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SEMANA GRANDE DE SAN SEBASTIÁN

Pachi

A Rivera Ordóñez uno del tendido le llamó Pachi, y se cogió un globo. Los sentimientos personales son muy respetables pero la verdad es que no era para ponerse así. Lo de Pachi iba con afecto. Pachi es el diminutivo vascuence de Francisco, nombre de pila del artista. Si Rivera Ordóñez en vez de Francisco se hubiese llamado Nieves, el del tendido le habría dicho Edurne. O sea, que no había dolo."¡Hale, Pachi!", gritó el del tendido, sin duda para dar ánimos al susceptible torero en su incipiente faena. Lo malo fue que como el susceptible torero no se cruzaba con el toro (dejémoslo en utrero), y metía pico, y se tumbaba al embarcar, y vaciaba fuera, el del tendido se lo estuvo recalcando.

Algarra / Joselito, Barrera, Rivera

Toros de Luis Algarra, impresentables, anovillados y sin trapío, flojos, dóciles; 4º de encastada nobleza. Joselito: pinchazo, estocada caída y ruedas de peones (protestas); pinchazo saliendo desarmado y perseguido, y estocada; se le perdonó un aviso (oreja). Vicente Barrera: pinchazo perdiendo la muleta, media perpendicular caída, rueda de peones que ahonda el estoque y dos descabellos (silencio); pinchazo perdiendo la muleta -aviso-, estocada caída perdiendo la muleta y rueda de peones (escasa petición y vuelta). Rivera Ordóñez: pinchazo, estocada corta muy trasera caída, rueda de peones -aviso- y dobla el toro (silencio); estocada caída (aplausos y saludos). Plaza de Illumbe, 13 de agosto. 3ª corrida de feria. Tres cuartos de entrada.

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El público, tan pródigo como manirroto

Y entonces fue cuando Rivera Ordóñez se le encaró, y le hizo un ademán de hartura, y otro poniéndose el dedo en los labios indicándole que calladito estaba más guapo. Y, al verlo, el público dedicó al artista llamado Pachi una atronadora ovación. Algunos incluso se pusieron en pie. Momentos así son los que engrandecen el arte de Cúchares.

Lo que queda dicho forma parte de las señas de identidad de una corrida de toros en el flamante coso de Illumbe: el toro que es una mona, el público al que eso le importa un pito, las ovaciones estruendosas a cuanto se mueva, y hasta el delirio si lo que se mueve es un torero en la premeditada acción de meter pico, largar tela, vaciar fuera, salir corriendo.

Esta técnica le supuso a Joselito un éxito notable. A un novillejo impresentable e inválido le pegó unos cuantos derechazos malos, lo liquidó pronto y se oyeron protestas. Mas salió el cuarto, de encastada nobleza, y a ese le hizo una faena larguísima, casi toda por la izquierda, que es lo bueno de la vida en el arte de torear. Sólo que Joselito citaba fuera de cacho, embarcaba sin excesiva templanza, vaciaba en la lejanía, no reunió ningún pase y, al rematarlos, salía por pies. Y escuchó encendidas ovaciones por la tarea, finalmente premiada con una oreja de Illumbe.

Cuando había toreros auténticos que interpretaban el toreo al natural, justo al revés de como se acaba de indicar, a la mano izquierda la llamaban la mano de los billetes. Si ahora apareciese alguno capaz de ejecutarlo con la emoción y la belleza propias de ésta incomparable suerte, procedería llamar a la mano izquierda, la mano de los euros. A lo mejor viene hoy. Por lo menos se le espera.

Torear al hilo del pitón constituye uno de los cánones del toreo moderno. Vicente Barrera lo cumplió con fidelidad absoluta. Sus principios de faena resultaron muy prometedores. Vertical en la apostura, elegante, templado, instrumentó pases por alto ceñidos al segundo novillucho, buenos ayudados por bajo al quinto, y las tandas por derechazos o por naturales las construyó con quietud y ceñimiento. Únicamente construyó de tal guisa las primeras tandas.

Porque luego perdía el temple, a veces se veía achuchado, repetía las formas con monótona reiteración y aquello acababa pareciendo El Bolero, de Ravel.

Ya que sale el tema musical, para banda buena la que ameniza las faenas de la plaza de Illumbe interpretando las más escogidas piezas de su variado repertorio. A veces parace que da conciertos; da gusto oírla. Su versión de Churumbelerías obró el prodigio de que no aburriera la plúmbea sesión pegapasista que perpetró Rivera Ordóñez con el sexto novillejo.

Rivera Ordóñez molía a derechazos al desmedrado animalito y casi pasaba desapercibida la tosquedad de sus formas, pues el alma se deleitaba con las chispeantes notas de la inspirada composición. Ni siquiera el que llamó Pachi al artista osaba chistar. Claro que no todos estaban en la música. Varios espectadores discutían si el gritón había dicho Pachi o Patxi. Que no es lo mismo. Menuda diferencia.

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