_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Tortura y asedio

Javier Marías

Los problemas de las ciudades se ven como asuntos menores. En los periódicos van a parar a las tristes secciones locales, en las que toda noticia se difumina y angosta. Y esa inercia hace que apenas encuentre reflejo en la prensa lo que sin embargo constituye la mayor obsesión de los madrileños y una situación tan grave que debería figurar a diario en primera página. Es ridículo que se considere "local" algo que atañe a unos cuatro millones de personas -un diez por ciento de la población de España- y en realidad a todo el país, ya que por 1a capital pasa y sufre de continuo gente de todas las zonas.En este mismo diario hay que contentarse con algún excelente chiste de Forges -nunca los bastantes- y unas pocas menciones ocasionales. La ciudadanía, con una mortal combinación de fatalismo, resignación y desesperación paralizante, parece en verdad cautiva, sin voluntad, narcotizada. Madrid es famosa por el levantamiento del 2 de mayo, qué se habrá hecho de aquel espíritu. También lo es por el doloroso y sañudo asedio que aguantó durante la Guerra Civil. En aquello hubo al menos grandeza, o así lo dijo la poesía. No hay ninguna en el actual y mucho más largo asedio a que 1a somete desde dentro su propio alcalde, un sevillano llamado Manzano.

Tampoco se ocupa mucho la prensa de este destructor individuo, cuando es seguramente el político más dañino de la historia de la democracia, incluidos Anguita y Felipe González, no sé si Arzalluz. El sistemático arrasamiento de una gran ciudad y la permanente tortura de cuatro millones de personas no dejan mucho lugar a dudas. Su aspecto blando, sus actitudes delicuescentes y su ostentosa beatería hacen que a primera vista parezca inofensivo, o sólo blando, delicuescente, beato y con espantoso gusto para las fuentes, estatuas y otros adefesios con que nos afrenta (su última hazaña: un grotesco busto de Goya inspirado en los premios de cine "Goya"). Dijo hace poco Haro Tecglen que el hombre ha perdido el juicio. No lo niego, pero tal posibilidad no le restaría un ápice de su capacidad destructiva ni de su crueldad moral. O es más; que este pollo no esté en sus cabales -y de ello no faltan indicios-, lo torna aún más peligroso y dañino, pues es bien sabido que casi todos los locos enloquecen de sí mismos, esto es, se limitan a exacerbar sus propios ser y carácter.

Lo cierto es que desde hace unos ocho años Madrid es un perpetuo tormento y un lugar invivible por culpa de quien tendría la misión de proteger y servir a los ciudadanos; de procurar su seguridad, su comodidad y por supuesto su paz y descanso. Y sin embargo es el Ayuntamiento el principal causante de nuestra inseguridad, incomodidad, desquiciamiento, ineficacia e insomnio. Hace ocho años que todas las calles (permítaseme la hipérbole, apenas exagerada) están siempre en obras, todas al mismo tiempo. Las más de las veces esas obras se perciben como superfluas al emprenderse, y no lucen nada cuando concluyen. Da la impresión de que un altísimo porcentaje de ellas son del todo gratuitas e innecesarias. En otras capitales europeas se lo piensan bastante antes de montar un aquelarre de perforadoras, grúas, taladradoras, hormigoneras, zanjas, apisonadoras, picos, vallas, cortes de tráfico, cascotes, retumbantes planchas, arenillas y demás amores de Manzano. Se juzga que no se puede molestar y perturbar así como así a la población. Aquí se diría más bien que, si no hay por qué reventar una calle, se inventa la causa, acaso para satisfacer compromisos con empresas, acaso sólo para fastidiar a los madrileños y volverlos tan lunáticos como dicen que está este alcalde (y yo lo creo). Hay esquinas que son abiertas seis y siete veces en un año. Hay barrios enteros que no duermen desde hace meses, porque la furia demoledora prosigue a la noche (lo asombroso es que fuera "noticia" la reciente salida a la calle de un vecindario insomne; indica el grado de rendición generalizada). Jamás se respetan los plazos, y cada obra se eterniza. El pretexto es a veces un ensanchamiento de las aceras, tarea iniciada el 1 de agosto cerca de mi casa para un tramo corto y cuyo término no se vislumbra. Cabe recordar que Manzano estrechó primero nuestras aceras al plantarles sus horrendos chirimbolos -ya se ve- muy "culturales", según la probable idea de la cultura del regidor o munícipe, que habrá de ver mucha en los anuncios publicitarios. También las llenó de contenedores gigantescos y de pivotes sin cuento. Si no las hubiera estrechado tanto no tendría que ensancharlas... Pero qué digo, ya caigo: sin duda lo hace tan sólo para poder hincarles más chirimbolos comerciales. Todo es una tomadura de pelo, tan exagerada que no puede ser obra de un desaprensivo en su sano juicio (será de un desaprensivo trastornado en todo caso). Durante tres años padecimos la malfamada remodelación de la plaza de Oriente, que no estaba mal como estaba ni está ahora mejor tras el faraónico esfuerzo, a menos que se considere mejora un aparcamiento subterráneo. El sujeto municipal siente devoción por los túneles, así que excava y excava destruyendo a su paso. Es discutible una política ciudadana encaminada sólo a facilitar el tráfico, pues está demostrado en otros sitios que lo único que lo modera son las medidas restrictivas, no las fomentadoras (el alcalde parece en esto un vendedor de coches). Pero es que además, si ésa ha sido su gran política, estamos ante un conspicuo ejemplo de individuo fracasado, ya que la circulación va siempre a peor, demencial e insoportable, en buena medida gracias a las zanjas y las vallas que anulan los túneles.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Con todo, lo más grave son las indecibles torturas y el estruendo incansable. Lo más grave es matar la vida de una ciudad. En ella no hay quien se concentre, quien piense, quien lea, quien escuche, quien pasee, quien pueda sentarse al aire libre, quien oiga música, quien trabaje eficazmente, quien descanse. Lo comentaba Félix de Azúa en estas páginas: el ruido no ataca el cuerpo (estaría por ver), y por ello los políticos no le ponen remedio; pero sí ataca el espíritu y el pensamiento, de modo que a los políticos les es muy útil, y lo favorecen. Se dice, y es cierto, que Madrid está crispada y fuera de sus casillas. ¿Y cómo podría ser de otro modo? Hace un rato, según comentaba con un taxista el panorama devastado por el que no transitábamos, le hice la comparación: "Imagínese que tuviera usted su casa siempre en obras. Ahora cocina, luego cuarto de baño, luego salón, luego alcoba; y otra vez cocina, pasillo, salón, sin cesación ni término. Porque esto es el equivalente, sólo que a mayor escala". Rió el hombre y dijo: "Me iría de mi casa". Y eso es lo que el sevillano Manzano seguramente pretende, expulsarnos de nuestra ciudad a todos.

Lo increíble, ya digo, es que no se hable constantemente -en la calle sí se hace- del asedio y tortura de Madrid. Los periódicos son muy tibios. Claro que el responsable de la sección local de uno de los tres principales madrileños es algo así como el cronista oficial del Ayuntamiento, muy puro ese diario, cómo denuncia. El segundo aplaude tan invariablemente al feligrés Manzano que hasta llevó a cabo en su día, bajo la égida de Ansón el conspiratorio, una brutal campaña a favor del entonces

Pasa a la página siguiente

Viene de la página anterior

proyecto para la Plaza de Oriente: a tanto llegó su incomprensible interés que no tuvo empacho en atacar vitriólicamente al venerable arquitecto don Fernando Chueca (colaborador de ese diario y no sé si senador del PP a la sazón) por haberse mostrado contrario a aquella reforma. Y los tan sagaces periodistas de nuestros días ¿nada tienen que investigar sobre esta gestión municipal interminable? ¿Qué porcentaje lleva el alcalde sobre cada obra, si lo lleva? ¿Cuál los concejales? ¿Por qué interesa abrir ocho veces una esquina -el gas, la electricidad, el teléfono, el agua- en vez de coordinar un poco y ahorrar padecimientos a los vecinos? ¿Hay algo de cierto en lo que le cuentan a uno todos los taxistas, a saber, que se abre y se cierra cuantas más veces mejor porque existe una empresa encargada siempre del cierre, en la que participa el Ayuntamiento? ¿Hasta qué punto el alcalde se compromete a proporcionar trabajo a las empresas, y así ha de procurárselo a costa de los ciudadanos, aunque no lo haya o no haga falta? ¿Por qué un solo individuo puede atormentar a cuatro millones? ¿Quién controla a los alcaldes (véase el reciente caso de Gil e Ídem en Marbella)? ¿Es su poder absoluto? ¿Qué pinta Ruiz-Gallardón en todo esto? ¿Por qué la oposición apenas protesta, o no se hace oír (quizá porque harían lo mismo)? ¿Por qué Morán, el flamante candidato del PSOE a la alcaldía, sestea y no clama al cielo a diario? ¿Cuál es el estado de cuentas? ¿Sigue siendo la fortuna personal del alcalde la razonable, al cabo de estos ocho años? ¿Por qué tanta pasividad ante este ininterrumpido atropello urbanístico, escultórico, arquitectónico, circulatorio, vital en suma?

Que los madrileños están adocenados resulta palmario, una de las reacciones clásicas de la desesperación y el derrotismo. Hasta serían capaces de votar al Torturador de nuevo, el año próximo, también hubo un tiempo en que los alemanes votaban a sus verdugos. Bien, una de las mayores perversiones de la vida pública de un país es el consentimiento de esta falacia refleja: que cuando alguien critica a un político o a un partido, el político, el partido o sus secuaces de prensa digan impune e invariablemente que se trata de una crítica "partidista", si no "electoralista". Con la siguiente propuesta quiero dejar muy claro que no sólo no es éste mi caso, sino que ni siquiera podría aplicárseme la falacia: si para las municipales del 99 el Partido Popular elige a otro candidato a la alcaldía de Madrid que no sea Terminátor Beátor, me comprometo ahora mismo a votarlo, sea quien sea, y hasta a escribir algún artículo recomendándolo. No me digan que la cosa no va en serio y no tiene mérito. Y ahora que lo pienso: si el propio Aznar ha anunciado que no seguirá más allá de ocho años en su cargo, ¿por qué se le consiente más tiempo a su subordinado?

Mientras escribo esto, las perforadoras siguen horadándonos, como han hecho con los millones de madrileños que han pasado agosto o parte de él en Madrid. Ese mes durante el que, por si no le basta su saña del resto del año, el alcalde nos deja cada vez montada una Noche de Walpurgis inolvidable. Mientras la población carecía de vacaciones y descanso por su furibundo capricho, él, este verano -he visto la foto en este periódico, escuela de Antonio Gala-, se achuchaba con su chucho Genaro en una playa de Almería, en traje de baño y con un cadenón al cuello. Porque la verdad -y es raro-, no me pareció un escapulario.

Javier Marías es escritor.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_