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Nairobi, Omagh y Getxo

IMANOL ZUBERO Humberto Maturana es un biólogo chileno autor de importantes investigaciones sobre la organización del sistema nervioso humano y su relación con la percepción de la realidad. Sus escritos no son siempre fáciles de entender. Por eso, es una suerte que se estén distribuyendo en nuestras librerías algunas de sus obras de carácter más divulgativo. Entre estas destaca Emociones y lenguaje en educación y política, en la que aplica a la reflexión social y política algunos de los elementos de sus investigaciones. La tesis de Maturana es que todo sistema racional se funda en premisas aceptadas a priori desde cierta emoción, entendiendo las emociones como disposiciones corporales (por tanto, de carácter biológico) que determinan o especifican dominios de acciones. Todas nuestras acciones tienen un fundamento emocional. La emoción fundamental que hace posible la vida social es el amor. Por amor entiende la emoción que constituye las acciones de aceptar al otro como un legítimo otro en la convivencia; por lo tanto, amar es abrir un espacio de interacciones con el otro en el que su presencia es aceptada como legítima sin exigencias. Todo lo que es característicamente humano se fundamenta en el amor: sin aceptación del otro no hay convivencia y sin convivencia no es posible el fenómeno social. Frente a ese darwinismo burdo que pretende convencernos de que la historia de la humanidad es la historia de una feroz lucha por la supervivencia, el científico chileno afirma que "somos animales dependientes del amor": el amor es la emoción central en la historia evolutiva humana desde su inicio y toda ella se da como una historia en la que la aceptación del otro se convierte en condición necesaria para la genera-ción de un modo de vida característicamente humano. No es la lucha el modo fundamental de relación humana, sino la colaboración. Desde esta perspectiva, la preocupación ética, entendida como preocupación por las consecuencias que nuestras acciones tienen sobre otras personas, es un fenómeno que tiene que ver con la aceptación de esas otras personas como legítimos "otros" para la convivencia. La ética no tiene fundamento racional, sino emocional. Según Maturana, la preocupación ética pertenece al dominio del amor. Pero la preocupación ética nunca va más allá de la comunidad de aceptación mutua en que surge. La mirada ética no alcanza más allá del borde del mundo social en que surge. Sólo si aceptamos al otro, éste es visible y tiene presencia. ¿Paradójico? No. Todo ver es un mirar. Sólo vemos aquello que miramos. Sólo es visible aquello que previamente reconocemos como digno de ser reconocido. Todo en nuestra biología conspira para ensanchar ese borde de aceptación hasta hacerlo incluyente al máximo, pues tal es el fundamento de nuestra historia homínida. Tan es así que la tarea más extenuante a la que deben dedicarse los activistas del rechazo al otro es la de inventar razones que les permitan justificar tal rechazo. En Nairobi y Dar es Salam han sido asesinadas 258 personas. En la localidad de Omagh han muerto 28 personas. Ambos hechos, diferentes en tantas cosas, sin embargo coinciden en lo fundamental: su reducido borde de aceptación del otro. Los autores de esos atentados han decidido quiénes debían ser reconocidos y quiénes no, trazando las fronteras de un comunidad de aceptación mutua tan reducida que cualquiera puede quedar fuera de la misma: americanos o nigerianos, protestantes o católicos, nada importa. Con resultados afortunadamente distintos, el mecanismo emocional que ha actuado en Getxo ha sido fundamentalmente el mismo: un reducido y provisional umbral de aceptación del otro, sólo hasta que la explosión, la metralla o el fuego marquen de nuevo el borde delimitador. El estrechamiento del umbral de aceptación avanza de la mano del ensanchamiento de las víctimas potenciales de los atentados. El medio (la bomba y el cóctel incendiario) es el mensaje.

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