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Saramago: "El Descubrimiento fue violencia, depredación y conquista"

El escritor luso invita al diálogo a los filósofos iberoamericanos

El Primer Congreso Iberoamericano de Filosofía se despidió ayer de Cáceres, para trasladarse a Madrid, donde se prolongará hasta el sábado. Y lo hizo con una sesión matinal que dejó mudos a los asistentes. El escritor portugués José Saramago, invitado a la reunión, hizo un llamamiento a iniciar un nuevo diálogo, pero recordó que éste sólo puede darse de verdad si España y Portugal llaman a las cosas por su nombre.

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Ya para que quedara claro de qué hablaba dijo: "El Descubrimiento no fue un diálogo de culturas, ni un encuentro de pueblos, fue violencia, depredación y conquista".Hay quien sostiene que la función del filósofo es pelearse por palabras, dotarlas de su sentido pleno para que sean vehículo de verdad y no de dominación de los unos sobre los otros. Saramago ejerció ayer plenamente de filósofo, propuso recuperar el nombre de las cosas como paso previo para un nuevo diálogo en el que participen, como iguales, España y Portugal y los pueblos iberoamericanos e iberoafricanos.

El autor de La balsa de piedra empezó hablando de la relación de los pueblos europeos entre sí, paso previo para entender la relación de España y Portugal con sus otras colonias. Y no era un discurso historicista, Saramago hablaba de hoy y de mañana.

A pesar de que Portugal y España han llevado al resto del mundo "el nombre y el espíritu de Europa", dijo, "quedaron después al margen de la historia", una historia escrita por las potencias centroeuropeas durante cuatro siglos con "arrogancia y desdén". Europa central se veía a sí misma como el lugar donde se pudiera ubicar "el modelo humano más próximo al prototipo que Dios tendría en mente cuando colocó en el Paraíso el primer hombre".

Saramago no quiso repasar las injusticias provocadas por Europa, pero sugirió que ésta presentara "al tribunal de la conciencia mundial el balance de su gestión histórica" para evitar la prolongación de mayor pecado: "La existencia de dos Europas, una periférica, con el consiguiente lastre de injusticias, dominaciones y resentimientos, cuya responsabilidad la nueva Europa comunitaria parece no querer asumir", y una segunda, central y eurocéntrica, formada por los Estados más ricos, para la que "el resto del continente sigue siendo algo más o menos vago y difuso", exótico y pintoresco donde hacer buenos negocios "contando con adecuadas colaboraciones locales".

La nueva Europa, sugirió Saramago, tiene que ser una entidad moral y eliminar los egoísmos nacionales y regionales. No puede construirse sobre supuestas hegemonías culturales. "Ningún país tiene derecho a presentarse como guía cultural de los restantes. Las culturas no deben ser consideradas mejores o peores, todas ellas son culturas y basta".

Pero España y Portugal no han estado libres de la tentación. El Descubrimiento no fue un diálogo: "Fuimos a corromper las culturas que encontramos, a destruir las civilizaciones que les habían dado origen. Los primeros que llegaron a América lo hicieron "como descubridores e inmediatamente pasaron a explotadores". España y Portugal no son "los mayores criminales de la historia", pero tampoco pueden ser absueltas a cualquier precio. Con todo esto, Saramago quería llegar al presente: "Hoy y no ayer, los responsables del dominio político y económico de que son víctimas" las naciones latinoamericanas "no se llaman Colón ni Cabral, antes bien, usan nombres y apellidos de inconfundible acento anglosajón.

El descubridor se convierte pronto en intolerante. "Descubrimos al otro y lo rechazamos", al negarnos a admitir que su razón "pudiera prevalecer sobre la nuestra". Y la intolerancia se convierte en un amplio abanico de actitudes que empiezan en el rechazo a la diferencia, hasta llegar al racismo y la xenofobia. Y arraiga con facilidad por el temor de los individuos a parecer "poco patriotas o poco creyentes".

El discurso de Saramago, aparentemente pesimista sobre la condición humana, terminó con un canto de esperanza que se yergue entre los restos de una civilización que, en su opinión, se desmorona. Entre los escombros de "socialismos pervertidos y capitalismos perversos" se percibe, dijo, una reorganización de los valores, que permite descubrir al otro, como forma de descubrirse uno mismo: "El tiempo de los descubrimientos aún no ha terminado. Continuemos descubriendo a los otros, continuemos descubriéndonos a nosotros mismos". Calló, hubo aplausos y se hizo el silencio. El público no se movía, como esperando más. No lo había. Cada uno de los asistentes tuvo que salir de la sala y encontrarse con sus propios pensamientos.

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