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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Gran poema de horror y amor

Hace un año, quienes llegamos a la, tras años de servil sucursalismo de Hollywood, muy deteriorada Mostra de Venecia, nos sorprendimos ante un programa hecho completamente de espaldas al negocio del glamour, que rompía de un hachazo con ese sucursalismo y proponía una lista rompedora de filmes. En la Mostra casi todo se filtra y en cercanías de su dirección se consideraban de antemano como obras más relevantes la del ruso, un desconocido con aura de outsider, Pavel Chujrai, director del puñetazo de vida de El ladrón; y la del japonés (ignorado en España, pero muy conocido en Francia e Italia) Takeshi Kitano, director e intérprete de Hana-Bi. Ambas entusiasmaron y la última ganó el León de Oro con (cosa rarísima en un festival) acuerdo entre jurados, público y comentaristas. Kitano, cómico muy popular en Japón desde 1973, alcanzó fama en Occidente diez años después, por su sobria y excepcional interpretación en Senjo no Merry Chrismas, dirigido por Nagisa Oshima. En 1989, Kitano asumió la dirección de sus películas y la primera, Un policía violento, le condujo a la primera línea de choque y apertura de horizontes del cine japonés. Desde entonces se le considera (además de actor de gran vigor contenido) uno de los grandes cineastas de su país, junto a Oshima, Imamura y, en menor medida, Kurosawa, con quien tiene escaso parentesco, ya que Kitano busca la despojada austeridad de Yasuhiro Ozu y, fuera de su país, de Bresson, que poco tienen que ver con la torrencial elocuencia de Kurosawa.

Hana-Bi, (Flores de fuego),

Dirección y guión: Takeshi Kitano. Fotografía: Hideo Yamamoto. Música: Joe Hishaishi. Pinturas y montaje: Takeshi Kitano. Japón, 1997. Intérpretes: Beat (Takeshi) Kitano, Kayoko Khisimoto, Ren Osugi. Estreno en Madrid: cine Alphaville.

Su celebridad europea arranca del entusiasmado recibimiento en el festival de Cannes de 1993 a su Sonatine, hermosa y singular película ganadora del festival de Taormina de ese año. En 1996, otra vez Cannes ofreció, en una multitudinaria sesión, El retorno de los chicos. Y, un año más tarde, el León de Oro de Venecia y el Gran Premio Félix de la Academia Europea a Hana-Bi comenzaron por fin a arrancar al cine de Kitano del cerco de la llamada cinefilia de culto y le abrieron camino a su verdadero destinatario, la gente común que se siente concernida e incómoda, ofendida, herida, turbada y perturbada por la cada vez mayor dificultad que encuentra para conservar con dignidad y gallardía los signos de su identidad moral y emocional, mientras camina sobre las grietas (en el cine de Kitano, abismales y aterradoras) de soledad y de violencia que se abren bajo sus pies en este más que inquietante final de milenio.

A través de ráfagas frías y frenéticas de violencia absoluta, sin barreras de contención, Hana-Bi conduce con sorprendente y elegante rectitud a fondos anegados de lirismo. Con tanta o más violencia homicida dentro que una película de Rodríguez o de Tarantino, Kitano refuta, destruye, pulveriza el tarantinismo, el humillante espectáculo del crimen considerado como un juego e incluso como un jugueteo. En la estirpe del gran cine japonés clásico, Kitano conmueve mostrándonos, sin máscara ni cosmética, el rostro de la más absoluta desmesura, comenzando por la suicida, pero siempre en contrapunto con desconcertantes sacudidas de pudor y sentido trágico, sin esquivar la creación de malestar en el espectador, pero dejando que ese malestar abra paso a la percepción de que, bajo el estercolero humano que Hana-Bi representa, perviven y laten las reglas sagradas, primordiales, de la lucha por la dignidad y la verdad: un canto a la abnegación, la amistad, el sacrificio, la solidaridad y el amor llevados a su último límites, en la frontera de lo sublime.

Hana-Bi no es fácil de ver. Requiere esfuerzo mental y sobre todo emocional sostener la mirada de esta obra mayor y desgarrada. Pero quien no busque en el cine descanso, ha de verla.

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