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LAS VENTAS

En familia

Empezó y estábamos en familia. Sonó el clarín para el despeje, y habría un décimo de plaza. Luego empezaron a chorrar turistas. Seguramente los tour operators tenían apretados sus programas. Llegaron dos parejas de argentinos. Llegaron unos cuantos italianos. Llegaron grupos heterogéneos con sus guías. Llegó la reina de la Polinesia.No podía ser otra, la joven, con aquella piel broncínea, con aquellos dos ojos que centelleaban fuegos volcánicos, con aquellas dos piernas torneadas por quien esculpió las columnas del Partenon, con aquellos dos brazos de diosa, con aquellas dos... Todo a pares. En su sitio. Bien puesto. Con trapío.

Quienes no llegaron fueron los japoneses. Se ve que se celebraba la feria de Tokio y prefirieron quedarse. Los japoneses son habituales en las corridas veraniegas de Las Ventas y si no acuden, se les echa en falta. Son gente tranquila. El toro y el toreo, si les importa, se lo callan. Probablemente no les importe en absoluto, como tampoco les importa a los restantes turistas ni a la reina de la Polinesia. De eso se valen los taurinos para montar carteles de escaso atractivo y soltar al redondel auténticos saldos ganaderos.

Puerta / Ramos, Núñez, Gil

Toros de Julio de la Puerta (1º devuelto por inválido), muy desiguales de presencia, en general con trapío, flojos, de media casta. Sobrero de Valdemoro, bien presentado, inválido.José Ignacio Ramos: estocada muy trasera baja (silencio); estocada muy trasera, dos descabellos -aviso- y dos descabellos (silencio). Rodolfo Núñez: estocada (minoritaria petición y vuelta); estocada corta ladeada, rueda de peones y descabello (exigua petición, aplausos y salida al tercio). David Gil, que confirmó la alternativa: estocada trasera baja (palmas); media trasera ladeada, rueda de peones, estocada corta trasera ladeada -aviso-, intenta el descabello y se echa el toro (silencio). Plaza de Las Ventas, 30 de agosto. Menos de media entrada.

Quizá todo sea consecuencia de anteriores malos pasos. Hubo un tiempo en que las corridas veraniegas en Las Ventas registraban tres cuartos de entrada, y de ahí para arriba. Los carteles de entonces también anunciaban toreros modestos, pero estos venían con ganas de pelea y les soltaban al efecto unos torazos de aquí te espero.

Las lidias, a veces dramáticas, transcurrían emocionantes. A veces había cogidas, mas no era raro que alguno de aquellos modestos se alzara con la victoria, y le valía repetir al domingo siguiente. Y volvía el público, a verlo. Y se mantenía vivo el interés de la afición.

Vinieron después otros criterios empresariales, distintos modos de administrar la fiesta, los modestos triunfadores no repetían, bajó el trapío del toro, incluso su fortaleza, empezó a ser habitual el toro descastado e inválido, y se dejó de crear afición. No sólo eso, sino que muchos de los aficionados de siempre dejaron de acudir a la plaza. Literalmente los echaron. Y el negocio quedó cifrado en la afluencia de turistas.

A los turistas el toro y el toreo, obviamente, les son indiferentes. Con menos de media plaza ocupada por una mayoría de turistas pueden soltar sin problemas una corrida como la de Julio de la Puerta, absolutamente desigual, cada toro de su padre y de su madre, floja, paradota y descastada. Y con eso se han de estrellar los toreros, cuyos recursos técnicos están en consonancia con lo poco que torean.

Todo se cifra en la voluntad de agradar y de eso suelen ir sobrados. David Gil, que confirmaba la alternativa, lidió valiente; tiró la larga cambiada; empezó de rodillas sus faenas de muleta y en una de esas de poco resulta arrollado; y embarcó cuanto pudo por ambos pitones las cortas arrancadas de sus toros -el primero, sobrero-, cuya invalidez deslucía las suertes.

Pundonor aportó José Ignacio Ramos, principalmente en el tercio de banderillas, que ejecutó rápido y seguro, y si sus faenas de muleta, que realizó con maneras toscas, resultaron premiosas, llegada la suerte suprema entraba a la velocidad del rayo volcándose sobre el morrillo. Únicamente le faltó apuntar pues los espadazos le quedaban traseros y bajos.

El contraste lo traía Rodolfo Núñez, que es torero de notable gusto interpretativo. Sus condiciones técnicas y artísticas no andan muy distantes de las que atribuyen a las figuras y desde luego superan a las de otros colegas a quienes dan sitio aunque sea para lidiar las corridas duras. Sin embargo difícilmente podrá demostrarlo mientras sus oportunidades no pasen de esbozar la calidad de su toreo con ese ganado de media casta en presencia de un indiferente colectivo de turistas. Sacó pases de estimable factura, sobre todo derechazos, al renuente lote que le correspondió. Y luego le pidieron una oreja a gritos.

Había más gritos que pañuelos y esas no son formas. La plaza y la fiesta no pueden ser pasto de los que chillan y hasta insultan. El presidente estaba en ello y no lo consintió.

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