definitiva, sin aceptar ninguna condición política, inician un diálogo sobre la reinserción de los violentos rechazar cualquier discusión sobre cambios constitucionales o estatutarios bajo presión violenta o amenaza de reemprenderla. Alcanzada la paz y entregadas las armas, cada cual defenderá libremente sus posiciones políticas con la palabra y serán los ciudadanos con sus votos quienes decidan.
P. Pero las elecciones vascas se perfilan como un plebiscito sobre el manco institucional del País Vasco y su encaje con España. Los nacionalistas sostienen el derecho de los vascos a ejercer una soberanía plena, no compartida con el resto de los españoles, frente al modelo estatutario y constitucional del PP y el PSOE. No parece fácil encontrar una vía de confluencia.
R. Ciertamente, las elecciones vascas se pueden convertir en un referéndum sobre la dinámica autodeterminación/independencia o Constitución/Estatuto. Los sobreentendidos que siempre han flotado en la política vasca sobre las intenciones reales de los nacionalistas quedan ahora mucho más explícitos. Por otra parte, la posición de los nacionalistas vascos en Estella y los objetivos acordados al mismo tiempo con catalanes y gallegos nos sitúan en una encrucijada. No es exagerado decir que el proyecto de España que emana de la Constitución del 78 está amenazado de desagregación.
P. En todo caso, estamos hoy mejor que ayer.
R. Sin duda es mejor que ETA renuncie a matar, aunque no sea definitivamente. Pero la tregua no es la paz, aunque pueda ser el camino para llegan a ella. La paz es la libertad en la tranquilidad. En nuestra historia reciente hemos tenido muchos años de tranquilidad sin libertad.
P. Y también libertad sin seguridad.
R. No se puede renuncian a ninguno de los dos ingredientes. Si se alcanza la tranquilidad imponiendo soluciones que no respeten los principios democráticos, no tendríamos paz.
P. El PNV no discute el principio democrático, peno sí el sujeto de la soberanía. Reclama que es una cuestión que debe decidirse en el ámbito vasco y por los ciudadanos vascos.
R. Respeto su opinión, siempre que no se amparen en la violencia para defenderla. Pero no la comparto. La Constitución no impide su reforma, sino que establece unas normas para hacerlo. Sobre cualquier cambio constitucional deben decidir todos los españoles. En todo caso, el derecho de auto determinación es un derecho interpretable. En cambio, el derecho a la vida es un derecho absoluto.
P. El nuevo escenario político que crea la tregua se hace aún más complejo si sumamos la Declaración de Barcelona firmada por nacionalistas catalanes, vascos y gallegos. Su objetivo confederal pare ce de difícil encaje constitucional.
R. Muy difícil. En realidad, lo que hacen es declarar la necesidad de un nuevo marco constitucional porque, según ellos, el de 1978 no da respuesta a sus ansias de auto gobierno, a pesar de que España es hoy uno de los países políticamente más descentralizados del mundo occidental. Mire, yo me siento muy compenetrado con la biodiversidad cultural, lingüística y nacional de España. No veo en ello un obstáculo para su unidad, sino algo que nos enriquece, que debe ser protegido, respetado y desarrollado. ¡No deseo acabar presidiendo la Confederación ibérica!
P. En este acuerdo entra CiU, de quien depende la estabilidad del Gobierno de Aznar y puede que la de los que vengan de
R. Así es, aunque el señor Aznar parezca no querer enterarse. Se lo dije antes del verano: " debería usted pedir explicaciones a sus socios nacionalistas, que son los que le mantienen en La Moncloa, sobre lo que significa su deseo de colocar en el desván el modelo político de la España constitucional, proclamando la necesidad de otro?". En eso, como en muchas otras cosas, Aznar dio la callada pon respuesta. Creo que la responsabilidad máxima de la amenaza de disgregación que pesa sobre España es del actual Gobierno y de la aplastante falta de liderazgo político de su presidente.
P. Pero ahora son los nacionalistas los que hablan de segunda transición para plantear un nuevo modelo de Estado y no Aznar, que fue quien acuñó el término.
R. Yo no les reprocho a los nacionalistas que lo sean. Sólo les reprocho que hablen en nombre de todo un pueblo, cuando sólo tienen legitimidad para hablar en nombre de los que les votan. Al PP y al señor Aznar les reprocho que carezcan de un modelo de España que contraponer a estas tendencias centrífugas. En dos años de Gobierno han debilitado los elementos de cohesión del Estado y roto el consenso autonómico. Eso ha aumentado la deriva reivindicativa de los nacionalistas...
P. Ustedes también tuvieron que soportarla y ceder a ella...
R. Ni tanto, ni de la misma forma, ni tratando de liquidar al adversario. Mire, yo tuve varios enfrentamientos con el señor Pujol, cuando era ministro de Obras Públicas. Felipe González no me cortó la cabeza para conseguir el apoyo parlamentario de CiU que necesitábamos entonces tanto como ahora el PP. En cambio, lo primero que hizo Aznar al llegar a La Moncloa fue entregar en bandeja de plata la cabeza de Vidal Quadras, para congraciarse con CiU, a pesan de que había sido el artífice del mejor resultado electoral del PP en Cataluña.
P. Todo esto ocurre en medio de un fortísimo conflicto entre PSOE y PP, que están muy lejos de tener la confianza mutua necesaria para elaborar una respuesta compartida.
R. Por eso he hablado de la necesidad de superar los años del rencor. Aznar y el PP han gastado demasiado tiempo y demasiadas energías en un vano intento de liquidar al partido socialista, que es el principal soporte de cohesión política territorial y social de una España plural, en detrimento de un ejercicio eficiente de Gobierno. Esta es una buena ocasión para cambiar de actitud. Hemos ofrecido y sigo ofreciendo diálogo para reformar la administración de justicia y desarrollar un modelo federal de España respetuoso tanto de su unidad como de su pluralidad. Hay que dejar de ir de ruptura en ruptura, de enfrentamiento en enfrentamiento, mientras partidos políticos muy minoritarios en el conjunto del país nos pasan por las barbas nuevos modelos constitucionales. Por la calle mucha gente me pide "más caña'. Seguramente porque recuerdan aquello de "váyase, señor González", junto a los abucheos y pataleos en el Parlamento. Yo les digo que es mejor ofrecer razones, argumentos, alternativas, capacidad de convencer. La calidad de nuestra democracia requiere una oposición dialogante y constructiva. El presidente del Gobierno tiene la obligación de restablecer las reglas del juego democrático que él mismo ha roto durante los últimos años.
P. Incluso si eso se logra, no parece posible hoy una gran coalición, seguramente tampoco deseable. Con lo que el Gobierno seguirá dependiendo de CiU...
R. Veremos qué pasa después de las próximas elecciones, que están todavía lejos. Como candidato a la presidencia del Gobierno aspiro a tener la mayoría suficiente para gobernar. Pero permítame que le haga una confidencia. En los días previos a la investidura de Aznar, Felipe González hizo esta reflexión: "Para hacerse perdonar aquello de 'Pujol, enano, habla castellano', Aznar tendrá que pagar a los nacionalistas un fuerte peaje. ¿Por qué no nos abstenemos y, puesto que ha ganado las elecciones, dejamos que acceda a La Moncloa sin tener que pagarlo?". Hubiese sido un escenario de mayor inestabilidad para el Gobierno, pero de mayor estabilidad para el Estado. En aquel momento no hubiera sido posible hacerlo, no se hubiera entendido políticamente. Pero estaba cargado de razón. Muchas veces he pensado sobre eso, a la vista de las volteretas que ha tenido que hacer el PP para explicar que ceder el 30% del IRPF es bueno, buenísimo, después de haber proclamado que ceder el 15% era malo, malísimo. Cuando uno critica lo que ha ce el otro y luego dobla la ración, o no tiene proyecto político o está dispuesto a pagar cualquier precio a la minoría que le permite gobernar. Eso hace perder a los ciudadanos confianza en la política.
P. Pero no se vislumbran mayo rías alternativas sin nacionalistas.
R. La estructura política del Estado no puede ser el resultado de las coyunturas parlamentarias y de las concesiones que unos u otros tengan que hacer a los nacionalistas para poder gobernar. De lo contrario puede extenderse la convicción de que los intereses lo cales se rentabilizan mejor a través de partidos regionales que con partidos de ámbito estatal.
P. Todo este galimatías en el que a veces da la sensación de que sólo los nacionalistas saben a dónde quieren ir, coincide con una crisis mundial, desde luego financiera, pero tal vez algo más, que pone en revisión aquello tan simple de "España va bien". ¿Puede hacer algo este país o sólo que da esperar a ver qué rumbo toma el huracán?
R. Lo primero que tenemos que hacer es sustituir el autobombo por el realismo. Hace algunos meses, en pleno boom bursátil, Aznar proclamaba autosatisfecho: "El milagro soy yo". Si entonces el milagro era él, ahora también debe de ser el problema. No se lo voy a reprochar, porque ni tenía el mérito entonces ni ahora es el responsable. Pero sí tiene la responsabilidad de no haber alertado suficientemente de los riesgos que se corrían en un mercado hinchado, ante una burbuja especulativa cercana a la explosión y de haber echado leña al fuego del espejismo financiero. Parece que, desgraciadamente, toca a su fin la mejor coyuntura económica que desde 1978 ha tenido ningún Gobierno. Aunque ya sabe que este Gobierno se atribuye los méritos de todo lo que va bien y proyecta sobre sus antecesores todo lo que va mal.
P. ¿Y qué puede hacer el Gobierno?
R. El cambio drástico de coyuntura puede disminuir las expectativas de consumo e inversión. Para evitarlo, debe adaptar sus escenarios y explicar el efecto de la crisis sobre nuestro crecimiento. Mantener un escenario injustificadamente optimista puede provocar una sobrerreacción de desconfianza.
P. El contagio de Latinoamérica se cierne como la amenaza más directa sobre nuestra economía.
R. El Gobierno debería ser consciente de la importancia que tiene Iberoamérica para nuestra economía. Tenemos la obligación de ayudarles a evitar que sé contagien de una crisis de la que no son responsables. Ayudarles quiere decir movilizar a la Unión Europea para que aporte los medios para evitar una segunda década de ajuste en Latinoamérica. Si no lo quieren hacer por solidaridad, hagámoslo al menos por propio interés.
P. Pero al margen de quién se lleve el mérito, sí parece que hoy estamos mejor preparados para hacer frente a una crisis que en 1993. Estamos en el euro, tenemos un déficit controlado y una inflación reducida.
R. Lamentablemente eso es muy discutible. El 93 es un mal año de comparación. Entonces todos los países europeos soportaron la crisis provocada por los efectos de la unificación alemana, que Europa fue incapaz de gestionar de forma solidaria. Bien caro lo pagamos todos, Cayó el PIB y el empleo en todos los países. Fuimos tan poco responsa bies de la crisis europea los Gobiernos de entonces como lo es hoy Aznar de la fase de expansión que le ha tocado administrar. Nadie escoge sus coyunturas. La aparente solidez presupuestaria se basa en la drástica caída de los tipos de interés y en la liquidación acelerada del patrimonio colectivo: Repsol, Telefónica, Endesa, Argentaria. . . Con eso se han financiado las políticas fiscales regresivas y la reducción de los déficit públicos. Eso es pan para hoy y hambre para mañana. Ningún empresario resolvería las pérdidas de explotación vendiendo el patrimonio productivo.
P. España ha superado con nota el examen del euro.
R. Todos los países europeos han camuflado las cuentas públicas, pero unos más que otros. El maestro que examinaba para entrar en Maastricht ha sido benevolente, porque si hubiera aplicado los criterios con rigor no hubiese entrado nadie.
P. Sí, pero con criterios de contabilidad europea el déficit está por el 2%.
R. En tres años se han debilitado las bases financieras de la Seguridad Social de una forma alarmante. Se recorta el sistema de protección social, a veces de forma muy explícita, como el medicamentazo, y a veces de forma más disimulada, como en las becas. Ha habido un parón espectacular en la inversión pública, tanto en infraestructuras como en educación. Hemos trasladado al futuro el déficit contable que hemos ocultado. Nuestro presupuesto está en malas condiciones para hacer frente a una mala coyuntura económica.
P. En todo caso el pacto de estabilidad asumido para entrar en el euro nos fija un estrecho margen.
R. Por eso es preocupante que se renuncie a 800.000 millones de ingresos fiscales con una reforma del IRPF diseñada para buscar un efecto electoral inmediato a riesgo de comprometer gravemente al futuro. Naturalmente, a todo el mundo le gusta que le bajen los impuestos, pero la gran mayoría no quiere renunciar al sistema público de salud y de pensiones, y quieren que se continúe el esfuerzo en educación y en infraestructuras que hicieron los socialistas.
P. Admítame que muchos asalariados tienen la convicción de que el IRPF que pagan es excesivo y que el peso del impuesto recae principalmente sobre ellos.
R. Y no les falta razón. He pasado algunos años de mi vida luchando para repartir mejor la carga tributaria entre capital y trabajo. Es de justicia reconocer que el esfuerzo de modernización y de solidaridad que ha hecho España en los años de la democracia ha sido financiado casi exclusivamente por las clases medias asalariadas, que son, por cierto, las que menos se benefician de la reforma fiscal del PP. No se les podrá hacer partícipes de una política de progreso sin reconocerles este esfuerzo y reducirlo.
P. La rebaja del 56 al 48% no está muy lejos de algunos planes del PSOE.
R. El problema no es el tipo marginal máximo del IRPF Cuando llegué a Hacienda era el 66% y este despiadado recaudador, que es el estereotipo al que quiere reducirme el PP, lo bajó al 56%. Y en 1991, antes de pasar a Obras Públicas, elaboré un proyecto de ley que proponía bajarlo hasta el 50% cuando las circunstancias económicas lo permitiesen. Comprenderá que mi discrepancia con el PP no es por el 48% en vez del 50%. Pero reducir el debate fiscal al tipo máximo es caricaturizarlo. El problema es el trato diferente que se da a distintas rentas según su origen. El 20% para todas las ganancias de capital, cualquiera que sea su cuantía, cualquiera que sea la renta total del contribuyen te, cualquiera que sea el tiempo que han tardado en producirse esas plusvalías, mientras las rentas del trabajo se siguen sometiendo a una escala progresiva, es injusto socialmente y crea graves distorsiones en el sistema financiero.
P. Me ha hablado de los nacionalistas, de Aznar, del PP, pero es evidente que algunos problemas tiene también el PSOE. Hace cinco meses se creó una expectativa con el llamado efecto Borrell. Algunos piensan que era una burbuja que se ha deshecho.
R. Era una quimera pensar que la tensión de las primarias pudiese continuar indefinidamente. Las primarias, por su voluntad de participación y apertura, marcaron el inicio de la reconciliación del PSOE con amplios sectores sociales. Ante un resultado no previsto, todos tuvimos que adaptarnos e improvisar. Mi primer objetivo fue evitar un congreso extraordinario para canalizar todo el impulso de las primarias hacia afuera y hacia el futuro. Pero los problemas de adaptación nos han ocupado más tiempo del deseable y no hemos sabido aprovechar del todo el impulso de las primarias. Después vino la sentencia del Supremo, que nos ha metido de lleno en una polémica sobre el pasado y el futuro.
P. Su apelación al futuro ha sido entendida por algunos socialistas en clave de falta de compromiso con el pasado.
R. Tenemos, como partido político, y yo como candidato, la inexcusable obligación de afrontar los problemas que tiene planteados nuestra sociedad. No podemos abdicar de eso por ninguna razón. Perder las elecciones significa permitir que se cometan muchas injusticias. El PP trata de centrar la agenda política en problemas de ayer que actúan como cortina de humo para ocultar los de hoy. ¿Quiere esto decir que hay que hacer un ejercicio de amnesia, olvidando lo que ocurrió y dejando abandonados su suerte —que creemos injusta— a personas con las que este partido se siente profundamente vinculado en un ejercicio de solidaridad humana y política? Por supuesto que no. El futuro de nuestros hijos, que no tienen memoria para recordar ni tampoco información para comprender, también depende la interpretación colectiva que hagamos del pasado.
P. Desde q e ganó las primarias ha vendido sin descanso el mensaje de que el programa electoral debe ser la base de la recuperación del PSOE, cuando muchos creen, y no sólo desde el cinismo, que no son los programas los que hacen ganar elecciones.
R. Los ciudadanos nos van a pedir a cambio de su confianza, algo más que el encanto telegénico de un candidato y algunas declaraciones de principios universalmente válidas. Prefiero hablar de ciudadanos movilizados en torno a un proyecto que de militantes en torno a un candidato. Un programa debe servir para reflejar los valores y las convicciones de quienes lo presentan, traducidos en propuestas concretas y significativas. Sobre todo ahora que en todas partes se están en soluciones alternativas y terceras vías.
P. Pero esas terceras vías más bien transitaron el centro y usted mismo se sitúa en la izquierda, todo lo más en el centro de la izquierda.
R. He tenido la suerte de conocer y dialogar con Blair, Jospin, Schroeder y Guterres. La conclusión que he sacado es que hay que escapar a los estereotipos y a la magia de las palabras. Dígame, ¿qué variable utilizamos usted, yo y los lectores de esta entrevista para graduar el desplazamiento desde la derecha hacia la izquierda, pasando por el centro, de las posiciones políticas? Muchas, seguramente diferentes, a veces contradictoras y casi siempre nada explícitas. Ahora todo el mundo quiere ser de centro. No se va a caber en el centro. ¿No será que lo toman como el refugio de la ambigüedad? Para Aznar, estar en el centro equivale al no sabe, no contesta, ni frío ni calor. La tocata y fuga de Aznar hacia el centro es el último eslogan de su marketing político. No hay políticas que la identifiquen ni valores que la reflejen. ¿Es de centro su voto contra la despenalización voluntaria del embarazo? En Europa, desde luego no lo es. Nada tiene que ver con la tercera vía de Blair. Creo que desde mi posición se puede aglutinar una mayoría de progreso en España, que se identifica con los valores y las propuestas de una izquierda no metafísica.
P. ¿De qué izquierda hablamos? Entre Jospin y Blair hay grandes diferencias.
R. Ambos coinciden al identificar problemas, aunque no necesariamente en las soluciones, porque sus sociedades son distintas. Frente al paro juvenil, Jospin lanza un programa de empleos de utilidad social, que el mercado no hubiese generado porque esas demandas colectivas o no son solventes o no tienen, todavía, expresión mercantil. Blair prefiere destinar los recursos públicos a programas de formación para los jóvenes desempleados, poniéndoles ante la alternativa de participar o perder el subsidio. Son dos formas de romper la concepción asistencial del Estado del bienestar, que ha convertido las redes de seguridad que imaginó lord Beveridge en telas de araña que protegen, pero también aprisionan.
P. Eso plantea la discusión sobre si los fondos contra el desempleo deben destinarse más a formación que a subsidios.
R. A un paro coyuntural, en el que se entra y del que se sale, se le puede hacer frente con subsidios financiados con impuestos. Pero ahora nuestras sociedades se enfrentan a un desempleo estructural, en el que se puede entrar y no salir en lo que quede de vida útil. Además de resolver situaciones de necesidad, hay que combatir la inutilidad que sienten millones de personas en paro y sin perspectivas de trabajo. Es lo que han hecho Jospin y Blair, aunque cada uno utilice instrumentos distintos en sociedades también distintas. A ni si quiera tenemos los mismos problemas que ellos. En una cena con varios ministros de Blair les vi muy preocupados por el coste creciente de las ayudas sociales a las madres solteras y por los comportamientos que inducían en las jóvenes. Les expliqué, ante su sorpresa, que nosotros no teníamos ese problema porque nuestro sistema social, de desarrollo más tardío, no contempla ningún subsidio de ese tipo.
P. Pero tenemos un problema de paro mucho más agudo.
R. Ciertamente. A pesar del in tenso crecimiento del empleo entre 1986 y 1993... En esos años se absorbió el paro oculto en la agricultura y la familia. Crecía el empleo sin que disminuyera el paro, porque también crecía la población activa. Hoy nuestro desempleo tiene muchas causas y exige aplicar una multiplicidad de soluciones.
P. ¿Qué opina sobre la jornada de 35 horas?
R. La reducción de la jornada de trabajo no es el bálsamo de Fierabrás que permite resolver el problema, pero es una variable que hay que usar. Se puede hacer sin poner en peligro la competitividad empresarial. En el pasado la izquierda aprendió a repartir la renta, el pastel que se había cocido en el horno de la economía. Ahora tiene que aprender algo más difícil repartir las oportunidades de participar en la fabricación del pastel. Repartir la renta y el trabajo son las dos caras de una misma moneda. Eso exige movilizar nuevas solidaridades y nuevos compromisos. Hablando hace días con el señor Cuevas, presidente de la CEOE, estábamos de acuerdo en que tanto desde el punto de vista de la cohesión social como de la competitividad empresarial, hubiera sido más eficiente rebajar los costes sociales de los empleos de baja cualificación, de forma que se abarate su coste total sin disminuir el salario, que reducir tan drástica e injustamente los ingresos por IRPF P. A pesar de todo, los electores europeos tienen la impresión de que la oferta política de los partidos se diferencia cada vez menos.
R. Y, sin embargo, el futuro será muy distinto según quién encauce los nuevos equilibrios sociales. Repetí muchas veces en las primarias que cada vez más hay que diferenciar lo que son derechos de lo que son mercancías. El modelo del Partido Popular es un modelo que mercantiliza derechos porque confía en el mercado para satisfacer casi todas las necesidades humanas. En cambio, la izquierda, una izquierda templa da, realista, tan consciente de las condiciones que impone el mundo en el que vivimos como de los valores que defendemos, considera que determinadas necesidades humanas constituyen derechos que deben ser garantizados colectivamente. Eso es lo que tienen de común Jospin y Blair y marca una enorme diferencia con el PR No se puede someter la salud ni la educación, ni tantas otras cosas, al mero criterio de la rentabilidad económica. La sociedad tiene que garantizar una igualdad básica. También la izquierda debe cuestionar la libertad absoluta de movimiento de capitales en el mundo. España no puede hacer nada por sí sola, pero la Unión Europea puede y debe abordarlo.
P. Hasta anteayer todo conducía hacia la liberalización total.
R. Eso es, hasta anteayer. Pero hoy, hasta el Wall Street Journal se pregunta si es sostenible el actual no-sistema financiero internacional. Hace poco me tachaban de antiguo por decir esas cosas. Una Europa gobernada mayoritariamente desde la izquierda no puede asistir impávida a lo que está sucediendo. Se puede decir como se quiera, pero es evidente que se ha producido un cambio en las relaciones de fuerza en contra de los trabajadores y de los Gobiernos y a favor del capital financiero internacional. La cohesión social y la competitividad no son cosas alter nativas, como sostiene la derecha. En el medio plazo las sociedades que renuncian a la cohesión pierden competitividad. El crack del sureste asiático es consecuencia de una ruptura límite de la cohesión social, de la inestabilidad financiera del capitalismo y de una corrupción generalizada. Por no hablar de Rusia, que ha pasado, sin ninguna clase de transición, desde la cárcel a la jungla.
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