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Cataluña y la "botigueta"M. VÁZQUEZ MONTALBÁN

Nada que oponer a la supervivencia de la botigueta en estos tiempos en que los grandes espacios comerciales multinacionales avasallan el pequeño comercio y quién más quién menos tiene en las mejores retinas de su memoria a los tenderos y tenderas de su barrio, extraños seres que a cambio de poseer maravillosas mercancías, habían nacido detrás de un mostrador y no se movían de allí jamás, planteando el problema de cómo habían crecido al unísono los cuerpos y los guardapolvos o delantales. Cumplido con este canto a la botigueta y al botiguer, quiero referirme a la nefasta penetración de la filosofía de la botiga en los aparatos de las formaciones políticas, lógica en estos tiempos de crisis de mercado de trabajo, pero decepcionante en un momento en que está en juego una decisión colectiva importantísima para el ecosistema político y la higiene mental de Cataluña: la continuidad o no del pujolismo, esa versión catalana del degaullismo desmilitarizado, pero degaullismo al fin y al cabo, concebido como la tutela de un hombre providencial sobre uno de los muchos pueblos escogidos que hay en el mundo. Casi todos. Ante la larga o breve marcha de los acuerdos preelectorales, larga o breve porque depende de los designios del general De Gaulle, quien puede convocar las elecciones según sus necesidades tácticas, debemos censar los errores autodestructores que pueden cometer las fuerzas políticas alternativas que realmente quieran cambiar la mayoría política en Cataluña. Un error sería brindar el imaginario de que la confrontación se plantea entre Pujol y el Frente Popular. Otro el de que basta la suma aritmética previamente pactada entre las formaciones alternativas para ganar las elecciones. También hay que considerar el error o el cálculo egoísta de los aparatos de los partidos, temerosos de que cualquier cambio implique la alteración de su propio status individual y colectivo de botigueta. Ya se sabe cómo se sobrevive desde la oposición al pujolismo, incluso cómo se perciben los beneficios de actuar de bisagra y a veces se puede tener miedo a ganar, como esas plantillas de equipos de Segunda División que saben que en cuanto consigan el ascenso a Primera División la nueva situación va a requerir una renovación de plantilla. Frente al riesgo de que se reduzca la ansiedad alternativa a un Frente Popular inventado por las derechas cuestionadas, frente al error de cálculo de las sumas aritméticas de lo hoy realmente sumable y frente a los pequeños intereses de los aparatos o formaciones hechas a la medida de una cómoda oposición, no queda otra salida que el factor amalgama creado por una movilización social plural que supere el imposible imaginario de un Frente Popular, que evite la tentación de constituir una artificial coalición de centro izquierda que no movilizaría el voto de la abstención y que consiga desbordar los cálculos aritméticos y las bunkerizaciones de los aparatos. Hay ejemplos históricos de que esas movilizaciones sociales consiguen en Cataluña imponer razones superiores a la lógica interna de las formaciones políticas. Esquerra Republicana en los años treinta fue el resultado de una energía social histórica de cambio que nació de abajo a arriba y dinamitó la nefasta botiga de la Lliga de Cambó, capaz de pactar con los fascistas en las elecciones de 1936, antes de que las izquierdas democráticas llegaran a gobernar. Durante la larga resistencia contra el franquismo, tan importante fue el voluntariado resistente de los partidos clandestinos como esa movilización imparable que fue la Assamblea de Cataluña, una idea afortunada y eficaz de Antoni Gutiérrez Díaz y del espíritu de la asamblea se derivó el de la Entesa dels Catalans, la última vez en que la mayoría social de izquierdas pudo convertirse en mayoría política en Cataluña. Independientemente de cómo avancen las formaciones políticas hacia acuerdos pre o poselectorales, la cuestión planteada es demasiado seria como para dejarla sólo en manos de especialistas en supervivencias a la alta o a la baja o a la bisagra. Bastarían dos folios de propuestas comunes y la evidencia de que sólo un cambio de poder en Cataluña puede ayudarnos a salir del marasmo de ser gobernados por la alianza implícita de CiU y el PP, a través de una insufrible mezcla ideológica de economicismo y montañas sagradas en la que ni siquiera se siente cómodo el señor Duran Lleida y todo lo que representa. Mal momento para conservar el espíritu de botigueta política y en esos dos folios de proyecto de cambio incluso debería contemplarse cómo se soluciona el problema de los botiguers de verdad. Los otros han de tratar de recuperar aquel instante en sus vidas en que aún eran militantes y no funcionarios.

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