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Tribuna:MADRID HACIA EL SIGLO XXI
Tribuna
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La necesidad de planificar estratégicamente

El autor defiende que la coordinación entre municipios debe ser un esfuerzo permanente no puede ser sustituido por ejercicios de autoridad supramunicipal

El futuro está en las ciudades, es una realidad cada vez más inevitable, y con mayor razón en el llamado mundo de la economía y los mercado globales. Una economía que sobrepasando el propio poder de las autoridades nacionales, y sustentada en el de los capitales financieros y en las redes y estructuras corporativas gestionadas a través de las nuevas tecnologías de la comunicación, viene generando progresivos y preocupantes procesos de deslocalización y desregulación de las actividades económicas tradicionales.En este nuevo mundo que se acerca ya al siglo XXI, la cuestión fundamental para los espacios de máxima concentración de actividad y población, como son las ciudades, reside en saber cómo están de preparados para afrontar los retos que tienen por delante, a fin de lograr trabajo y calidad de vida a todos los ciudadanos sin exclusión.

En palabras de J.K. Galbraith (Una sociedad mejor), las cuestiones a plantearse son: "¿Cuál es la naturaleza de una sociedad mejor? y ¿cómo se puede hacer que el futuro sea más seguro y mejor para todos?". Buena parte de la respuesta se encuentra en el reforzamiento de los valores democráticos, en la participación de todos los ciudadanos para determinar sus objetivos como sociedad y las acciones para lograrlos, y en la descentralización de los ámbitos de decisión y de poder que contrapesen los cambios de escala en las decisiones de orden económico y geopolítico. Muy fácil de decir pero difícil de aplicar, como siempre. ¿Cómo se puede entender en relación con el manejo actual de nuestras ciudades y regiones?

Pues es aquí donde el papel de éstas adquiere una importancia crucial, en lo que significa de espacio más apropiado para la defensa de los valores denominados "patrimoniales" (culturales, sociales, ambientales, etcétera), acumulados por la sociedad, así como en su mejor preparación y proximidad para asumir el ejercicio real de la participación sin exclusión.

Empieza a ser cada vez más claro que los poderes públicos resultan por sí solos insuficientes para asumir la responsabilidad de las decisiones que el asunto requiere. Pues ya no basta con la bondad de los programas y la eficiencia en la gestión de lo público por un lado y la eficacia y competitividad en la gestión de lo privado por otro. Es preciso su concurrencia y complicidad. Porque se trata de hacer frente a una competencia cada vez más brutal entre las ciudades, donde, por ejemplo, ni la localización de los capitales, ni la cercanía de los mercados resulta ya determinante para las nuevas implantaciones productivas.

Los factores clave serán la preparación de la gente, la capacidad de operar en las nuevas redes y por tanto de estar muy estrechamente comunicados con el resto del mundo, de estar preparados para los nuevos mercados laborales y las nuevas oportunidades ocupacionales, de la calidad de nuestros servicios y nuestra eficiencia en su gestión, así como de la capacidad de comprender equilibradamente las relaciones con el entorno regional más próximo, creando nuevos espacios competitivos y armónicos.

Se necesita, pues, un ejercicio mayor de corresponsabilidad entre todos y, en consecuencia, de participación y de consenso. Ejercicio que hoy puede hacerse desde la planificación estratégica. Como así se viene haciendo en ciudades como Barcelona, pionera desde el año 1988, Bilbao, Málaga, Valencia o Zaragoza, en España; y de numerosas ciudades en Iberoamérica, en Europa o en EEUU. Y con un apreciable éxito, a juzgar por los resultados expuestos en la reciente conferencia anual celebrada en Guadalajara (México) por el Centro Iberoamericano para el Desarrollo Estratégico Urbano (CIDEU). Asociación ésta que agrupa a más de cincuenta ciudades implicadas ya en procesos de planificación estratégica, y que cuenta con el auspicio de la Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno Iberoamericanos y el respaldo de la Agencia española de Cooperación Internacional.

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Y ¿qué es la planificación estratégica de ciudades? Pues un método participativo sin exclusiones de todas las esferas públicas y privadas de una ciudad o espacio urbano para diagnosticar conjuntamente la situación actual de la ciudad (diagnóstico basado en la determinación de sus potencialidades y debilidades internas, y sus oportunidades y amenazas externas) y para comprometerse en un objetivo común a lograr en el mediano plazo, a través de un conjunto de acciones y medidas consensuadas que permitan situarse en mejores condiciones frente a un escenario posible de futuro. Se trata, pues, de compartir el poder democráticamente en lo que éste tiene de definición de objetivos y de análisis de la situación. Incrementando con ello las dosis de democracia participativa alcanzadas por nuestra sociedad en estos últimos años y combatiendo el exceso de mercado con la defensa de los valores.

¿Cómo se encuentra, pues, Madrid y su área de influencia respecto de este futuro inmediato? Por razones que no es el objeto aquí valorar, el posible primer plan estratégico de la ciudad, promovido y dirigido por el entonces concejal de Cultura y director de Promadrid, no llegó a desarrollarse, dejando en suspenso las expectativas y esfuerzos de muchos actores sociales, económicos y administrativos que en él participaron.

Ni los programas municipales, por un lado, ni el recién aprobado Nuevo Plan General desde el neoliberalismo urbanístico que otorga al mercado inmobiliario la solución a casi todo, responden en el fondo ni en la forma al modelo propuesto. Como tampoco es el caso de los planes de las universidades, de los sectores empresariales, o de los ministerios en lo que afecta a esta ciudad. Se trata en casi todos ellos de planes sectoriales con bajo nivel de conexión entre sí, basados en su propia coherencia interna técnico-política, y elaborados bajo procesos más bien informativos que participativos. Es decir, planes que caminan en direcciones distintas, desaprovechando esfuerzos que, sumados, multiplicarían los resultados. Pero, sobre todo, que carecen de una visión global y compartida de la ciudad del futuro que todos deseamos. En el orden regional, la situación no es menos distinta, incluso para el propio Plan Regional de Estrategia Territorial, que dirige el impulsor del mencionado primer plan estratégico de Madrid.Tal vez la única excepción en el entorno metropolitano sea el municipio de Alcobendas, que dispone desde hace años de un plan estratégico de ciudad y cuyos resultados son apreciables en la calidad de vida de este municipio.

Concluyendo, Madrid y su entorno metropolitano necesitan de ese proyecto global de ciudad a medio plazo, que permita concentrar la ilusión de todos en una tarea común. Necesitan del planeamiento estratégico para situarse en ese futuro inmediato que es el siglo XXI en mejores condiciones de competitividad y con mejor calidad de vida con las que afrontarlo.

Un planeamiento estratégico que, en mi opinión, debiera contemplarse desde, al menos, cuatro ámbitos territoriales: municipio de Madrid, municipios del sur metropolitano, del Corredor del Henares, del espacio subregional oeste y del norte. Estableciéndose entre ellos una instancia de coordinación horizontal con la participación del Gobierno regional. Porque la coordinación y la cooperación entre municipios debe ser un ejercicio y un esfuerzo permanente que no puede ser sustituido siempre por ejercicios de autoridad supramunicipal.

Unos planes estratégicos, finalmente, que permitan la participación sin exclusiones de todos los sectores activos de la sociedad madrileña: empresarios, sindicatos, asociaciones culturales, sociales, instituciones públicas, universidades, expertos, colegios profesionales, etcétera. Liderados por los alcaldes como máximos representantes de las ciudades y los ciudadanos con independencia de los signos políticos de procedencia. En definitiva, y retomando las palabras de Galbraith, se precisan planes que cumplan "el primer requisito para lograr una buena sociedad: una expresión más perfecta de la voluntad democrática; una democracia genuina e incluyente".

Miguel Palmero Martín, arquitecto, es asesor técnico del Centro Iberoamericano para el Desarrollo Estratégico Urbano (CIDEU).

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