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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

¿Cuota catalana?

MIENTRAS UNIÓ resucita el debate sobre la conveniencia de que los nacionalistas catalanes entren en el Gobierno español y Convergència insiste en que este tema no es prioritario ni oportuno, el Gobierno incorpora a destacadas personalidades que han tenido cargos de alta responsabilidad en la Administración gobernada por CiU. Fue el caso del ex director general de Industria de Pujol, Josep Piqué, y es el del ex consejero de Medio Ambiente, Albert Vilalta, que ocupará la Secretaría de Estado de Infraestructuras y Transportes.El Gobierno de Aznar incorporó desde el principio a muy pocos catalanes de su propia cantera política. Un único secretario de Estado. La nómina se ha incrementado recientemente, y ya son tres. Lo primero se explicó por los mediocres resultados alcanzados en las elecciones por el PP de Cataluña. Se suponía que la influencia catalana en el Gobierno la canalizaban sus socios parlamentarios de CiU. Y así ha sido hasta ahora. Eso ha permitido a Pujol presentar como propios los éxitos de Aznar, por ejemplo, en materia económica, y ha mantenido en un discreto segundo plano a la organización catalana del propio PP.

Pero tanto, el nombramiento de Piqué como portavoz del Gobierno y el de Vilalta apuntan un cambio en esa situación. No parece tanto que Pujol coloca a los suyos en el Gobierno como que éste penetra en los medios sociales cultivados hasta ahora en exclusiva por CiU. Es una apuesta inteligente. CiU ha tenido siempre clara su voluntad de ser un partido de poder. Lo ha sido durante los últimos 20 años. Directamente, en la Generalitat; de manera indirecta, por medio de alianzas parlamentarias, primero con UCD, después con el PSOE y ahora con el PP. Con Piqué y Vilalta, Aznar penetra un poco en ese mundo de la derecha catalana que ha venido siguiendo a Pujol no tanto por afinidad ideológica como por identificación con el poder: con un político capaz de ejercerlo.

El PP representaba, y representa todavía en gran medida, en Cataluña al menos, a la derecha procedente del franquismo y a sectores de opinión que rechazan de plano el nacionalismo de Pujol por considerarlo un mero disfraz del independentismo. Incorporaciones como la de Piqué y Vilalta indican un esfuerzo por superar estos límites y, en eso al menos, coinciden con la proclamada voluntad centrista.

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El nombramiento de Vilalta parece destinado, por lo demás, a hacer saltar algunos de los tapones que dificultaban la relación entre Aznar y sus aliados de CiU. Tras la dimisión de Pasqual Maragall como alcalde de Barcelona, Pujol se ha convertido en el abanderado de la construcción de algunas grandes infraestructuras de comunicaciones y transportes que requieren grandes inversiones y competen a la Administración central, en particular la ampliación del puerto y el aeropuerto de Barcelona y la conexión con la red ferroviaria europea de alta velocidad, entre otras. Son, y aquí la casualidad no puede tener lugar, asuntos del Ministerio de Fomento que Vilalta tendrá muy directamente en sus manos.

Uno de los objetivos de CiU en la negociación de los Presupuestos Generales del Estado para 1999 es elevar el porcentaje de inversión en obras públicas que el Gobierno destina a Cataluña. Es un porcentaje históricamente bajo, por debajo del promedio, aunque parezca increíble, incluso durante los años previos a los Juegos Olímpicos de 1992. CiU quiere colocarlo en el 16%, que es el correspondiente al peso de la población catalana en España.

Lo que hasta ahora aparecía como mérito de Pujol -influir en Madrid e incrementar las inversiones en Cataluña- puede convertirse en una baza para Aznar e incluso en una futura penetración del PP en el electorado catalán de CiU.

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