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Crítica:DANZA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Surrealismo tropical en piedra herreriana

Anoche, en el Patio de Coches del Monasterio de El Escorial tuvo lugar una larguísima y tediosa función de danza, que con justicia se le puede llamar maratón de trozos pero nunca gala. Faltó espíritu de selección, control de calidad y hasta cosas tan elementales como una dirección de escena solvente. El escenario era provinciano, la iluminación de feria y el sonido digno de los peores cómicos de la legua. Por si fuera poco, la atmósfera de surrealismo pachanguero se apoderó de la velada. Se oyeron petardos, voces de pasillo y risas, trasiego de niños y ancianos, copla española que venía con el aire de la feria local de la villa lorenzana, que con toda justicia estaba en fiestas.La cosa comenzó cuando un orador nos descubrió que Felipe II era balletómano, confundiendo con gran habilidad palacio con floresta y baile con ballesta. Pueden reseñarse algunos momentos de brillantez bailada, que tampoco fueron muchos y que poco a poco perdieron fuerza mientras un comediante cubano soltaba un rollo pseudoliterario con Suspiros de España de fondo.

La presentación de una fundación, hecho encomiable en sí mismo, necesitaba menos ambición y más madera, y mucho menos la falacia de un supuesto Joven Ballet de Cámara de Madrid, que no mostró otra cosa que a un grupo de bailarinas aficionadas intentando remedar patéticamente el profesionalismo, con la pieza Flora, ballet inspirado en el pintor Portocarrero, cuyo único valor son los diseños de los trajes, de Ricardo Reymena, que el programa de mano obviaba.

Le siguió Ariel Rodríguez, de la Ópera de Viena, que bailó un bellísimo solo creado por Nicolas Mussen, a quien se conoce por su brillante carrera de bailarín en Montecarlo y Hamburgo, y que ahora despega como coreógrafo. Destacó también la sutil Nuria Arteaga, del Ballet de Zaragoza, qu entra con seguridad y solvencia en el difícil estilo danés.

Técnica y musicalidad

Quien mejor bailó fue Joaquín de Luz, que Las llamas de París regaló su técnica y musicalidad (hizo algo que se ve poco hoy día: un triple giro en el aire). Entre otros despropósitos los españoles Laura Hormigón y Óscar Torrado hicieron una versión, cuando menos amañada y tortifera del paso a dos de Coppelia, eludiendo dificultades, suprimiendo las variaciones de rigor y ella, especialmente, haciendo una coda para la que no está capacitada.Cerró la noche primero Lorna Feijoó en El cisne negro; ella es la mejor bailarina cubana de la actualidad (actualmente desarrolla su carrera entre Suiza y Norteamérica), y absurdamente dejó con la miel en los labios al público al no bailar la coreografía en su integridad, así y todo su potencia y dominio escénico le conceden por derecho propio categoría de estrella.

Finalmente, Ángel Corella bailó con brillantez pero con demasiada ansiedad y de ahí sus traspiés y exageraciones estilísticas, que a veces desdoran su indudable calidad: todo en la vida no es ser un trompo; su pareja no mereció ningún elogio, primero por aparecer absurdamente disfrazada de Guillem y por cambiar arbitrariamente la variación ortodoxa por la de Bayadera.

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