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Reportaje:

Una ciudad refugio para transgresores

A Sitges la marcó su primer turista. Desde aquel verano de 1891 en que apareció por la ciudad un joven Santiago Rusiñol, Sitges se ha convertido en un escondrijo para los transgresores de cánones. Primero fueron los modernistas, después los americanos advenedizos, posteriormente unos cuantos ricos mecenas iluminados y por fin una estirpe de gays de todas las razas y conductas. Poco a poco, la sociedad sitgetana se ha ido adaptando a la avanzadilla de la modernidad, de la cual, como bien corresponde a una ciudad de comerciantes, ha sabido sacar provecho cultural, turística y, sobre todo, económicamente. Una ciudad abierta al mar pero arropada por tierra tenía que transformarse en una especie de refugio. A fuerza de novedades no exentas de extravagancias, y después de sufrir más de una quincena de invasiones a lo largo de la historia, los sitgetanos se han visto abocados a aceptar socialmente al recién llegado, y lo han hecho jalonados de tolerancia, sin tapujos, pero evitando que los estigmatizaran por veleidades. Ya a finales del siglo pasado, Sitges vivió una revolución con la llegada de los modernistas. Se establecieron al abrigo de dos casitas de pescadores, reformadas por el pintor y escritor Santiago Rusiñol, antes de la fundación de Els 4 Gats en Barcelona. Las casas se convertirían en una meca del modernismo: El Cau Ferrat, Cau por lo de refugio o madriguera y Ferrat por los hierros forjados. No en vano el modernismo preconizaba la recuperación de lo artesanal, en contraposición a los métodos industriales de producción. En la antesala del Cau Ferrat se sentaban niños y jóvenes atraídos por las extravagancias de Rusiñol y de su cohorte de artistas, entre ellos Manuel de Falla, Isaac Albéniz, Pablo Ruiz Picasso, Miguel Utrillo y Ramon Casas, de cuyo paso por la residencia todavía quedan infinidad de objetos. Las excentricidades del artista tuvieron un claro ejemplo con una procesión que mandó organizar para dar cristiano recibimiento a dos cuadros de El Greco, María Magdalena penitente y Las lágrimas de san Pedro, pinturas que todavía pueden admirarse hoy en día en el Cau Ferrat. El Greco fue uno de los pintores adorados por los modernistas, tras más de 300 años de ostracismo por haber quebrantado las normas clásicas de su época. Santiago Rusiñol consiguió que los sitgetanos erigieran un monumento a El Greco. Escultura que construyeron gracias a una suscripción popular. El escritor granadino Ángel Ganivet escribió al respecto: "No deja de sorprender que un pueblo de 4.000 habitantes haya reunido cerca de 2.000 duros para alzar un monumento a un artista que nunca pasó por Sitges y ni siquiera nació en España". Con Rusiñol, los habitantes de Sitges normalizaron lo extravagante e iniciaron una particular manera de alcanzar sus objetivos: la suscripción popular. Así consiguieron, por ejemplo, hace dos años un récord Guinness con una mesa que ocupaba la totalidad del paseo Marítimo en la que se sirvieron miles de platos de xató. "En este pueblo, las cosas las hacemos así", afirma Mia Muntané, una experta guía de turismo acostumbrada a relatar la historia de Sitges como quien repite su nombre y apellidos. Cuando no ha funcionado la colaboración ciudadana, algunos mecenas iluminados llegados a Sitges se han encargado de promocionar las actividades culturales. Entre ellos destacan Pere Stanfli, creador de un grupo de estudios de la localidad; García Munté, fundador de la agrupación de bailes populares; Gonçal Sobré, que cedió el hotel Romàntic como museo, y Charles Deering, que compró el antiguo hospital, actual museo Mar i Cel. Este verano, Mia ha tenido más trabajo del habitual. El Ayuntamiento ha organizado un recorrido por las 80 casas erigidas por los indianos, o americanus, como se les conoce en el pueblo. Los americanos fueron hombres de negocios que, tras la liberalización del comercio con América, se establecieron en las Antillas, principalmente en la ciudad cubana de Santiago. Sus vecinos de Vilanova i la Geltrú lo hicieron en La Habana. Los sitgetanos se dedicaron al transporte de toda clase de mercancías, incluso a la madera de ébano, una sutil metáfora para definir el comercio de esclavos entre África y América. Algunos de estos barcos, como la bricbarca, todavía pueden apreciarse en miniatura en el museo Mar i Cel, pertenecientes a la colección de Emerencià Roig. Paralelamente a la visita de estas mansiones, diversos restaurantes de Sitges sirven el menú de los americanos, en conmemoración del centenario de la pérdida de las últimas colonias españolas. "Realmente fue un desastre para este pueblo", comenta Mia Ventura, "no sólo para la economía local, que tuvo poca influencia, sino sobre todo por lo que tenía de sentimental. En Sitges, hablar de América era pura rutina, el pan de cada día, incluso a principios de siglo se organizaban fiestas al más puro estilo colonial. Las palmeras del paseo marítimo son un claro ejemplo de esta herencia". Una de las últimas revoluciones ciudadanas que ha vivido Sitges fue la llegada, hacia los años setenta, del colectivo gay. Los homosexuales encontraron en la localidad un lugar idóneo de descanso en el que socialmente fueron bien aceptados, sobre todo los que optaron por quedarse en el pueblo. En los últimos años, y con la llegada de la democracia, los homosexuales ya no han necesitado esta especie de reducto y Sitges ha ido perdiendo peso como ciudad de vacaciones gay. Sin embargo, los colectivos homosexuales achacan este fenómeno a la política conservadora del Ayuntamiento, gobernado por Convergència i Unió y el Partido Popular.

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