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Tribuna
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A la escuela

El teatro es cultura. Y, basándose en este aserto, caracterizados representantes del mundo teatral manifestaban hace unos días que debería promoverse la promoción del teatro en las escuelas.Las escuelas: siempre el gran recurso.Se trataría de que se introdujera en las escuelas un taller teatral para impartir a los niños enseñanzas sobre la materia y despertar en ellos el interés por acudir a los teatros.

El aumento de circulación por carretera está produciendo un escandaloso balance de muertes. La situación es absolutamente inaceptable. Los avances de la civilización no pueden ser a costa de la vida de las personas. Gente versada en la materia ha propuesto que se introduzca en las escuelas una asignatura acerca de la circulación viaria, con todas las circunstancias convergentes, sin que falten la enseñanza de la conducción, señales de tráfico, pautas de comportamiento.

Azota la droga, con sus secuelas de sida y otras enfermedades, y pues todo ello prende en una parte importante de la juventud, hay movimientos favorables a establecer en las escuelas una asignatura que informe a los educandos sobre la la naturaleza de las sustancias estimulantes y los efectos perniciosos de su consumo.

Se registra entre muchachas púberes un incremento de los embarazos, asimismo proliferan los no deseados, alguien ha detectado que los jóvenes de este final de milenio no saben cómo se hace el asunto, y para solventarlo todo se requiere la urgente introducción en las escuelas de una asignatura de orientación sexual que abarque el acto con sus variantes, las medidas cautelares para evitar infecciones, los métodos preservativos y la forma de abortar por si fallan.

Cada vez se conocen más casos de mujeres maltratadas. Semejantes focos de barbarie son inconcebibles en una sociedad civilizada y se ha exigido implantar en las escuelas una asignatura que aborde el machismo y sus perversiones..

Brotes de racismo se producen por doquier, y se considera imprescindible que las escuelas den la asignatura Racismo y Xenofobia, enfocada desde la solidaridad y la tolerancia.

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Y más asignaturas se sugieren, inspiradas en la realidad. El problema es que, establecidas, no queda sitio para otras asignaturas, algunas esenciales, pues están concebidas para que la infancia y la juventud accedan al conocimiento de la cultura y de los valores propios de la sociedad en que viven.

Algo de esto ocurre ya, de todos modos. Los jóvenes -pongamos por ejemplo, volviendo al principio- no es que marginen el teatro sino que lo desconocen. A gran parte de ellos se les habla de Lope, Calderón y Tirso y se creen que son los próximos fichajes del Real Madrid. Y, sin embargo, estos padres del teatro eran de conocimiento inexcusable en anteriores planes de estudio. Los que fuimos niños -tampoco hace tanto, no se vaya a creer-, debíamos empaparnos la disciplina llamada Literatura o no aprobábamos el curso. Lo cual significaba que debíamos aprender lo de la prosa y lo del verso; la novela, el teatro y el ensayo. Conocíamos el argumento de La Celestina, sabíamos el título de un montón de obras de Lope de Vega y su aportación al arte escénico. Al que no era capaz de dar una idea sobre el Siglo de Oro lo ponían cara a la pared. Nos explicaban la influencia de Leandro Fernández de Moratín en el génesis de la Ilustración. Y de ahí hasta nuestros días. Todo lo cual suscitaba nuestro interés por el teatro, tanto leído como representado.

Luego sonaba el timbre, venían nuevas clases y en ellas recibíamos formación suficiente para saber que no es lícito andar a guantazos, y que poner en peligro a los demás es una burrada, y que no se puede ir de chulo por la vida, y que los niños no vienen de París. Lógica, Psicología y Ética era otra asignatura de primer rango. Y entraba, quieras que no, el Latín. Y siempre había vagos y torpes en las clases -un servidor, sin ir más lejos, estaría entre ellos- pero los alumnos salían de las escuelas distinguiendo el bien y el mal, desasnados, formados y culturizados para afrontar con raciocinio y decencia, con criterio y seguridad cuanto les quisiera echar encima la vida moderna.

Y estaba además la familia; los padres, que habían recibido de sus mayores el concepto de la educación y lo transmitían a sus vástagos. Y a nadie se le habría ocurrido delegar esta función, esencial e intrasferible, en la escuela. Y no hacían falta talleres, ni asignaturas, ni discursos, ni monsergas.

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