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Menos Dante, mi vida, más Aretino

Un apócrifo conde de Abascal publica unos poemas erótico-burlescos

Este libro es un acontecimiento literario que va contra los cánones. De su autor sólo se sabe que se refugió en su título nobiliario de conde de Abascal. Todas las pistas son falsas, desde el editor, que se enmascara bajo el seudónimo de Rosa Monje, hasta el mecenas, Ruiz de la Cámara. Ocultos quedan los talleres bajo el señuelo de El Pajarito o la falsa dirección donde fueron impresos estos versos erótico-burlescos: calle Desengaño, 69. Busquen en el mapa el nombre de la ciudad en la que vio la luz: Villa Viciosa. Olviden la sidra, que más saben estos poemas a vino amontillado. Lo único cierto es el título del libro, Tropos sucios, dado que su autor dice no compartir "la paremiológica opinión que aconseja lavar en casa los trapos sucios", símil tan del gusto de ministros y entrenadores de fútbol. Del conde de Abascal se tienen pistas huidizas: hay quien lo vio a finales de 1995 como dueño y señor de un castillo en Belmonte (Cuenca), donde conspiraba para proclamar la III República eligiendo como objetivos estratégicos el cementerio de la Almudena, el Corte Inglés y el Santiago Bernabéu; otros lo vieron en Argamasilla de Alba hablando en latín y en pos de una dulcinea autóctona haciendo de mozo de espadas de un investigador del CSIC que oficiaba en Tomelloso sobre el léxico taurino en la obra de Cervantes; alguien detectó su espectro "en la campiña cordobesa entre Montilla y Castro del Río", donde anda escribiendo "versos lenguaraces y recitando coplas obscenas de taberna en taberna". El conde de Abascal es presidente de la Academia de los Discretos; devoto de Horacio, Virgilio y Ovidio, a los que tiene en cuenta en sus oraciones subordinadas, amasó según sus fieles "una fortuna roldanesca" manipulando el escrutinio de la Bonoloto y la Lotería Primitiva. Obtuvo lo suficiente como para irse a las Indias con parada en Lisboa, abrir refinados burdeles y ejercer de "polígamo de dos mulatas caribeñas y una poetisa decadente y neoyorquina". El conde-poeta no deja títere con cabeza. Arremete contra la poética que bulle en los ambientes madrileños, donde "late en cada novicia una Sor Juana" y "media villa se cree Villamediana". Presume de leer La Regenta en el Metro y tilda a doña Ana Ozores de "putón verbenero". Se declara objetor en su Proclama del Insumiso, que lo convierte en reo del Estado y pide a sus amigos que le envíen a presidio cartones de Ducados. Sólo le profesa respeto a Dionisos, por demiurgo, y a Diógenes, por maestro. Su poema El sincretismo de los casos es un alegato contra el matrimonio en forma de romance gramático-burlesco. Se casan Patricia y Dativo y a éste, el novio, le advierte el Nominativo: "Desengáñate, Dativo / que todas buscan lo mesmo: / sólo son copulativas / si hay nómina de por medio". Hay poemas autobiográficos que evocan a un conde europeísta: en uno desmiente la noticia que corrió por la Corte de que lo habían visto cruzar a nado el Danubio por Viena "completamente desnudo"; en otro recrea su encuentro con una hetaira turca por una calle de Estambul. La belleza no lo es todo, proclama en el poema dedicado "a una dama bella y discreta que, sin embargo, se alistó en la Tuna". Una alumna le declara su amor platónico, al que responde con bibliografía: "Menos Dante, mi vida, más Aretino, / los dos horizontales, y en el suelo: / yo decúbito prono; Vos, supino". Aburridas señoras Hay escenas pastoriles: el secretario perpetuo de la Academia de los Discretos jugando un partido de voleibol con sus núbiles alumnas, con colofón del casto Garcilaso, o las aburridas señoras de la Villa y Corte animando el cotarro del Rastrillo, "gazmoño y cursi emporio de mercachifles de alto copete" por el que aparecen Pitita Ridruejo e Isabel Preysler. El conde ganó la Bonoloto y rellena una de catorce, Los catorce pesares de un hidalgo viejo, entre los que menciona "no haber blandido en Flandes la Tizona / ni salvado en Lepanto el crucifijo... / ... no haber visto templar a Lagartijo / ni contemplado el gol de Maradona". En su afán por borrar pistas, atribuye al primer conde de Abascal, Fernán de Cano, los versos de su poema Laberinto de tontuna o los Treinta, que según su tataranieto habría enviado desde Toledo el citado conde al palacio que el marqués de Santillana tenía en Guadalajara. Versos de una replicante de Melibea, Julieta y Lolita (no podía conocer el primer conde a la nínfula de Nabokov), que empiezan como una canción de Mecano: "Así que una noche después de un concierto..." y terminan con una técnica amatoria que descubre la argucia del autor: "Usemos por techo el cielo estrellado, mi vida / y por lecho el rústico asiento de atrás de mi coche". En la treta del trote pudo nacer la canción del verano de Los Inhumanos: "Qué difícil es hacer el amor en un Simca Mil". Si quiere cobrar los derechos de autor, se habrá de saber quién es el conde, quién el mecenas y dónde diablos está Villa Viciosa.

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