Mujeres
En Filipinas es un problema nacional. Nadie sabe exactamente cuál es la causa, pero lo cierto es que allí nacen muchas más mujeres que hombres, una desproporción que convierte a los varones en ansiado objeto de deseo. Algunas inmigrantes procedentes de ese país me han contado que la escasez de varones llega a tal extremo que allí no está mal visto el que dos o tres mujeres sean atendidas por un solo individuo. Lo consideran incluso como un acto de solidaridad. Aunque no tanto como en Manila, ahora, en Madrid, los hombres constituyen igualmente un bien aparentemente escaso. No piensen que se trata de una apreciación sesgada de la liga madrileña Machistas sin Fronteras, sino de un dato objetivo que figura en el último censo aprobado por el Consejo de Ministros. Según esas cifras oficiales, actualmente en nuestra región hay un 4% más de mujeres que de hombres, lo que viene a significar que, de no legalizarse la poligamia, al menos unas doscientas mil féminas están abocadas al celibato.
El fenómeno produce un reflejo inmediato en las agencias matrimoniales, cuya relación de mujeres disponibles contrasta alarmantemente con la de hombres. También se deja notar en esos bares de copas donde suelen buscar compañía los solterones y solteronas de medio uso. El exceso de talluditas es abrumador.
Dicen los sociólogos que hay dos factores añadidos que contribuyen a aumentar la proporción de mujeres solteras, y los dos son, curiosamente, consecuencia de su menor formación.
El primero es que cada día son más las jóvenes que cursan estudios superiores y tienen, por tanto, mayores ambiciones y perspectivas en el campo laboral, lo que las aparta del viejo cliché en el que la prioridad era el matrimonio y formar una familia. Esas inquietudes les hacen con frecuencia llegar a los 30 años sin proyecto de casorio, edad a partir de la cual la tradición castiza establece inmisericorde que empieza a "pasarse el arroz", poniéndose muy cuesta arriba la concurrencia en juzgados o vicarías con fines matrimoniales.
El segundo y más importante factor, derivado igualmente de su mayor preparación y nivel de estudios, es que la mujer instruida ya no carga con cualquier tarugo que la pueda tratar como una bayeta. De no encontrar un mirlo en condiciones, prefieren estar solas que mal acompañadas.
Los estudios poblacionales señalan, además, que Madrid es la capital con mayores posibilidades para la mujer en el campo laboral, al poseer el más amplio sector servicios de todo el país, que es el que proporciona más ofertas específicas para ellas.
Es éste un poderoso elemento de atracción para trabajadoras de otras regiones, especialmente de las provincias limítrofes.
Así, nos encontramos con que en la actualidad, y por unos motivos u otros, una de cada tres madrileñas está soltera, lo que no significa que dediquen sus ratos libres a la confección de vestidos para los santos.
Ellas han espabilado una barbaridad. Tanto, que la supuesta ventaja que los madrileños tenemos al ser menos numerosos que las madrileñas y estar en teoría más solicitados se viene estrepitosamente abajo cuando la misma estadística que proporciona el dato refleja el nacimiento de hasta un 7% más de hombres que de mujeres en la Comunidad de Madrid.
Unas cifras aparentemente contradictorias cuya explicación resulta ciertamente poco halagüeña para el género masculino: los varones somos menos porque nos morimos mucho más, o, para ser más exactos, nos morimos antes.
Así de cruda es la realidad.
Ellas son biológicamente más perfectas y encima se cuidan mejor. En su juventud, las chicas no tienen, como los chicos, la necesidad de meterse en peleas, ni hacer el chorra para mostrar su arrojo y valentía a bordo de un vehículo o con cualquier otra práctica de riesgo en las que los machitos se juegan el tipo y con frecuencia lo pierden. Por si fuera poco, el campo laboral contribuye igualmente a diezmar a los hombres en una proporción mucho mayor que las mujeres por el tipo de actividad que suelen desarrollar.
En la escuela, las niñas sacan mejores notas, de jóvenes son más listas y exigentes, y de mayores se arriesgan menos y gozan de más salud.
Está claro, en Madrid el futuro tiene nombre de mujer.
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