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CORRIDAS GENERALES DE BILBAO

Al revés

La verdadera fiesta es lo contrario de lo que se dan con el nombre de fiesta verdadera. El aserto tiene su busilis. Hay que pensar para entenderlo, claro. Valga un ejemplo: si en plena corrida alguien pregunta cómo es en realidad la fiesta verdadera, baste decirle que tal cual se está produciendo, sólo que al revés. La corrida de Bilbao, sin ir más lejos; aunque para el ejemplo valdrían igual las de San Sebastián -ese cuento- , y las de la mayor parte de la temporada, hasta remontarnos a la feria de las fallas de Valencia, que se perpetró en marzo.

El toro y el toreo, las varas y los banderillazos, las suertes de capa y de muleta, la lidia entera: si se produjeran justo al revés, saldría de todo ello la fiesta verdadera. Es un decir, naturalmente. Pues según los taurinos la fiesta verdadera es la que se ve; lo otro, una partida de parchís. La fiesta, según taurinos, son esos toros medio mochos, borrachuzos, volatineros; esos caballos acorazados que cabalgan unos individuos tocados de castoreño; esos varazos en el espinazo mientras se envuelve al inválido acorne en la tortura de la carioca; esos cuarteos a cabeza pasada de la gente de plata, que prende las banderillas por los costados traseros; esos derechazos de la gente de oro, instrumentados fuera-cacho sin templanza ni reunión.

González / Jesulín, Rivera, Morante

Toros de González Sánchez-Dalp, discretos de tamaño, sospechosos de pitones, inválidos, docilones. Jesulín de Ubrique: media, ruedas de peones, -aviso con retraso- y descabello (aplausos); aviso con retraso antes de matar, pinchazo hondo atravesado trasero bajo, rueda de peones y descabello (ovación y salida al tercio). Rivera Ordóñez: pinchazo, otro hondo trasero, rueda de peones y descabello (silencio); media trasera y rueda de peones (ovación y salida al tercio). Morante de la Puebla: dos pinchazos y estocada corta descaradamente baja (silencio); dos pinchazos y estocada (silencio).Plaza de Vista Alegre, 19 de agosto. 5ª corrida de feria. Más de tres cuartos de entrada.

Lo otro, en cambio -que llamaban arte de Cúchares-, lo del toro con trapío, casta y poder; lo de picar por derecho; lo de entrar a quites; lo de asomarse al balcón y prender en lo alto; lo de parar, templar y mandar, es una entelequia, el sueño de una noche de verano.

Las verdades nunca son absolutas, los tiempos sirven entre otras cosas para someter a revisión arcaicos dogmas y puede que tengan razón los taurinos: la fiesta verdadera quizá sea la que hubo en Bilbao; y el toro, cualquiera de los inválidos de González Sánchez-Dalp que soltaron por allí; y el toreo, la manta de derechazos que les pegaron Jesulín de Ubrique, Rivera Ordóñez y Morante de la Puebla; y la afición, ese público bullicioso que en cuanto veía el primer pase, ya estaba pidiendo música con acompañamiento de palmas y a ritmo sincopado: "¡Mú-si-ca, mú-si-ca!".

Un buen calibrador, sin embargo, habría apreciado las notables diferencias que hubo entre derechazos, prueba inequívoca de que cada torero tiene su personalidad y emplea un estilo. Así, Morante de la Puebla los instrumentaba sumido en dudas y vacilaciones, lo cual reveló que es torero reflexivo y no se fiaba un pelo; Rivera Ordóñez, de recia estirpe, los pegaba fragorosos, toscos y destemplados, metiendo pico, sin poner coto alguno a su seriada producción; Jesulín, que ha entablado cálidas relaciones con las musas, corría la mano, atemperaba las embestidas y, sólo por imprimir variación a las faenas, unas veces remataba limpio, otras se metía en el costillar, del que salía tras el restregón con el terno tinto en sangre. Dio también naturales Jesulín, que venía en plan enciclopédico y tauromáquico. Ayudándose con la espadita y previos zapatillazos, pero los dio. Y, de propina, un circular de espaldas. A cambio le dieron a él sendos avisos pues no acababa nunca. La fiesta verdadera de ahora tiene estas cosas: que se sabe cuándo empieza, no cuándo termina.

La fiesta falsa de antes duraba menos: la mitad. La fiesta aquella de los toros íntegros, la de parar, templar y mandar, la de instrumentar hondas las suertes, conllevaba el condicionante de que a los pocos pases -par de docenas, como mucho- el riesgo serio de su instrumentación, el quebranto y el resabio de los toros, la emoción del público, imposibilitaban prolongar las faenas. La actual fiesta verdadera, por el contrario, se caracteriza porque puede durar una eternidad y no pasa nada: el borrego ni se quebranta ni se resabia, el torero sólo suda y el público contempla aquello tan relajado como si se tratara del desfile de las majorettes. Pegar derechazos fuera cacho a un borrego inválido tiene estas ventajas. Se arriesga poco, el público aplaude mucho y pide mú-si-ca. Especialmente el público bilbaino, al que los deretxazos fuera katxo le encantan.

Polemizar sobre si la fiesta verdadera es la que dan u otra, carece de objeto. Únicamente cabría señalar -con perdón- que en la anterior todo era al revés y durante siglos estuvo produciendo generaciones de aficionados numerosos y apasionados. Un servidor, por ejemplo. Si cuando era chavalín la fiesta hubiese sido la de ahora, a lo mejor un servidor no se habría hecho aficionado sino drogadicto.

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