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LA PLAYA

Lejana y extraña

María Fabra

Llegar a la playa de La Renegà, en Oropesa, es más que una muestra de lo que el intrépido buscador de lugares recónditos puede hallar en este tramo de costa castellonense. Dos exiguos arcos, entre los que apenas puede pasar un turismo, dan entrada a una playa casi salvaje, en la que la actividad urbanística está reñida con el territorio o alguien con sentido común ha dejado libre de todo mal unos espectaculares metros de litoral. Es aquí, en la entrada, donde los proveedores del único establecimiento de la playa han de descargar sus mercancías. Con este acceso limitado y tras la escasa señalización para llegar al lugar hay quien decide una vez en los arcos tomar otro camino en busca de arena más transitada. Sin embargo es precisamente eso, la soledad y el único ruido del mar, lo que buscan quienes plantan sus enseres en los escarpados y limitados huecos entre el mar y la silvestre vegetación, compuesta de pinos y matorrales, que pone fin a la playa. El rumor del Mediterráneo sólo es alterado, en estos días, por el cantar de las chicharras que se agolpan en los espacios verdes. Un camino de cantos y mucha tierra recorren La Renegà como una prueba más del verdadero deseo del visitante de acampar en ella. La playa está compuesta por diminutas calas en las que apenas existe arena. La que hay se ha formado por la incansable erosión del mar que golpea día y noche las rocas entre las que se han abierto los espacios que ahora son utilizados por los bañistas. En los lugares en los que el mar ha sido más negligente sólo los grandes peñascos posibilitan la "plantación" de las toallas. Son terrenos irregulares, desiguales y solitarios que hacen prácticamente inútil el traslado de una sombrilla arenera. Quizá por ello sea un lugar elegido por parejas de enamorados, familias sin afán de socializar en verano y los amantes del buceo. Pero La Renegà no está sola. Quizás sean las dos grandes torres vigías, llamadas Colomeras, ubicadas al norte y al sur de la playa las que la han preservado de la inaplacable acción humana. Estas fueron utilizadas por los musulmanes para guardarse de invasiones marítimas y dar aviso a embarcaciones "amigas" de la ubicación exacta de la costa.

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