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Más incertidumbre, menos liderazgo

Andrés Ortega

Este verano, el mundo ha ganado en incertidumbre. Con mayor o menor discreción se han echado por la borda algunos presupuestos y entrado en un época que, no sólo en materia bursátil, se puede caracterizar por la volatilidad y la falta de rumbo. Primer elemento ha sido Rusia, importante en sí, por la estabilidad que puede aportar a sí misma y a su entorno, incluida Europa del Este, por su inmensidad geográfica pero no trabada, por sus materias primas, por la población, por las armas nucleares, y porque es un miembro del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, aunque, como señalara The New York Times, lo que perdió la Bolsa de Tokio en una semana, a finales de agosto, fuera equivalente a toda la producción anual de la economía rusa.A la larga, Rusia tiene muchas bazas a su favor, pero debemos hacernos a la idea, señalada desde hace tiempo, de que la crisis rusa puede durar tiempo: probablemente para una o dos décadas más. A corto, sin embargo, también ha quedado en evidencia que el apoyo a la cleptocracia, a los que se han repartido con descaro las riquezas de Rusia bajo el principio de la privatización (antes lo hacían bajo el manto de la Nomenklatura) no sirve para estabilizar ese país, ni para generar un liderazgo fuerte. Y que la experiencia de la economía de mercado puede fracasar. La devaluación del rublo en una economía dolarizada, en la que los que tienen sacan dinero del país con una mano mientras piden préstamos internacionales con otra, se ha llevado por delante los ahorros de la incipiente clase media, y los ciudadanos rusos pueden estar llegando al límite de su proverbial aguante .

Lo que nos lleva a la incapacidad japonesa para salir de su marasmo económico, al estar la política, la administración y los intereses demasiado enmarañados. Pero la debilidad de Japón está arrastrando la escasa fuerza que queda en otros países de la zona, a empezar por China, que ha maniobrado con escasa habilidad en el mercado de Hong Kong y no logra conducir una economía que necesita de la exportación como el hombre del oxígeno. Japón no está cumpliendo. Y mientras, como ha pasado en Malaisia, se puede empezar a extender la tentación de limitar los movimientos de capitales a corto. Allí, en Rusia o en otros lugares, puede estar dando marcha atrás el mercado.

EE UU y Europa parecían protegidos frente a la crisis asiática que ha rebotado en América Latina y Rusia. Ya no; o, al menos, ya no es seguro. EE UU lleva siete años de crecimiento ininterrumpido, y en Europa, el boom actual podría frenarse (más allá del Reino Unido, que prepara su aterrizaje suave), aunque la perspectiva del euro, si aguanta los próximos meses, puede haber servido de anclaje para la estabilidad de este viejo barco. Pero no cabe apostar ya plenamente por un crecimiento relativamente durable.

Lo que queda de manifiesto es la insuficiencia de las instituciones internacionales para hacer frente a estos fenómenos. El mercado ha ganado terreno a los Estados, pero éstos no han sido capaces de organizar una mejor gestión de la globalización. La reunión de otoño del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial pudiera empezar a aportar respuestas, así como otros movimientos que ya ha emprendido el Fondo de cara a América Latina o a Rusia. Pero éstas son instituciones pensadas para otros tiempos y a las que el Congreso norteamericano sigue negando las dotaciones necesarias. Para renovarse a fondo estas instituciones o crearse unas nuevas haría falta liderazgo político. En este momento no se percibe nadie con autoridad y capacidad de liderazgo internacional. Ni en EE UU, con un presidente sumamente tocado, injustamente o no, por el caso Lewinsky, que comete errores de enfoque en la lucha contra el terrorismo y que parece pretender gobernar el mundo con el mando a distancia; ni en Japón, ni en Rusia, ni en una Unión Europea políticamente ausente, con Kohl metido en su último intento de supervivencia.

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