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La palangana

Juan José Millás

Hace 400 años se murió Felipe II, un señor que tenía un chalé en El Escorial, y, como es lógico, al siguiente día se celebró un funeral por su alma al que asistieron el Príncipe de Asturias, la ministra de Cultura, un obispo y algún que otro general. Muchas autoridades, en fin, preocupadas por su descanso eterno. A algunos les podrá parecer surrealista que se rece por el alma de un individuo fallecido hace cuatro siglos, pero es que en esto de la salvación no funciona el sentido común ni la lógica convencional. Paesa es un vivo y ya se le han oficiado 30 misas de córpore insepulto, nunca mejor dicho. Todo es poco cuando hablamos del más allá. Si aplicáramos esa preocupación al más acá, quizá habría menos casas sin ducha ni retrete en Lavapiés.Pero tampoco hay que ser tan pragmático, que vete a saber lo que significa esta esdrújula. Lo más probable es que Ruiz-Gallardón, que también asistió al funeral de Felipe II, no crea en los efectos terapéuticos de una misa celebrada con tanto retraso psicomotor, pero el hombre tiene mucha fe en los símbolos y sabía que debía de estar allí, incluso aunque Felipe II se encuentre ardiendo en los infiernos desde hace tres siglos o disfrutando de la compañía de san Pedro desde hace dos.

En realidad, a estos actos no sólo se acude porque se crea en su eficacia curativa contra las quemaduras de primer grado, sino porque constituyen una ocasión para ver gente y tomarse un canapé. Ahora bien, ¿es más civilizado ocuparse del alma de Felipe II o de los retretes de Tetuán? No es incompatible, dirán los temperamentos moderados; sí, afirmarán los radicales. Dios lo tenga en su gloria, gemirá Álvarez del Manzano.

Personalmente, no creo en el alma, pero tengo fe en los retretes. Es más, pienso que si Felipe II levantara la cabeza (Dios no lo permita) renunciaría a las pompas de este mundo y se preocuparía por las ancianas de Madrid que, a falta de ducha, todavía han de utilizar la palangana para desinfectarse las varices. La experiencia de la muerte cambia mucho a las personas y Felipe II no iba a ser una excepción. A lo mejor hasta vendía el monasterio para aliviar las penurias del tercer mundo de Madrid, que es terrible, según hemos podido leer en un informe publicado en estas mismas páginas. No hay nada como morirse para advertir lo dura que ha sido la vida.

A veces se toma uno una medicina caducada y le cura el resfriado que tuvo hace tres años. Todas estas misas que celebran por Felipe II o por Paesa están pasadas de fecha, no hay más que ver la foto de las autoridades abandonando el lugar de los hechos cada uno disfrazado de lo suyo, pero a lo mejor, si no le salvan el alma, le alivian el reúma o la gota que padeció el monarca en su día. Los efectos retroactivos son un invento de la Administración que se puede aplicar a cualquier cosa. Personalmente, suelo tomar ansiolíticos caducados que me ponen muy tranquilo la semana anterior; por eso, cada vez tengo un pasado menos interesante. Lo que nadie ha inventado todavía es un servicio de obras públicas que ponga un retrete en tu biografía si no has disfrutado de él en vida.

Yo tuve de pequeño una palangana; todavía la guardo en el trastero, y por más que me he empeñado en convertirla en una bañera de porcelana con la grifería de oro, no ha sido posible. La memoria no se deja engañar tan fácilmente. Carezco de alma, pero tengo palangana, y cuando muera me gustaría que alguien rezara por su salvación. La palangana es el alma de los pobres. Por eso es eterna y continúa vagando por las casas de Tetuán como el espíritu de Felipe II por entre los muros de El Escorial. No sabemos cuál está más desportillada, si el alma del monarca o mi palangana. Pero sí cuál está más sucia. En ese sentido, no me importaría prestársela al oscuro rey para que bañara su espíritu de vez en cuando en ella y viera lo que es bueno.

En cuanto a las autoridades de la foto, personalmente les recomendaría que se preocuparan más de los sanitarios de los pobres de Caño Roto o Entrevías que del alma de Felipe II. Quizá no sea incompatible, pero uno se gana la vida haciendo demagogia. Si de pequeño hubiera tenido alma o cuarto de baño, ahora me dedicaría a la política.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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