Heredar en vida
Durante décadas hemos reverenciado las revisiones coreográficas de Alicia Alonso, anoche entrevistas o apenas sugeridas en el teatro Albéniz de Madrid; son coreografías que siempre han circulado con un cierto aire hegemónico, lo que no es del todo justo con la universalidad propia del ballet y sus muchos y tenaces conservadores en otras grandes escuelas, tan celosos del repertorio como pueden serlo los cubanos. Cada maestro tiene su libro y su tarro de esencias auténticas, pero hay que conceder veracidad a muchos artistas de muy diferente procedencia. En las versiones de Alonso hay calidad, poso documental, experiencia vivida y muchas otras manos, desde Mary Skeaping y Leon Fokin (Giselle y Coppelia, respectivamente) o Anatol Obujov (Don Quijote) y el propio Fernando Alonso. Analizando la materia coréutica caemos en el intérprete. Bailadas por Alonso o sus sucesoras inmediatas (brillante recuerdo de Josefina Méndez, Aurora Bosch o Mirta Plá en estas lides), algunos de estos arreglos a medida tenían un sentido, una alta y potente justificación estética, pero el tiempo pasa implacable, y aunque Alicia Alonso ha ofertado su herencia en vida, el juicio científico y la luz moderna en el ballet nos hacen ver hoy costuras demasiado evidentes, cambios gratuitos de concesión al virtuosismo balletómano y fatales coincidencias formales entre las piezas. En tal sentido, las otras escuelas modernas de ballet, como la norteamericana y la inglesa, han sido menos soberbias y han admitido voces y huellas de diverso signo.
Los cubanos siguen con la manía o moda de cercenar los pasos a dos del repertorio, lo que dice bien poco de ese supuesto respeto por los clásicos que abanderan, imponiéndose una tónica de aceptación generalizada. Cascanueces, por ejemplo, ha sufrido un absurdo cambio de estación de la original en que se desarrolla este ballet; en la versión cubana no cae nieve sino guirnaldas de flores tropicales (ya se sabe que las convicciones y línea ideológica oficial en la isla del Caribe ha prohibido durante décadas la celebración de la Navidad, motivo principal de este clásico).
Se puede concluir que la noche fue de Lorna Feijoo, Galina Álvarez y pocos más. Se intuye una futura generación masculina preparada y potente, aún hoy haciendo pinitos de bulto. Lorna no recuerda a ninguna otra bailarina y su poder es evidente, a pesar de ciertos problemas estilísticos en su Giselle; Galina fue la más madura y entregada, interiorizando el cisne con delicia. El mejor bailarín y partenaire fue el español Óscar Torrado, contenido y con hermosa línea en Albrecht y seguro en su Basilio.
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