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Caballos en la playa

DIARIO DE A BORDODicen que las de Sanlúcar son las carreras de caballos más antiguas de España. No sé si son las más antiguas, pero sí son desde luego las más insólitas. Yo no soy muy adicto a esta diversión hípica, como tampoco lo soy a las regatas, precisamente porque dispongo de una vehemente afición a los caballos y los veleros. Pero esta competición sanluqueña se diferencia substancialmente del resto de las que figuran en el catálogo general de acontecimientos ecuestres. Quiero decir que, aparte de unas carreras de caballos, las de Sanlúcar disponen de la vistosa peculiaridad de ser varios festejos en uno. Ocurre como con el lugar en que se celebran, que es a la vez playa, hipódromo, salón de juegos, club social y desahogo del común. No suelo acudir a las carreras más que el último día de los seis programados cada año en agosto, ya que la duración acumulativa del espectáculo excede con mucho a mi capacidad de resistencia, muy mermada con los últimos vertidos tóxicos. Los caballos compiten cuatro o cinco veces cada día, durante tres horas largas, aprovechando la franja arenosa de la bajamar. El gentío y la orilla del agua marcan las únicas volubles lindes entre las que corren los caballos. Se trata efectivamente de un singularísimo hipódromo natural. Aparte de la multitud playera, un grupo de espectadores nada playeros se interesa esporádicamente por el desarrollo de las carreras desde una especie de jaima montada sobre zancos metálicos. Algunos bajan al recinto de las apuestas, pero esos son mayormente forasteros. Luego, ya de anochecida, se inicia la ronda de los palcos donde los sanluqueños de toda la vida agasajan a sus invitados. Desde que empiezan las carreras hasta que finaliza el festejo adicional de los palcos pueden transcurrir unas nueve o diez horas, según. Tampoco es mucho si se piensa que, entre la manzanilla y el caballo, quien corre más es la manzanilla. Por las carreras -o por ese Jockey Club donde lo menos importante son las carreras- aparecen naturalmente muchas celebridades de quita y pon. Entre ellas resulta ya proverbial la presencia de un comerciante marbellí, príncipe por más señas, que aprovecha este festejo para una curiosa ceremonia: colocar la primera piedra -ya lleva cuatro o cinco- de una impropia urbanización de lujo que se está haciendo famosa antes de que no se construya nunca. Sobre todo porque la reiteración de inauguraciones ficticias se parece cada vez más a un inacabable serial de primeras piedras. Lo que también podría tener el epílogo afortunado de convertirse en últimas piedras. La verdad es que caballos se ven por estas playas todo el año y a todas horas. Al contrario de lo que ocurre en otras localidades vecinas, el caballo no se asocia en Sanlúcar a ninguna relevancia social. Es simplemente un busto extensible a toda una comunidad educada en esa amena cultura ecuestre. Quizá también haya que buscar por ahí uno de los rasgos más notorios de esta geografía humana. Además, ya se sabe que jinete y caballero no son términos necesariamente sinónimos. Ni siquiera en las carreras.

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