_
_
_
_
_
PERSONAJES

José Antonio Ardanza

Decía Carlos Cano, estudiante dimitido de Telecomunicaciones y cantor en activo de la Andalucía universal, que Amalia Rodrigues "cantaba con las tripas", de la única forma que se puede cantar un fado. Quizá por eso, quizá por la musicalidad manifiesta de esa señora de saudades o porque contribuía a la necesaria decoración de interiores que reclaman los personajes públicos en demanda de su imposible condición de robinsones, José Antonio Ardanza guarda las canciones de la diva portuguesa en un rincón del alma. A José Antonio Ardanza le costó personalmente tanto acceder al alquiler electoral de Ajuria Enea, como le costará retornar a la intimidad abandonada del hogar establecido. Allá por 1984, se debatía entre el servicio público que se residencia en Ajuria Enea o la intimidad de las pequeñas plazas, el domicilio sentimental que definía Federico García Lorca. Fue una decisión tomada con las tripas, convencido por su entorno íntimo y subyugado por las condiciones adversas que reclaman las decisiones solemenes: el partido, partido casi en dos; Garaikoetxea destituido, la comunidad autónoma alborotada (en lo íntimo siempre, destripada a veces, convulsa, a menudo). Un paisaje costumbrista que amarilleaba las ambiciones de un hombre discreto, proveniente del espíritu de Mondragón y con el pedigrí nacionalista que le otorgaba su condición geopolítica: nacido en Elorrio (Vizcaya), alcalde de Mondragón, diputado general de Guipúzcoa y, finalmente, lehendakari residenciado en el corazón de Álava. Las decisiones personales (de los que eligen y de los elegidos) tienen siempre mucho de rotundidad y algo de coyuntural. Ardanza hizo de la condición virtud y asumió el reto de lo aleatorio. Lo pasó mal, política y humanamente, obligado en ocasiones a hacer de tripas corazón y de corazón, tripas. La sinfonía del lehendakari tuvo sus partes: la marcha de la sucesión, el intervalo del batacazo electoral de 1986, los desajustes de asesoría interna y, finalmente, el descubrimiento del liderazgo con el Pacto de Ajuria Enea. El Pacto resolvió su intimidad política, convertido en la tercera residencia donde cohabitar lo personal, lo partidario y, por fin el común denominador que había de definir su diseño para el resto del mandato. Con un perfil favorable a la convivencia en coalición (una constante que le ha acompañado hasta la despedida), ajustó el discurso en torno a la paz y a la violencia y ocultó algunas carencias personales o globales en una estricta escala de valores. Sus colaboradores anhelaban una multipliciplidad de discursos (la económía, la sociedad, la función pública, la cultura) y el lehendakari (ya se imponía el adjetivo al apellido, para entonces) seguía incólume en su discurso particular, a veces intercalado de parrafos dictados por el corazón más que por la cabeza. De nuevo las tripas del fado por encima del pentagrama, a veces celebrado en su sinceridad, a veces criticado por la inmediatez imprevisible de un país milimetrado. José Antonio Ardanza había llevado la teoría de la paella al entremado sociopolítico del país. Al todavía lehendakari le gusta el brasero de la paella, pero no es partidario de mezclar los ingredientes: o carne, o pescado, o verduras. El Pacto de Ajuria Enea fue su ingrediente prioritario, su escudo frente a las situaciones internas (partidarias), su espejo social ante la ciudadanía. A menudo, la condición de máxima autoridad reclama un pedigrí que encarne la solvencia. Ardanza, como Garaikoetxea -su precedecesor- no disponían de más hojas rellenas que las que otorga la vida cotidiana. Las obras examinaban la novedad. Y tras las dudas personales (Ajuria Enea sí, Ajuria Enea no) encontró la política cotidiana como argumento de los días laborables durante cuatro legislaturas. Ardanza barruntaba la despedida con anterioridad a cuando se ha producido. El tiempo le devolvió al inicio, como el túnel en el que devienen las historias personales (repletas de satisfacciones, cansancios, errores, aciertos, y voluntades explicitas y proscritas). Su fulgor, tan ajeno a lo esplendoroso como cercano al día a día, asomó a la balaustrada institucional difuminando a la persona. Y se va este personaje familiar, empeñado en la estruendosa sencillez, con el espíritu de Mondragón intacto y el espíritu de Ajuria Enea en la solapa del corazon político. Quién se lo iba a decir cuando discutía íntimamente con los fantasmas de un palacio que preveía demasiado amurallado y convulso...

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_