_
_
_
_
GUERRA AL TERRORISMO ISLÁMICO

Dos países bajo sospecha

Afganistán y Sudán han quedado aislados de la comunidad internacional por ofrecer refugio a terroristas

Ángeles Espinosa

Sudán, un país machacado por la guerra y la hambruna, tiene el dudoso honor de figurar desde 1993 en la lista negra de países que, según Estados Unidos, "sostienen, toleran o están mezclados con el terrorismo internacional". Afganistán no está incluido en esa lista, pero en los últimos años viene siendo objeto de una mención expresa por "la utilización de [sus] campos militares para entrenamiento de terroristas internacionales" (informe de 1995). Según esas advertencias periódicas, el Gobierno de Washington viene observando una tendencia "al incremento de los atentados relacionados con la la llamada defensa del islam y por motivos religiosos en general". Es en ese contexto en el que Afganistán y Sudán se han convertido en países bajo sospecha. Nada se dice sin embargo en esos informes de las causas que han arrinconado a los regímenes de Kabul y Jartum a la periferia más remota de la comunidad internacional. El fin de la guerra fría rompió los esquemas. Estados Unidos dejó de tener el mismo interés en los enemigos de sus enemigos, pero tal vez ya era demasiado tarde para desactivar a aquellos islamistas a los que se había animado a oponerse al régimen de Nayib, el último presidente comunista de Afganistán. Nayib había prescindido del sufijo Alá (Dios) en su nombre (Nayibulá) lo que los afganos interpretaron como una renuncia a sus orígenes islámicos. Cuando en 1996 los talibán tomaron Kabul y ejecutaron a Nayib, la oposición afgana llevaba cuatro años fragmentada. Los diferentes grupos que se habían unido en la yihad (guerra santa) contra el dominio soviético se dividieron a lo largo de líneas étnicas y, a menudo, de mero interés particular de los respectivos señores de la guerra que capitaneaban cada una de las facciones.

Más información
El financiero del terrorismo islámico
Los islamistas redoblan sus amenazas contra Estados Unidos

Libertadores y represores

Sólo los talibán, reunidos en torno al clérigo Mohamed Omar, herido en la guerra contra Moscú y desconocido en Occidente, mantuvieron la cohesión y fueron capaces de aprovechar el descontento popular hacia los excesos de los otros grupos para abrirse el camino hacia el poder. No importaba que se les acusara de ser un instrumento de Pakistán, su fama de honestidad les garantizaba una recepción de libertadores en los pueblos y ciudades a los que llegaban. Su primera acción espectacular se produjo en el otoño de 1994 cuando tomaron la antigua capital real de Kandahar. Un año después cayó Herat y, en otro más, la capital, Kabul, lo que les abrió las puertas a la conquista total del país, empeño que están a punto de conseguir a sangre y fuego. Sin duda, los talibán han impuesto el orden y desarmado a las milicias, pero todo ello ha tenido un precio: la represión (confinamiento de las mujeres, prohibición del cine, la música o la televisión, etc). Su radicalismo y su amparo a movimientos extremistas de otros países han suscitado no sólo la preocupación de EEUU, sino también de sus vecinos, con Irán a la cabeza (los iraníes son shiíes, en tanto que los talibán son suníes). Herederos de la tradición ultraortodoxa de la escuela de Deobandi, estos jóvenes monjes soldados salieron de las escuelas de teología -talibán es el plural de talib, una palabra de origen árabe que significa estudiante- obsesionados con la idea de purificar el islam de cualquier influencia extranjera , un objetivo en el que coinciden substancialmente con el hijo pródigo del régimen saudí Osama Bin Laden, un multimillonario al que EEUU responsabliliza de los últimos atentados en Kenia y Tanzania.

Bin Laden, altamente crítico con la política prooccidental de la monarquía saudí, se refugió inicialmente en Sudán, cuya inclusión en la lista negra incluso EEUU reconoció inicialmente que estaba fundada en meros "indicios". La decisión reforzó el aislamiento del Gobierno del Frente Islámico Nacional, al que pese a ello no le ha faltado ayuda de Arabia Saudí. Aunque la escasez de recursos haya limitado su influencia como patrocinador del terrorismo internacional, su fama como refugio ha venido avalada por las acusaciones de Egipto y por su hospitalidad al terrorista Carlos.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Ángeles Espinosa
Analista sobre asuntos del mundo árabe e islámico. Ex corresponsal en Dubái, Teherán, Bagdad, El Cairo y Beirut. Ha escrito 'El tiempo de las mujeres', 'El Reino del Desierto' y 'Días de Guerra'. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense (Madrid) y Máster en Relaciones Internacionales por SAIS (Washington DC).

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_