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FESTIVAL DE SALZBURGO

Mozart en la "Intifada"

La acción de la ópera "El rapto del serrallo" se sumerge en los conflictos del mundo árabe

El pachá Selim se ha dejado en el armario las sedas y los turbantes del siglo XVIII. Ahora es un líder de la Organización para la Liberación de Palestina que llega triunfante ante su pueblo de unas supuestas negociaciones sobre los territorios ocupados. Tampoco Belmonte es el generoso caballero español que viaja a la lejana Turquía para liberar a su novia retenida en el harén, sino un joven turista con tejanos y mochila Decathlon que pretende franquear la alambrada vigilada por los cascos azules. El director de escena François Abou Salem ha sumergido en Salzburgo El rapto del serrallo de Mozart en la realidad del mundo árabe actual. El resultado es sencillamente espléndido.

De todo lo visto hasta ahora, este rapto es sin duda el que mejor responde al espíritu Gérard Mortier, el provocativo director del festival que lleva ya ocho años en el cargo y que, si nada lo impide -la oposición de la alcaldía de Salzburgo a su gestión sigue siendo notable, pero los éxitos van restándole fuerza-, permanecerá por contrato hasta el año 2001.El rapto es una ópera de ruptura en la biografía de Mozart. La compone entre 1781 y 1782, cuando, tras varios rifirrafes, planta por fin al arzobispo de Salzburgo Hieronymus Colloredo y se va a vivir a Viena, donde se casa, poco después del estreno y sin el consentimiento paterno, con Constanza Weber. Tiene 27 años y está muy seguro de su capacidad para abrirse camino como músico independiente. Al principio las cosas no le van nada mal. Presentado en Burgtheater, El rapto obtendrá 16 representaciones, el doble de las habituales. Luego viajará a Praga, donde cosechará otro éxito clamoroso, y de allí a muchas otras ciudades, incluida Salzburgo.

Obra, pues, cargada de optimismo juvenil, de fe en el futuro, en la que, y no podía ser de otro modo, el argumento es el amor. "Lo que parece imposible en este mundo se realiza por la fuerza del amor", concluye Belmonte en su gran aria del tercer acto. Es la voz de Mozart la que habla. ¡Qué diferente de la que se dejará oír más tarde en Las bodas de Fígaro o Così fan tutte, donde de aquel sentimiento primigenio sólo queda la nostalgia del recuerdo!

Abou Salem ha captado profundamente este momento mozartiano de rebelión y confianza. Para devolvérnoslo en plenitud, en unos tiempos en que El rapto se representa ya en el patio de la residencia arzobispal -Colloredo ha perdido la guerra, aunque al parecer no fue tan mal cura como se le ha pintado- el director ha optado por buscar demonios de este fin de siglo, que los hay a patadas. Así, el pachá Selim, que no tiene parte musical, sino sólo hablada, pronuncia el alemán con un marcado acento turco, o argelino, o marroquí, que para el caso es lo mismo, y en el segundo acto se pone a rezar el Corán en árabe. Al simple del guardián Osmín el harén se le revoluciona y se le convierte en una manifestación feminista en toda regla, con las muchachas lanzándose unas a otras, en abierto cachondeo, el osito de peluche que guarda bajo su almohada. Blonde, la arrojada sirvienta de Constanza, va vestida con unas horteras bermudas tejanas, Pedrillo parece un mozo de pizzería, Constanza va equipada al final de la obra con una maleta Samsonite, mientras Belmonte se preocupa de los pasaportes. Un desmadre. Inteligente. Vibrante. Como la propia versión musical. Marc Minkovski es un torbellino: tempi a toda bufa, bien captados -¡y con qué tranquilidad!- por la Orquesta del Mozarteum. Es gente joven, con los reflejos a punto.

Apurada Constanza

Jóvenes también los cantantes, como ha de ser: buen Belmonte de Paul Groves, algo más apurada aunque suficiente la Constanza de Elzbieta Szmytka, impagable Osmín (Franz Hawlata), despierta Blonde (Malin Hartelius), tronchante Pedrillo (Andreas Conrad). Perfecto el Selim de Akram Tillawi. Músicos y bailarines árabes dan sobrias pinceladas en las partes recitadas.Este espectáculo fue abucheado cuando se estrenó el año pasado. Hoy la gente se parte las manos aplaudiéndolo. ¿Todo cuela? Quizás. Pero ahí queda esa última imagen: el cuarteto occidental perdido a un lado de la alambrada -el lado del público-, mientras el mundo árabe permanece tras ella, al tiempo que el coro de jenízaros ensalza la generosidad del pachá.

Siempre hay alambradas: en su día estuvieron entre Salzburgo y Viena, hoy han sido plantadas en el estrecho de Gibraltar, en el de Otranto o en el Bósforo. El rapto es el puñetazo de Mozart contra ellas y Abou Salem no ha hecho sino recordárnoslo con emoción.

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