Los demócratas abandonan a Clinton ante el riesgo de un fracaso electoral
No pasa un día sin que una voz importante en Estados Unidos se eleve para condenar la libido incontrolable y la propensión a la mentira del presidente Bill Clinton. Ayer se supo que Paige Patterson, líder de la Iglesia baptista del sur, la confesión protestante más numerosa del país, le ha pedido a Clinton que dimita antes de que se convierta en "un instrumento de corrupción de los jóvenes". Es una bofetada amarguísima para un Clinton que hace alarde de su religiosidad, precisamente en el seno de la Iglesia baptista.
Lo grave para Clinton es que los golpes más duros no se los están propinando sus rivales políticos republicanos, sino los que eran sus amigos, aliados y correligionarios hasta su patética e incompleta confesión televisada en relación al caso Lewinsky. Muchos demócratas se están desmarcando de un hombre cuya permanencia en la Casa Blanca puede traducirse en el descalabro del partido en las elecciones legislativas del próximo mes de noviembre e incluso en las presidenciales del año 2000.Y ahora acaba de hablar la voz suprema de los baptistas. Clinton, según Patterson, debería dimitir "en aras de la salud del país" y para concentrarse en la tarea de "pedir perdón por sus transgresiones personales". El líder de la Iglesia baptista del sur, que cuenta con 15,6 millones de miembros, incluidos Clinton y Al Gore, lamenta que muchos estadounidenses sigan apoyando al presidente tan sólo por el hecho de que su estancia en la Casa Blanca coincida con un buen momento económico. Eso le parece un "materialismo peligroso". Todavía está por ver si esta catarata de condenas terminará minando la buena nota que la política de Clinton sigue recibiendo de la mayoría de sus compatriotas.
En cualquier caso, los demócratas ya han percibido un nuevo fenómeno: los estadounidenses pueden darle un aprobado a Clinton como gestor, pero no quieren invitarle a cenar a sus hogares. Esa contradicción entre la aceptación del político Clinton y el rechazo de la persona Clinton es muy peligrosa para los intereses electorales del Partido Demócrata.
EE UU celebró ayer la festividad del Día del Trabajo, que marca el comienzo de la campaña electoral de otoño. El 3 de noviembre los estadounidenses renovarán la totalidad de la Cámara de Representantes y un tercio del Senado, y elegirán a numerosos gobernadores y alcaldes. A tenor de las encuestas, que reflejan un hastío de la política y los políticos, la participación será muy baja.
Sólo un contingente electoral tiene ganas de acudir a las urnas: los conservadores indignados con Clinton. Ello puede traducirse en una gran victoria republicana. Clinton se ha convertido en un "apestado". Pocos demócratas quieren hacerse fotos a su lado. Ken Lucas, un demócrata de Kentucky que compite por un escaño en la Cámara de Representantes, declaró ayer: "No quiero su presencia [la de Clinton] en ninguno de mis mítines".
El día anterior, Parris Glendening, gobernador demócrata de Maryland, canceló a bombo y platillo la presencia de Clinton en sus actos electorales. El viernes, tres prominentes senadores demócratas -Joseph Lieberman, Bob Kerrey y Patrick Moynihan- tildaron el comportamiento de Clinton de "inmoral, dañino y merecedor del rechazo público".
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